La revolución perdida
Habitualmente para iniciar el artículo defino un disparador, un hecho, un personaje o alguna anécdota que merezca ser considerada.
Afortunadamente siempre ubico en la historia asuntos que merecen ser destacados y particularmente busco rescatar en sus protagonistas algún elemento que al menos ayude a reflexionar sobre nuestra imperfecta humanidad.
Uno podría escribir la historia señalando y haciendo énfasis en los judas, los opresores, los genocidas, los sumisos o los dictadores. Es probable que la historia le haya dedicado más líneas a este tipo de personajes. Sin embargo prefiero rescatar lo mejor de lo humano a consciencia de saber que los valientes siempre son una minoría. Indefectiblemente necesitamos de ellos para darnos impulso, para darnos calor y sentirnos fraternos. Ellos definitivamente son los que dan sustento a una idea y nos empujan para que no nos acostumbremos a los vicios y los malos ejemplos del poder.
Militantemente me impongo no escribir desde la autoflagelación, primero porque me fastidia la queja y el sollozo terapéutico y segundo y principal, es que por más que uno se deshaga a azotes esto no le permitirá cambiar al mundo y sus circunstancias. Maltratarse para asumir culpas o blandir acusaciones no tiene sentido y agrava las frustraciones. Sin embargo no asumir esta postura para nada significa que uno vaya por la vida irreverente o de manera irresponsable, andando como un miope de tal forma que no vea lo que se debe ver. Ni la emoción ni la pasión pueden ser fundamentos que conduzcan a la negación de los errores y mucho menos a la justificación de aberraciones.
Es que hace días que vengo acumulando asuntos a los que más que buscarle una razón intento hacer algo más básico y si se quiere más instintivo, intento buscar así sea un atisbo mínimo de aclaración, un indicio, una señal que me alumbre y me permita comprender y discernir el porqué de algunas cuestiones sin darle una respuesta ligera o sobrenatural.
Siempre me he sentido atraído por las cosas auténticas, por las que son consecuentes consigo mismas, por los asuntos que uno ve que es lo que dicen ser. Por los que van sin artificios ni disfraces y andan por la vida sin “dublé”. Y cuando digo esto evidentemente me refiero a personas pero también a hechos históricos que poseen la calidad de genuinos como es una revolución.
Seguramente ustedes a esta altura se preguntaran cuál ha sido el disparador de todo esto. Qué me ha movilizado para que mis pensamientos y reflexiones hoy estén escritos como están. Pues sepan entenderme puesto que a la revolución más linda, a la revolución de mi generación, la que seguía por onda corta con apenas 12 años en pleno oscurantismo del fascismo, unos conversos la han traicionado.
Es que Nicaragua se aleja de ser esa revolución que traía sueños de justicia social, libertad, igualdad y democracia, para convertirse en una nueva dinastía familiar. La historia vuelve a presentarse como tragedia y como si fuera algo fatídico para con las revoluciones, desde la Bastilla a la fecha, se vuelve a confundir la causa de los pueblos con la causa personal, apropiándose no sólo de bienes materiales, prebendas, ventajas y riquezas que ya es un escándalo y una fechoría, sino de algo peor, apropiándose de la confianza y de los sueños de generaciones de mujeres y hombres que lo dieron todo para liberarse del somocismo.
Marx escribía en “Trabajo asalariado y capital” que “un negro es un negro. Sólo bajo determinadas condiciones es un esclavo. Una máquina de hilar algodón es una máquina de hilar algodón. Sólo bajo determinadas condiciones se convierte en capital”. Siguiendo ese razonamiento deberíamos decir que una revolución es una auténtica revolución popular y sólo en determinadas condiciones se convierte en una cueva de malhechores y una casta de traidores.
Cada uno es hijo de su tiempo pero hay asuntos que estoy convencido que no lo tienen, que son en esencia atemporales. Podría esperar, así sea con dolor, que un proceso de transformaciones profundas, revolucionario, puede verse trunco por la acción de los sectores conservadores, por la reacción, por los dueños del poder trasnacional. Un claro ejemplo de esto es el proceso chileno de Allende, éste no claudico ni por un instante y pagó con su vida su coherencia ingenua para muchos, sublime y extraordinariamente ética para mí, en defensa de su camino al socialismo “con empanadas y vino”, esencialmente democrático, plural e igualitario.
El desprecio por los valores profundos que implica la democracia y el respeto a las libertades no tiene justificación. No hay nada más revolucionario en la actualidad que la lucha por la paz y la democracia, lo primero es condición sine qua non de lo segundo.Y la izquierda latinoamericana sabe lo que esto significa pues pagó muy caro y muchos fueron sus sacrificios por el retorno a la plena vigencia del estado de derecho.
Ayer no dormí tranquilo, me sentía inquieto. Comparecían en mi mente personas que de distinta manera pasaron por mi vida. Algunos se perdieron de mi vista hace tiempo y andarán por ahí con sus asuntos. Ellos son mis compañeros de juventud, los que recogían café,“el rojito” a pura solidaridad con el sandinismo nicaragüense, eran mis jóvenes camaradas de la Brigada Artigas o San Martín que en algunos casos con 16 años marchaban con emoción y sueños a sacar semillas de revolución. Se presentaron otros, que no conocí pero sí, tengo sus referencias, los muertos uruguayos: Héctor Altesor y Luis Alpuín. Conocí a otros dos que si bien sobrevivieron me quedé convencido que quedaron mortalmente heridos en su salud y alma, los compañeros de militancia de mi viejo como el Juanjo Montano y Gastón Ibarburu.
Pensé para mí, así sea para conformarme que con ellos y con las decenas de miles que aún andan por las tierras de Sandino que quizá se esté aún a tiempo. En una de esas es como decía Walt Whitman: “Si me pierdes en algún sitio, búscame en otro. En algún lugar te espero”.