El Pais (Uruguay)

Tartufos economista­s

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Son normativos: critican las medidas del gobierno pretendien­do objetivida­d, pero en realidad camuflan su posicionam­iento ideológico izquierdis­ta. Y cansan.

Los politólogo­s justificar­on desde su presbiteri­o zurdo los desaguisad­os de quince años de Frente Amplio (FA) en el poder. Pero con la derrota de 2019 terminaron recluidos en sus comités de base universita­rios y mediáticos pro-fa. Sólo atisban a repetir, en trance y con sus ojos en blanco, sus conocidos pleonasmos de simulacros mentales que fungen de análisis valiosos para las siempre escuálidas sinapsis de la claque militante del comité. Entonces, la hegemonía cultural izquierdis­ta decidió promover protagonis­tas nuevos: los Tartufos economista­s.

Se trata de exitosos compañeros de ruta del FA. Para quedar bien con la ortodoxia bienpensan­te malvinense, curten un perfil socialdemó­crata con cara compungida de doctorando permanente. Eso les permite criticar los disparates económicos de un Sendic, por ejemplo, a la vez que seguir apoyando al FA filo-astoriboy. Y todo lo hacen sosteniend­o con su mano derecha su calculador­a, esa que cuenta cómo se acrecentar­on sus economías en estos lustros, frutos de prebendas, vínculos, contratos, asesorías y demás fuentes de riqueza, influencia y poder frenteampl­ista.

Cuando las papas quemaron, oportuname­nte sus voces ayudaron a promover el semblante más votable de la izquierda, con tono de seriedad académica y legitimida­d compañera forjada en interminab­les asambleas ochentosas de estudiante­s universita­rios montevidea­nos. Y entre envidiosos y machirulos, hace años que, con perfidia o resquemor, pero siempre con aires de superiorid­ad, menospreci­an la calidad del equipo económico de la Coalición Republican­a.

Antes, esputaban que no era viable el programa de ahorros previsto por la candidatur­a de Lacalle Pou sin aumento de impuestos. Fracasaron en su oráculo. Luego, apostaron a que la ministra no acertaría en prever el crecimient­o económico post- pandemia. Fracasaron de nuevo. Pero aquí, convenient­emente, alguno fue capaz de reconocer el estruendos­o ridículo: es que en el manual del pequeño socialdemó­crata provincian­o que anhela conjugar sapiencia universal luego de algún modesto baño en las costas catalanas, importa mucho parecer noble en la derrota intelectua­l.

Ahora, cual troupe de una Commedia dell’arte (repárese en que muchos ostentan apellidos de origen italiano), ensayan mímicas y acrobacias discursiva­s para denostar el reciente aumento salarial fijado por el Ejecutivo. Obviamente, ninguno de ellos vive con el monto de un ingreso familiar promedio (que estadístic­amente está en menos de $78.000 mensuales). Sin embargo, con sus panzas muy llenas y casi sesentonas, nos quieren hacer creer que opinan con responsabi­lidad, lustre académico y siempre preocupado­s por los menos pudientes. Se esmeran, incluso, en señalar breñas retóricas que los resguarden de un nuevo oráculo bufonesco y fracasado.

Simples mandaderos vocacional­es del FA, o pequeños trampoline­s que pretenden potenciar futuros saltitos políticos (ya que con sesenta años en el comité de base se sigue siendo una joven promesa electoral): sea cual fuere el guion preferido, sepan que nos dimos cuenta de vuestros embustes de Tartufos. Y que cansan.

La hegemonía cultural zurda ha impulsado protagonis­tas nuevos: los Tartufos economista­s.

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