Donald sigue indispuesto •
Nueva York – Quién sabe qué tenga Donald Trump, pero se está esparciendo. Tenemos a un presidente que inventa cosas y no se retracta aunque se vea acorralado. Esta semana, su secretario de prensa, Sean Spicer, siguió su ejemplo. Tomó el cuento de la intervención telefónica sufrida por Trump y le agregó un detalle emocionante: Barack Obama no solo intervino los teléfonos de la torre Trump, sino que recurrió a espías británicos para que hicieran su trabajo sucio.
Los británicos, por supuesto, se pusieron como locos y el asesor de seguridad nacional, H.R McMaster, trató de apaciguar las cosas. McMaster es nuevo en su cargo, habiendo sucedido a Mike Flynn, que tuvo que renunciar por haber mentido sobre sus conversaciones telefónicas. Flynn no se quedó el tiempo necesario para que averiguáramos que también fue cabildero de intereses turcos y que recibió 68,000 dólares de varias conexiones rusas.
Así de demente está el gobierno de Trump: en su primer día, el nuevo secretario del Interior llegó a trabajar montado en un caballo llamado tonto. Y prácticamente nadie lo notó.
Los miembros de la pandilla que no participan en la creación de ficción siguen diciendo cosas que son … digamos que peculiares. Cuando el director del presupuesto, Mick Mulvaney, presentó el nuevo plan presupuestal de Trump, la nación descubrió que él es un Sean Spicer con calculadora.
El comentario más memorable de Mulvaney fue el desaire al programa Comidas sobre Ruedas. (“No podemos gastar dinero en programas solo porque suenan bien.”) También explicó que numerosos empleados federales tendrían que perder su empleo pues “no se puede drenar el pantano y dejar a toda la gente adentro”.
La ayuda a la difusión pública tuvo que desaparecer porque Mulvaney no tiene corazón para decirles “a las familias mineras de Virginia Occidental” que sus impuestos se dedican a hacer “Plaza Sésamo”.
Mientras tanto, Tom Price, el secretario de Salud y Servicios Humanos, saltó a las noticias tratando de explicar la propuesta de ley de salud republicana. Incluso la parte que elimina el tope de 500 mil dólares que pueden deducirse de impuestos de la paga de los ejecutivos de compañías aseguradoras. “Eso no me parece muy estadounidense.”)
Traten de imaginarse que ustedes son la familia minera de Virginia Occidental. ¿Qué les parecía más irritante? ¿Que los impuestos se destinen a la teledifusora pública o a estímulos fiscales para las compañías que les pagan a sus ejecutivos salarios millonarios?
Pero las preocupaciones por el presupuesto y la salud se esfumaron a la luz de las insistencias de Donald Trump de que Barack Obama intervino sus comunicaciones. El tipo jamás va a admitir que estaba equivocado, ¿verdad?
Todo esto empezó en Twitter. Uno pensaría que, por lo menos, él renunciaría a Twitter, pero no. “Creo que no estaría aquí de no ser por Twitter, pues hay tanta prensa falsa, tanta prensa deshonesta”, le dijo Trump a Tucker Carlson en una entrevista por Fox. Después lanzó un ataque contra la ingratitud de NBC. “A NBC le di a ganar una fortuna con ‘The Apprentice’. Tuve un programa de lo mejor cuando a ellos les estaba yendo fatal y tuve uno de los ‘reality shows’ más exitosos de todos los tiempos.”)
¿Ha pasado algún día de la presidencia de Trump sin que se mencione “The Apprentice”?
“Yo hice y estuve en el programa durante 14 temporadas. Y ya ve lo que pasó cuando me fui. Ya vio lo que le pasó al programa. Fue un desastre”, dijo el jefe del país más poderoso del mundo, que parece pensar más en Arnold Schwarzenegger que en Corea del Norte.
Compadezco a su pobre secretario de prensa. Esta semana, evidentemente a instancias del presidente, Spicer leyó en voz alta una interminable serie de notas informativas que hubieran fundamentado la acusación de que Trump fue víctima de intervención de no ser porque ninguna de esas notas estaba fundamentada. Después mencionó a un comentarista de Fox que planteó la teoría de los espías ingleses.
El barullo resultante prácticamente opacó la visita de la canciller alemana Angela Merkel, con quien Trump parece relacionarse solamente como víctima también de los micrófonos de Obama. (“Al menos quizá tenemos algo en común.”) Al principio, cuando Merkel propuso un apretón de manos, Trump se quedó con la mirada vacía. Pero sí expresó cierta conexión cuando la discusión giró en torno del programa de aprendices en Alemania. (“Ese nombre sí me gusta.”)
En la conferencia de prensa, el presidente se negó incluso a reconocer que había sido mala idea que Spicer mencionara la teoría de los espías británicos. “Nosotros no dijimos nada”, insistiendo, eludiendo la responsabilidad. “No deberían de hablar conmigo. Deberían hablar con Fox.”
Mientras tanto, en el Congreso, republicanos de jerarquía estaban empezando a admitir llanamente que el jefe del ejecutivo estaba siendo insincero.
“No tenemos ninguna evidencia de eso”, afirmó el presidente de la Cámara, Paul Ryan cuando se le preguntó sobre la intervención. Vivir con Trump ha vuelto a Ryan tan patético que casi sentimos lástima por él, aunque no tanto.
Imagínense lo que hubiera ocurrido si, en algún momento en las últimas dos semanas, el presidente hubiera admitido que le habían informado mal sobre la intervención de las comunicaciones. Su plan de salud no estaría mejor. Su presupuesto no hubiera sido más defendible. Pero nosotros nos sentiríamos menos aterrados de pensar que la seguridad del país está en manos de un chiflado.