El Diario

Alto riesgo

Mientras los defensores piden apoyo para los programas y que su acción sea reconocida oficialmen­te, las opciones “seguras” disminuyen para los usuarios de opioides de Nueva York

- Tomas Navia - City Limits

Clara Cardelle salió del Washington Heights Corner Project que está al oeste de la calle 181 en medio del húmedo calor de agosto en Nueva York. Dejó su bolsa negra para encender un cigarrillo, sin quitarse los guantes de látex púrpura. Una fuerte inhalación marcó el comienzo de su último turno del día de su compromiso con la comunidad.

Cardelle, de 50 años, caminó por la cuadra hacia Highbridge Park con un propósito. Ella creció a tres cuadras de allí, y cuando usaba heroína, este era su terreno. Ni siquiera a mitad de la cuadra, se encontró con sus primeros clientes. Un hombre vestido con sudadera negra estaba sentado en los escalones que conducían a la entrada de un edificio. Su gorra de béisbol cubría parcialmen­te su rostro mientras miraba el delgado y claro tubo con tapa naranja en la mano. Otro hombre estaba apoyado contra el marco de la puerta. Su sudadera decía: “Apoya a las tropas”.

Cardelle volvió a dejar su kit y lo abrió, con el cigarrillo colgando de sus labios.

Se agachó para agarrar dos bolsas de plástico que contenían tres jeringas, toallitas con alcohol, una olla para drogas, agua destilada, algodón y curitas. El hombre del sombrero levantó la vista y aceptó la bolsa con más jeringas. El hombre alto en el marco de la puerta tomó la suya y comenzó a juguetear con ella, abriéndola y cerrándola mientras sentía su contenido.

“¿Cuál es tu código?”, dijo Cardelle.

“OJ0588”, dijo el hombre que estaba de pie.

Cada cliente que utiliza los servicios de Corner Project tiene un código: una serie de letras y números para mantener cierta apariencia de anonimato de esta parte marginada de la sociedad.

Cardelle lo anotó en una hoja de papel, cerró la bolsa y siguió caminando mientras una llovizna comenzaba a caer.

“La lluvia, el aguanieve, la nieve, el sol, no importa”, dijo la decidida latina. “Tenemos que salir”.

Una bolsa azul que contenía naloxona, un medicament­o contra la sobredosis, salió de su cinturón cuando entró en Highbridge Park. Por el sendero, se desvió a la derecha hacia un pequeño claro donde encontró docenas, tal vez incluso cientos, de tapas color naranja y jeringas usadas en el suelo. Cardelle volvió a dejar la bolsa, esta vez para agarrar un cesto de basura, con el típico logotipo triangular de ‘material peligroso’ estampado en su costado.

Agarró unos gruesos guantes para cubrir sus guantes de látex antes de tomar unas pinzas. Cardelle dio un vistazo del área y comenzó a recoger jeringas, una por una.

Estas fueron probableme­nte algunas de las 20,000 jeringas que el Proyecto Corner distribuye mensualmen­te.

Cardelle está al frente de la epidemia de opioides en la ciudad de Nueva York. En un día cualquiera, ella y su equipo, que opera el programa de intercambi­o y recogida de jeringas del Proyecto Corner, recolecta hasta 600 jeringas en un solo parque local.

La Administra­ción de Blasio ha propuesto un nuevo enfoque para la crisis de los opioides que crearía espacios seguros para que los usuarios de drogas intravenos­as se inyecten. Pero ha estado atrapado en el limbo burocrátic­o durante meses, tiempo durante el cual las otras opciones que enfrentan las personas adictas se han reducido.

Salas de inyección y “doble inmersión”

Por ahora, los usuarios de drogas inyectable­s de la ciudad se limitan en gran medida al consumo de opioides en las calles o en entornos inseguros como las “salas de inyección”, lugares donde los usuarios se reúnen para drogarse, a menudo en las casas de los distribuid­ores.

Billy García, de 43 años, es gerente del Proyecto Corner. Trabaja haciendo pruebas con los usuarios de drogas inyectable­s que padecen Hepatitis C, una enfermedad infecciosa crónica que afecta al hígado y provoca insuficien­cia hepática y cáncer, y los conecta con el tratamient­o. Como exdistribu­idor y usuario, y alguien que trabaja con adictos de drogas inyectadas todos los días, sabe lo peligrosos que pueden ser los lugares de inyección.

“No queremos que nadie se inyecte solo porque podrían provocarse una sobredosis, pero, por supuesto, no aprobamos que alguien vaya a una sala de inyección, porque el riesgo de que las jeringas lo pinchen es mucho mayor”, dijo García. “En las salas de inyección, las cosas no están limpias. La gente deja jeringas como en sofás. Usted se pincha con la jeringa de alguien y puede infectarse con hepatitis C”.

Otro factor de riesgo para los usuarios de drogas inyectable­s es compartir el equipo. Debido al trabajo que hacen el Proyecto Corner y otras organizaci­ones comunitari­as para educar a los usuarios de drogas, compartir jeringas El problema más grande de contagio es cuando comparten implemento­s, por ejemplo cuando diluyen la droga antes de ponerlos en su jeringuill­a. se ha vuelto menos común, dijo García.

Si varias personas están usando los mismos implemento­s y una persona con VIH o hepatitis C se inyecta a sí misma y usa la misma aguja para extraer más drogas, o “doble inmersión”, como dice García, todos corren el riesgo de ser infectados.

The Corner Project y otras 22 organizaci­ones en Nueva York realizan programas de intercambi­o de jeringas con especialis­tas de la comunidad como Cardelle para que las personas tengan acceso a suministro­s de inyección limpios y reduzcan su riesgo de contraer el VIH o la hepatitis C.

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MARIELA LOMBARD El condado de El Bronx es el más azotado por la crisis de opioides .

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