El Diario de El Paso

Los monstruos de Guillermo

- Jorge Ramos Ávalos

Guillermo del Toro estaba ansioso. Era un viernes por la tarde y dentro de una hora le iban a entregar las primeras cifras de asistencia a su película, La forma del agua, en Estados Unidos. Esos números suelen pronostica­r si un film va a ser comercialm­ente exitoso o no. Su obra había sido muy elogiada en el Festival de Cine de Venecia y la reseña del diario The New York Times era extraordin­aria. Pero ¿querría la gente ver cómo un hombre-pez se enamora de una mujer?

Guillermo estaba optimista pero había que esperar. Y en lo que llegaban esos números, le tocaba dar entrevista­s para la promoción. ¿Será esta la mejor película de tu vida?, le pregunté. Y me contestó con absoluta honestidad. “Yo creo que sí”, me dijo. “Para mí el orden es ésta –La forma del agua–, El espinazo del diablo y El laberinto del fauno”.

Uno de los retos de la película era encontrar el amor cuando el fin del mundo era una posibilida­d. “Justamente la película tiene lugar en 1962, en la crisis de los misiles en Cuba, en lo más frío de la Guerra Fría”, me explicó. “Es un momento en que es absolutame­nte imposible pensar en el amor... Creo que son los momentos en que no se puede hablar del amor en los que hay que hablar del amor”.

El otro desafío era encontrar la belleza y el amor en formas que, generalmen­te, suelen generar odio y miedo. Más que un monstruo amoroso, Guillermo creó una repugnante criatura a la que había que abrazar, conocer y aprender a amar. El protagonis­ta –la criatura o The Asset, en inglés– era un hombre-pescado, sensual, de espaldas anchas, cintura pequeña y mirada de conquistad­or. “La idea no era sólo la sensualida­d, sino crear una idea de perfección”, me comentó. “Es decir, vamos a crear el David de Miguel Ángel de las criaturas. Vamos a darle un físico de nadador perfecto. No es un monstruo que existe como animal únicamente. Existe también como un dios primigenio del agua”.

La mente y los ojos de Guillermo están llenos de monstruos que, al final de la película, lo perdieron todo. Él quería esta vez algo distinto: “La semilla surge en la idea de que me gustaría, por una vez en la historia del cine, que King Kong se pudiera llevar (a la actriz) Fay Wray o que el monstruo de la Laguna Negra pudiera vivir para siempre con la mujer que ama. (Mi película) está muy viva para el momento de ahora”.

El momento de ahora es el de Trump en Estados Unidos y el de los muertos que se amontonan en México. “La vocación de mi cine es mostrar al monstruo como una suerte de símbolo”, me cuenta, “pero los monstruos en mis películas son los humanos... Mi vocación no es el susto ni el brinco; no me interesan mucho”.

La frase de Guillermo es muy fuerte: “los monstruos en mis películas son los humanos”. Así nos salimos de las películas para caer en la realidad. Y de pronto me cuenta lo “brutal” y “horripilan­te” que fue trabajar en Hollywood con Bob Weinstein, el hermano de Harvey Weinstein, este último acusado de muchos casos de acoso sexual.

En México, Guillermo también tuvo sus monstruos; los que secuestrar­on a su padre en 1998. Ese secuestro, de alguna manera, lo empuja fuera de México. Hollywood luego se encargaría de atraparlo en Estados Unidos. Pero él sigue conectado emocionalm­ente a México y a sus ritmos electorale­s.

El próximo 1 de julio se escoge presidente en México y, para Guillermo, la única alternativ­a es el cambio. “El cambio lo vamos a dar como ciudadanos”, me dijo. “Los medios, los ciudadanos, somos los que más podemos ser agentes del cambio. Ahorita es realmente un retroceso”.

La gran ironía es que México tiene a algunos de los mejores directores de cine del mundo –Alejandro González Iñárritu y Alfonso Cuarón ya ganaron el Oscar, y todo parece indicar que Guillermo del Toro será el tercero en conseguirl­o– pero también ha tenido a algunos de los peores y más corruptos presidente­s del hemisferio. Somos expertos manejando la ficción. La realidad, aparenteme­nte, nos cuesta más trabajo. Pero en ambos campos sabemos construir el horror.

La entrevista había terminado pero a Guillermo aún le quedaban 45 minutos de ansiedad. Lo que él no sabía es que el mejor momento de su vida estaba a punto de empezar.

Posdata. Aquí pueden escuchar mi podcast con Del Toro: http://bit.ly/2sIxI4y.

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