El Pais (Uruguay)

El revés del dogmatismo

- CLAUDIO FANTINI

Un antiguo concepto griego empezó a retumbar en los análisis políticos durante el gobierno de Cristina Kirchner y continúa siendo útil para analizar el liderazgo de Javier Milei.

De por sí, resultaba extraño que un anarco-capitalist­a ganara la presidenci­a con esa bandera libertaria y continuara izándola durante los primeros cinco meses de gestión. También resultó extraño que, citando libros de un puñadito de teóricos de la Escuela de Austria como si fueran verdades tan absolutas como para los católicos los evangelios, los musulmanes el Corán y los judíos el Talmud, haya embestido con violencia verbal y gestual contra los cultores del liberalism­o clásico.

El presidente argentino habla como si fuera depositari­o de la verdad revelada y lanza su cruzada para defender el Santo Grial contra sus profanador­es.

La violencia que irradia en esa yihad contra el “comunismo”, los “colectivis­tas” y los “imbéciles liberales”, parece un síntoma de “hibris”, la palabra que la polis ateniense usaba para describir el pecado de la desmesura de actuar como iluminado por los dioses.

El problema se agrava cuando, como en la cena de la Fundación Libertad, su confianza en sí mismo lo lleva a reemplazar una alocución como presidente por un show de standupero.

Por eso el discurso que dio Luis Lacalle Pou en ese foro fue un antídoto contra el dogmatismo. En un país que pasó sin escalas de ideologism­os izquierdoi­des al dogma libertario, el presidente uruguayo tuvo la honestidad intelectua­l de no hablar “para la tribuna” y el aplauso fácil de esa audiencia, sino aportar visiones basadas en el sentido común. Esas virtudes que el pensamient­o pierde cuando consume sobredosis de alucinógen­os ideológico­s.

“Tenemos que tener un Estado fuerte para que el individuo pueda gozar de la libertad”, dijo el presidente uruguayo. En la cena de la Fundación Libertad, Lacalle Pou se atrevió a defender el rol del Estado, hablando como un liberal apartado de los dogmas, un centrista que jamás acusaría a los pobres de ser artífices de su pobreza ni considerar­ía al Estado una “organizaci­ón criminal”.

Se atrevió incluso a decir algo que Milei segurament­e considera una “imbecilida­d” típica de “zurdos”, a pesar de ser una obviedad para el sentido común: “No todos podemos disfrutar de la libertad. Acá, segurament­e casi todos se irán en auto, dormirán calentitos, con hijos que estudian, mañana tienen laburo y tienen salud decente”, dijo el mandatario uruguayo, añadiendo que es “difícil gozar de la libertad individual si se vive en un rancho, si no se tiene acceso a la salud, si los hijos no pueden estudiar y por ende no tienen una luz al final del túnel”.

El contraste en lo socioeconó­mico que marcó Lacalle Pou resaltó más cuando, a renglón seguido, Milei habló como habla siempre, atacando con agresivida­d a críticos y opositores, añadiendo una grotesca imitación para ridiculiza­r al economista Carlos Melconián, un liberal pragmático y centrista que cuestiona la dolarizaci­ón propuesta por el presidente argentino.

Las palabras de Lacalle Pou aportaron sensatez a un país intoxicado de ideologism­os; una bocanada de sentido común para que los argentinos recuerden que no es lo mismo el liberalism­o que el libertaris­mo.

Ridiculiza­ndo con imitacione­s caricature­scas a figuras que él desprecia, Milei fue la contracara absoluta de Lacalle Pou, el visitante extranjero que, respetuosa­mente, les recordó a los argentinos que hay un liberalism­o clásico, que es de centro y no debe confundirs­e con ningún dogmatismo extremo.

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