El Pais (Uruguay)

“Me interesa ponerme en lugares incómodos” MARTÍN PIROYANSKY

El argentino habla sobre “El método Tangalanga”, la comedia que ayer llegó a los cines

- RODRIGO GUERRA

Martín Piroyansky está sentado en un café de Carrasco. El protagonis­ta de El método Tangalanga ,la película que narra los inicios de un famoso bromista telefónico y que se estrenó ayer en cines, está en Montevideo hace unos días. Está dirigiendo el nuevo videoclip de Paul Higgs que lo tuvo filmando en Punta Gorda, el puerto y el Museo Oceanográf­ico.

Desayuna un café y una tostada con palta mientras dialoga con El País. A diferencia de su papel como el Doctor Tangalanga en la comedia dirigida por Mateo Bendesky, que le permite sacar su costado más verborrági­co y picaresco, en persona el actor y director parece más cercano a Jorge Rizzi, el tímido que se convertirá en el bromista telefónico.

La historia, en la película, es la siguiente: Rizzi es un oficinista tímido que tartamudea, pero una sesión de hipnosis con un mago de tablado, Taruffa (intepretad­o por Silvio Soldán), le da una nueva habilidad: convertirs­e en Dr. Tangalanga cada vez que agarra el teléfono. Ambientada en los sesenta, revela el origen del bromista telefónico que años después circularía en cassettes pirateados, llenaría salas bonaerense­s y se convertirí­a en una figura de culto admirada por leyendas como Luis Alberto Spinetta.

“El personaje sirve más como vengador que como humorista”, dice Piroyansky. “En la película solamente llama a quienes le hicieron daño o a la chica que le gusta; es una especie de héroe anónimo”.

Todo tiene un sentido: hacer reír a su amigo Sixto (Alan Sabbagh) durante un quebranto de salud. Tras el estreno de El método

Tangalanga, el actor argentino dialogó con El País.

—¿Qué tenés en cuenta para que cada proyecto sea una forma de aprender o de no repetirte?

—Hay todo un tema con los actores que hacen siempre el mismo personaje. Para mí no es negativo e incluso hay algunos que hacen siempre lo mismo e igual los vería mil veces como a otros que pueden componer a un montón de personajes. Siento que hay algo muy instalado culturalme­nte del cambio constante del actor, pero muchas veces me llaman para hacer algo que hice en otro momento y no me molesta. Claramente quieren que haga de protagonis­ta medio torpe pero querible, y lo hago. En El método me pidieron algo totalmente distinto y eso me gustó. Lo que sí me interesarí­a es hacer un poco más de drama, que hace mucho que no hago. Pero bueno, uno hace una cosa y si le fue bien haciendo algo es probable que lo llamen para hacerlo de nuevo. Aun así, siento que todos mis personajes tienen algo distinto, y es en lo que trabajo cuando estoy en soledad con el guion. Tal vez nadie se da cuenta, pero yo le busco algo diferente. Otras veces me piden que haga lo que ya hice, y lo hago feliz. Es como mi clown,

como Chaplin que siempre hacía de Chaplin e igual nos gustaba.

—Al respecto de tu “clown”, ¿por qué creés que el personaje del torpe querible funciona tanto?

—(Piensa) Creo que todos los actores venimos con un lugar donde nos sentimos más cómodos. A eso es lo que le digo “mi clown”: ese lugar donde naturalmen­te puedo ir y sé que más o menos me las arreglo porque ya lo exploré mucho. Esa forma es medio prototípic­a en las comedias porque un poco se tratan de eso: un protagonis­ta que muestra su vulnerabil­idad y tiene muchos obstáculos. Todo dentro de una torpeza que mantiene cierta ternura. Es algo que conozco y que está ahí.

—¿Cuándo encontrast­e ese lugar en el que te sentís cómodo?

—Fue apareciend­o. En lo primero que pienso es en Sofacama ,mi primera peli, que hice a los 19 años. Yo era más adolescent­e, pero ya había algo que luego apareció más claramente en Permitidos, donde tuve más lugar para jugar. Pero bueno, cuando escribo y dirijo trato de buscar otras cosas, como personajes miserables. Me gusta generar eso...

—Miserables pero que generan cierta empatía, ¿no?

—Sí, total. Me importa que sean malos sin ningún escrúpulo porque también me cansé del protagonis­ta que es torpe y bueno. Es algo más catártico, e incluso como espectador disfruto más cuando el personaje es malo, porque hace todo lo que yo no haría.

—Es lo que le pasa a Tangalanga: se anima a decir, a través del chiste y el insulto, lo que Jorge jamás hubiese dicho.

—Claro. Se anima a obrar de formas que uno no se permite porque vivimos en sociedad y queremos ser buenas personas, pero me gusta escribir personajes que hacen todo mal y te ponen nervioso. Hay algo ahí que me parece más rico y atractivo, actúe yo o no.

—¿Recordás qué proyecto te permitió confirmarl­o?

—Creo que fue con Voley. Hasta ese momento había hecho varios personajes del boludo que no se la creía, pero unas amigas me dijeron: “Basta de hacer del feo, créetela un poco más”. Me quedé pensando y se me ocurrió la idea de que en Voley yo hiciera del pibe que se acuesta con todas las mujeres mientras que su amigo,

el Chino Darín, al principio solo está con su novia. Me parecía gracioso hacer del galán al lado de un verdadero galán. Después, en Porno y Helado hice de Pablo que es un forro. Todo esto viene porque siento que el humano es naturalmen­te malo. Es algo que veo en todos los nenes: son egoístas, pegan y no comparten hasta que les enseñamos a comportars­e. Pero, naturalmen­te, todos tenemos esa maldad en el fondo. Entonces, en los últimos años escribí de esos personajes que nunca salieron de ese lugar de la maldad infantil.

—Lo que me interesa de tu trabajo es que podés protagoniz­ar una película como El Método

Tangalanga sin perder las ganas de trabajar en proyectos independie­ntes. ¿Qué importanci­a le das a mantener esos espacios propios?

—Está bueno eso que decís. Porno y helado fue el lugar ideal porque si bien es la cosa más grande que filmé también fue muy libre. El humor es delirante y no es tan amable. Me parece que lo más importante es no perder el espacio de investigac­ión. Ahora con el videoclip de Paul Higgs solo somos él, un amigo suyo que nos presta la cámara y yo. Me encanta hacer esto y volver a Uruguay después de haber filmado con 80 personas detrás de cámara. Lo que más me importa es probar cosas y ponerme en lugares incómodos. Justo ahora estoy escribiend­o una película que en principio no es una comedia. Es que mi idea es siempre buscar espacios que me pongan en jaque.

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