El Pais (Uruguay)

¿Cómo fue que un actor prestigios­o se volvió héroe de acción?

- GREGORIO BELICHON, EL PAÍS DE MADRID

En Prime Video se estrenó “En tierra de santos y pecadores”, la última de Neeson, un western moderno.

En 2007, Liam Neeson (Ballymena, Irlanda del Norte, 72 años) recibió una curiosa propuesta, un guion de acción coescrito por Luc Besson que había rechazado Jeff Bridges, y que tras una primera lectura le sonó a carne de “directo al DVD”. Sin embargo, el proyecto suponía aprender karate y mudarse cuatro meses a París, y a Neeson le apetecían ambas cosas.

Que al año siguiente Búsqueda implacable se convirtier­a en un éxito mundial y que, tras la muerte de su esposa en 2009, Neeson abandonara los personajes dramáticos para centrarse en papeles adrenalíti­cos son dos giros del destino que nadie podía adivinar. Pero ocurrió, y en esta etapa de su carrera, el norirlandé­s se ha convertido en el talismán de las películas basadas en la premisa “no saben con quién se está metiendo”, como su último estreno mundial, En tierra de santos y pecadores que está para ver en Prime video.

Desde aquel aciago 2009, el intérprete ha enlazado rodaje tras rodaje hasta llegar a 44: es el rey del action hero de la tercera edad. O, como las malas lenguas lo califican, el líder del cine de padres. “Creo que al público le gusta ver gente que parece real haciendo acción, que sufre y se cansa”, contaba el actor en la promoción de Una noche para sobrevivir, uno de sus estrenos de 2015

La carrera de Neeson se puede dividir en etapas al estilo Picasso. Y con la muerte de Natasha Richardson en un accidente de esquí arrancó la actual, en la que se bajó de Lincoln, de Steven Spielberg. El actor iba a protagoniz­ar la biopic, llevaba cuatro años trabajando en el proyecto... Hasta que, acabada la lectura del guion meses después de la desgracia familiar, le contó a Spielberg que no tenía fuerzas. Finalmente, Daniel Day-lewis le sustituyó.

“Sobreviví escapándom­e al trabajo.

Sé cuántos años tengo y que estoy a una lesión en el hombro de perder papeles como el de Búsqueda implacable. Así que me quedo con el entrenamie­nto, me quedo con el trabajo. Eso es lo extraño del dolor: no puedes prepararte para ello”, contaba en Esquire.

Por eso se lanzó a la vorágine de filmes muy físicos y se sintió más cómodo en Furia de titanes, Brigada A: Los magníficos, la nueva entrega de Las crónicas de Narnia, y en thrillers que le convirtier­on en una marca: Desconocid­o, El líder, Búsqueda implacable 2, Venganza, El protector, Agente secreto, Caminando entre tumbas, Riesgo bajo cero... En el género “Neeson reparte tiros y sopapos” se agrupan dos subgéneros: “Se metieron con mi familia” y “No saben con quién se están metiendo”.

En tierra de santos y pecadores juega en esa última categoría.

Es 1974 y Finbar Murphy vive apartado en una preciosa, casi idílica, aldea irlandesa. Cuando le preguntan ¿qué haces en realidad para ganarte la vida?, responde cortante: “No quieres saberlo”.

En tierras de santos y pecadores es un wéstern en el siglo XX, porque si Murphy (Liam Neeson, quién si no) es el mal bicho local (que, como han dicho en la promoción “desea hacer el bien a través del mal”), que protege a los suyos disfrazado de buen tipo. La llegada de un puñado de villanos, en este caso un comando del IRA especialme­nte cruel liderado por una mujer ansiosa de venganza, revienta la convivenci­a y hará elegir a cada personaje su bando en la historia. Como ejemplo, el policía local, el mejor amigo de Murphy, que vive en la inopia sin sospechar de la frialdad asesina del protagonis­ta, y al que encarna una de las viejas amistades de Neeson en la vida real, Ciarán Hinds.

UN ACTOR DE DOS CARAS. Hace casi medio siglo que Neeson vive de la interpreta­ción. El irlandés empezó en el teatro y en el boxeo (de ahí la nariz rota), y le fue mejor en lo primero. En un escenario, en una* producción de De ratones y hombres, en 1980, lo descubrió el director John Boorman, y lo reclutó para Excalibur: Neeson entró por la puerta grande en el cine.

De paso comenzó una relación sentimenta­l con Helen Mirren, que ya era una estrella, y a la que tiempo después agradecerí­a que, en plan Pigmalión, puliera a aquel veinteañer­o irlandés. Entre 1982 y 1986, entrada su segunda etapa profesiona­l, trabajó de manera desaforada, con el objetivo de triunfar en Hollywood, y así llegó a La misión oala quinta entrega de la saga del detective Harry Callahan: Sala de espera al infierno. Logró encabezar repartos de thrillers como Bajo sospecha y trabajar con directores de prestigio como Woody Allen en Maridos y esposas o Sam Raimi en Darkman.

Pero no se olvidó del teatro. Y aquí arranca otra nueva etapa. En 1993, Neeson debutó en Broadway como Mat Burke en Ana Cristina ,de Eugene O’neill, en cuyo reparto también estaba Natasha Richardson. De aquella obra salió su mote “secuoya sexual” que le otorgó el crítico de The New Yorker; su matrimonio con Richardson; su primera candidatur­a al premio Tony y su papel protagonis­ta en La lista de Schindler.

Steven Spielberg navegaba en un mar de dudas sobre qué actor encarnaría a Oskar Schindler: ¿Harrison Ford, Kevin Costner o Mel Gibson, que se había ofrecido? Un día fue a ver Ana Cristina, y al acabar la representa­ción se acercó al camerino de Neeson a charlar con el actor: allí estaba su Oskar.

Hace dos años, en una entrevista en el festival de San Sebastián, el actor contaba: “Al principio pensaba que estábamos haciendo una película pequeña. Luego el filme se estrenó y cobró vida propia. Y después hubo un efecto, como si entrase en otra división en la que me ofrecían más papeles protagonis­tas, lo cual fue fantástico”.

En esta etapa, Neeson protagoniz­ó grandes produccion­es, casi todas de época, como Michael Collins, Rob Roy o Los miserables . A los 45 años empezó a encarnar a mentores o maestros de los protagonis­tas en Batman, Star Wars, Cruzada o Pandillas de Nueva York. Y, de forma premonitor­ia, interpretó a un viudo preocupado por la estabilida­d emocional de su hijastro en Realmente amor (2003).

Hasta el éxito de Búsqueda implacable y el 16 de marzo de 2009, la noche en que Richardson le llamó desde el resort de esquí Mont Tremblant, cerca de Montreal: se había caído en mitad de una lección de esquí para principian­tes, pero sin mayores consecuenc­ias. Eso sí, le dolía la cabeza. Fue la última conversaci­ón entre ambos. Al día siguiente entró en coma, y cuando Neeson llegó al hospital desde un rodaje en Toronto, la encontró en muerte cerebral. Decidió trasladar a su esposa a Nueva York, para que la familia y amigos pudieran despedirla, y allí falleció, tras ser desconecta­da de la máquina que mantenía su cuerpo en funcionami­ento, el 18 de marzo.

En todo el cine posterior a la desaparici­ón de Richardson, el talento de Neeson ha aparecido en ocasiones puntuales, como el árbol al que dio vida en Un monstruo viene a verme, de Juan Antonio Bayona, su autoparodi­a en la serie Atlanta o en algunas secuencias de Una villa en la Toscana, un drama livianísim­o, pero sanador en el que el actor y su vástago mayor, Micheál Richardson, encarnaban a un padre y a un hijo con una relación distante tras perder a la madre de la familia en un accidente de coche, que deben reformar la casa en Italia que han heredado.

Ahora Neeson ha dado otro giro profesiona­l, y se encuentra rodando Law of Toughness, el reboot de la saga cómica La pistola desnuda ,en la que interpreta a Frank Drebin Jr., el hijo del policía torpe que bordó Leslie Nielsen.

En una entrevista para la revista española Icon resumía este periplo: “Me gusta el oficio de actuar. Me gusta ver una secuencia mía y pensar: ‘Eso me salió bien, eso funcionó’. He tenido una buena vida”.

En 2009 murió su esposa, Natasha Richardson y el actor irlandés cambió el rumbo de su carrera.

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