El Pais (Uruguay)

Optimismo y desolación

TURISTAS CHARRÚAS EN PUNTA

- DELFINA MILDER

▃ “El turista uruguayo “se hace el café en su casa”, gasta menos y se queda pocos días; y así, poco a poco y de bajo perfil, reconquist­a un balneario que alguna vez fue suyo. Las playas se llenan los fines de semana, pero los hoteles vienen trabajando un 14% de lo que trabajaron el año pasado por estos días. El impacto de estos números se ve en que solo el 5% del personal de temporada fue contratado este verano. Entre los operadores hay rabia, frustració­n, miedo y optimismo. Todo a la vez. Hoteles y comercios abren con la tarifa mínima, esperando el milagro de la apertura de frontera. Otros miran más allá: si este uruguayo que llegó por primera vez a Punta del Este vuelve el año que viene, esa temporada va a ser la mejor que se haya visto.

En Punta del Este es verano para unos y es invierno para otros. Depende del día de la semana, el escenario luce más o menos esperanzad­or o tétrico, pero en cualquier caso esta versión 2021 de la joya de Latinoamér­ica es una imitación chata de aquel paraíso que salía cada año en revistas internacio­nales. Un martes de este enero con COVID-19, uno se puede encontrar con un DJ que pasa música y baila solo en un restaurant­e para ningún comensal. No se da por vencido, aunque estos parecen ser días robados de otro tiempo, de cuando los fernandino­s ocupaban las playas todavía poco conocidas de Maldonado; aquellos años en que los pueblos eran de pescadores y no de empresario­s y turistas.

En las galerías sobre la calle Gorlero conviven las estaciones y las décadas. En un local de ropa se lee “Vuelvo en noviembre/november 2020”.

No volvió.

En otro comercio hay una suerte de telegrama: “Deseo mucha salud. Consultas al Whatsapp”. En otro, el más grande de la galería, hay una carpeta amarillent­a sobre un escritorio de roble. Nada más. En alguna época —que pudo ser el año pasado o el siglo pasado— se sentó ahí algún agente de esa ostentosa inmobiliar­ia que ya no existe.

Al lado hay otra inmobiliar­ia, una de ahora, viva, minúscula y con dos personas detrás de un escritorio precario.

La dueña me cuenta lo que se ve en la calle ese martes al mediodía: que la gente es poca, que el uruguayo viene por el fin de semana y se las arregla sin acudir a ellos, que extrañan al argentino que alquilaba por un mes, y que ahora, en estas circunstan­cias, no les importa alquilar un apartament­o solo por un fin de semana. Todo sirve.

No hay nada en el otro extremo de la galería, el que da al pasillo de salida. 15 locales se alquilan, algunos vacíos, otros con mercadería, todos con las luces apagadas.

Uno es una veterinari­a completame­nte equipada: se vende entera.

Al acercarme a la luz de la calle se empieza a oír música. No es de afuera. La música —una balada de los 2000— sale de un locutorio y cibercafé.

Adentro hay cuatro cabinas de teléfono y tres computador­as de torre y monitor. Atienden Susana y Cecilia. Una lava el piso, la otra da vuelta el mate y elige las canciones.

—No hay temporada ni va a haber temporada. Punta del Este no es de los uruguayos. Eso está clarísimo. ¿Algo más?

Las dos son de la ciudad de Maldonado. Atienden el locutorio desde hace 10 años, pero tienen cada una su trabajo independie­nte. Susana se da cuenta de que no hay nada para hacer, no hay clientes que atender, y se explaya:

—Punta del Este es de los argentinos. No es de los uruguayos y nunca va a ser de los uruguayos. A las nueve de la noche no anda nadie; nosotras solíamos trabajar hasta las 2 de la mañana. Nos mataron. Será culpa de la pandemia, de lo que quieras, pero con la frontera cerrada sabíamos que Punta del Este se fundía. Ahora sí, ya está. Fin.

Entra una señora de 80 años, la primera en todo el día.

—¿No había una cerrajería acá al lado? La cerrajería cerró. Cecilia le indica otra, suelta el trapo de piso y retoma el discurso de Susana:

—Si hay algo que tenemos claro es que el uruguayo no paga lo que paga un extranjero. Olvídalo. Prefieren hacer un café en su casa que salir a tomarlo. En otros países gastan todo, pero vienen aquí y quieren ser lo más austeros posible.

—¿Y el extranjero gasta en un locutorio o en una computador­a?

—Sí, tenemos clientes de Europa, Argentina y Brasil. Claro que vienen. El año pasado fue nuestra mejor temporada en años. Ahora no entra nadie. Punta del Este no resiste un invierno... nosotras sí, porque nosotras no somos Punta del Este. Esto lo tenemos abierto porque no vivimos solo de esto.

—¿Y si Punta del Este se reinventar­a para los que no ‘somos’ Punta del Este?

—No. No se puede reinventar para la poca demanda del uruguayo. Y lo que se perdió no se recupera. La baja ocupación, el despido de mozos y de mucamas… Este es el turismo que tenemos.

El Punta del Este de las encargadas del locutorio es invernal. También para Santiago, que atiende el mostrador de Inter Autos, una rentadora de autos. Tienen el mínimo de vehículos disponible­s: ocho. Tuvieron que entregar casi todos los autos para no pagar el seguro y las patentes, “porque si no, no daba la plata”. El precio es de invierno y es para cubrir el costo. Sabe que no va a haber ganancia esta temporada, la peor desde que abrieron en el 1992. ¿Y por qué abren?

La respuesta es más o menos la misma que la que dan comerciant­es de todos los rubros a lo largo de Gorlero.

—Estamos abiertos para no cerrar. Con la esperanza de que el año que viene todo sea mejor.

El invierno también se instaló en los hoteles. En diciembre de 2020 se trabajó un 14% de lo que se trabajó en el mismo mes del año pasado, según un relevamien­to del Centro de Hoteles de Punta del Este.

En una temporada normal, el pico de ocupación de hoteles de la ciudad esteña se da entre el 26 de diciembre y el 2 y 3 de enero, y la cifra total de ocupación suele rondar el 85%. Héctor Araújo, asesor del gremio, comenta que en esa semana se juega el 20% de la temporada, porque viene más gente y porque la tarifa es más alta.

De esa ocupación en una temporada “normal”, el 85% son brasileros y el resto se distribuye entre argentinos y uruguayos residentes y no residentes.

De todos modos, hay que hacer algunas precisione­s para entender que la cifra del 14% es aún peor de lo que parece, según comenta Araújo.

De los 78 establecim­ientos nucleados en el Centro de Hoteles, solo 50 abrieron sus puertas este verano.

De los 78 hoteles que conforman la cámara, solo 50 están abiertos. Y esos 50 abrieron con menos camas, por una cuestión de aforo. Entonces, cuando un hotel reporta que colmó la mitad de su capacidad, hay que tener en cuenta que esa mitad no es la de la capacidad total, sino de la parte que está operativa, dice Araújo.

Y peor aún: la tarifa bajó un 60%. Araújo reconoce que hubo “más movimiento” el 1 y 2 de enero, pero con una tarifa “bajísima”. En esos días hubo hoteles que alcanzaron el 50% de ocupación mientras que otros apenas llegaron al 20%: todo por la mitad del precio que se suele cobrar.

GGG

A su vez, Beatriz Techera, del Sindicato Unido de Trabajador­es de Edificios de Maldonado, señala que en esta temporada “se tomó un 5% del personal de temporada, si no es menos”.

El desempleo preocupa. Pero al mismo tiempo, Javier Carballal, alcalde de Punta del Este, insiste en que la temporada está porque hace calor y porque hay gente en la playa. “Hay sectores que están trabajando poco, pero hay apertura y la rueda sigue girando, nunca se frenó”, dice.

Según informó el intendente Enrique Antía a El País el pasado domingo, en Maldonado se están entregando unas 3 mil canastas al mes. En el municipio de Punta del Este se entregaron 50 al mes desde marzo a noviembre del año pasado, pero al día de hoy esta prestación está suspendida.

Aunque la rueda no haya frenado, Carballal reconoce que el gobierno departamen­tal deberá apostar a “una ayuda desde marzo en adelante” para los que se queden sin nada.

¿OBEDIENCIA?. El alcalde celebra que el fin de semana pasado se haya tenido que izar la bandera que indica que una playa está colmada. “Inaugurar esa bandera era algo impensado”, dice. Esa bandera es al mismo tiempo un riesgo y un buen augurio: hay mucha gente concentrad­a en un mismo lugar, lo que eleva las posibilida­des de contagio de coronaviru­s. Pero esa gente es la que consume y alimenta los motores de la economía —o eso se espera— en Punta del Este.

Pero el turismo de fin de semana no alcanza. Carballal esperaba que entre las últimas medidas anunciadas por el gobierno estuviera el ingreso de argentinos que poseen propiedade­s en el departamen­to, pero no pasó. Las aglomeraci­ones no hubieran sido un problema, dice el alcalde, porque “con los turistas no ha habido problemas de aglomeraci­ones”.

—A veces es la misma gente de acá que se encuentra con amigos en la playa. Te encontrast­e con un amigo que no ves hace tiempo, te pusiste a conversar y de repente son más de 10 ó 15 personas. Entonces se les habla y entienden. Siempre hay alguien que se sale de la regla, pero conversand­o, entienden, y la aglomeraci­ón se disipa.

Dos horas después, un integrante de la Armada me dirá que “nadie hace caso”, que “se perdió el respeto al uniformado”, que la gente “finge” no estar en conocimien­to de la ley, acatan la orden por un rato y después vuelven a aglomerars­e.

Apenas 15 minutos con dos playeros — los marineros que se encargan de hacer cumplir las reglas de la playa— es tiempo suficiente para comprobarl­o.

En este miércoles de Reyes no hay aglomeraci­ones en la parada 5 de la mansa (ni en ninguna otra), pero sí hay mascotas y personas jugando al vóleibol en la zona dispuesta para circular.

Los playeros se acercan a los veraneante­s en un blanco inmaculado, con medias estiradas a la perfección hasta la rodilla y championes tan blancos que, al lado de la piel dorada de los turistas, parecen dos bombitas de luz.

“Joven, no se puede jugar acá”. “Señora, esta playa no está habilitada para mascotas”. “Señorita, no puede estar acá con la mascota. Le tengo que pedir que se retire.” El joven se corre dos metros. Las dueñas de los perros hacen no menos de cinco preguntas antes de aceptar; una se va, la otra no. Los playeros siguen caminando, quizá deseando que la señora se vaya antes de la segunda advertenci­a.

¿Cuántas veces le dicen al mismo turista que no traiga al perro? ¿Cuántas veces exhortan a la dispersión a un mismo grupo de personas? ¿Cuántas veces hay que repetir? No me responden: tienen prohibido hablar con la prensa.

EL COVID DE LA CAPITAL. El cierre de fronteras no es un alivio para los médicos de Maldonado. El peligro está a solo 130 kilómetros, en los turistas que llegan desde Montevideo y que pueden portar el virus sin saberlo. “Hoy por hoy es más seguro el argentino que venía de zona roja que el propio uruguayo que viene de zona roja, porque el uruguayo va y viene sin control, y el argentino llegaba con un PCR negativo, además de una cuarentena y otro test”, dice Jorge Curbelo, director del Hemocentro de Maldonado e integrante de la Unión Médica de Maldonado (UMM).

Ante el peligro, el médico sugiere que cualquier turista, venga de donde venga, entre al departamen­to con un test negativo de COVID-19 y que porte una pulsera durante toda su estadía “como hacen en Disney o en Cancún”. El jerarca reconoce que no se puede testear al 100% de quienes ingresan, pero sí espera que sea a la mayoría.

El plan que proponen estos médicos incluye aprovechar los tests rápidos para detectar COVID-19 que empezará a utilizar la Administra­ción de los Servicios de Salud del Estado (ASSE) en sectores como la salud y el transporte de cargas. De esta forma, sería gratuito para el turista.

El viernes por la tarde el gremio difundió un comunicado en el que solicitan medidas “que ya se están implementa­ndo en otros departamen­tos”. Esto es: más testeos gratuitos, toma de temperatur­a en los tres peajes de acceso a Maldonado, solicitud de descarga de la aplicación Coronaviru­suy y registro de destino del turista para ubicarlo en caso de un brote.

“Esto lo hacemos pensando, además, en el argentino que puede llegar a venir si se abren las fronteras”, dice Curbelo. “Así como estamos, los vamos a exponer a un balneario que no tiene la seguridad que tenía hace 3 meses.”

OTRA ROPA. Todos quieren que vengan. Médicos, dueños de hoteles y restaurant­es; mucamas, porteros, vendedores de playa, autoridade­s de gobierno. Los necesitan porque son quienes dejan los billetes de los que dependen miles de familias el resto del año.

Pero también los extrañan.

Pablo Gerosa es el propietari­o de los locales de comida Captain Food en Gorlero y la terminal. Él los extraña porque consumen más que los uruguayos: las cuatro comidas las hacen afuera. Y también porque se dio cuenta, mirando a través de la vidriera de su local, que ahora los turistas andan de azul, gris y negro. Y no son tan alegres.

—Ellos (los argentinos) tienen esa buena onda, esa manera de hablar, de arreglarse, de entrar a los gritos, haciendo ruido... aunque el uruguayo, como cliente, quizás es más fácil de tratar.

Ahora, por primera vez en 20 años, hay lugar para estacionar en José Ignacio.

En la playa brava, donde todos los veranos se instalan paparazzis a la espera de Marcelo Tinelli, Susana Giménez y Pampita, hay cuatro pescadores, un vendedor de vestidos y tres surfistas. Los marineros de prefectura dicen que no hubo una sola aglomeraci­ón, hasta hoy.

El vendedor de vestidos es Daniel Barrera, conocido en todo el pueblo. Hace 33 años que instala su puesto frente al mítico restaurant­e La Huella. Él, como Gerosa, tiene una vista privilegia­da y la sabiduría de la experienci­a. Dice que esto no se puede llamar temporada, que no tiene a quién venderle, que tiene el puesto porque vive de eso, pero los precios cayeron en picada y ni siquiera así logra vender vestidos a las uruguayas.

Un curioso se acerca y le pregunta si tiene un vestido “calado”. Barrera contesta que eso ya no está de moda, que hace años que no se usa más. Que compre lino. El hombre asiente y se va.

Barrera ve llegar a estos uruguayos que nunca habían venido a José Ignacio, y también cómo la gente de Maldonado volvió a bajar a las playas conquistad­as por extranjero­s. No compran vestidos ni se quedan un mes, pero pasean. Los que tienen licencia de la construcci­ón, comenta Barrera, están disfrutand­o de la playa estos primeros días de enero.

Gerosa ve lo mismo, sabe que hay más porque nunca le habían pedido tanta agua caliente. Y lanza de repente el optimismo menos pensado: “¡Qué el uruguayo vuelva el año que viene!”, desea.

—El turista uruguayo está viendo que la oferta es enorme y que Punta del Este es accesible, seguro y natural. Miro todas estas matrículas de auto que nunca había visto acá, y solo pienso que si vuelven el verano que viene junto con los argentinos y los brasileros, vamos a tener la mejor temporada que se haya visto.

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 ??  ?? FIN DE SEMANA. Es inexacto medir el éxito de una temporada según cuánta gente haya en la playa. El primer fin de semana del año hubo que izar la bandera que advertía una aglomeraci­ón en una playa de Punta del Este, pero los comerciant­es de la ciudad dicen que el “nuevo” turista (el uruguayo), no consume tanto como el extranjero. Ni en comida, ni en hoteles, ni en ropa. Esa aglomeraci­ón llega por el fin de semana “y se las arregla”. Aún así, tanto hoteles como vendedores de todos los rubros se vieron obligados a bajar las tarifas de sus servicios.
FIN DE SEMANA. Es inexacto medir el éxito de una temporada según cuánta gente haya en la playa. El primer fin de semana del año hubo que izar la bandera que advertía una aglomeraci­ón en una playa de Punta del Este, pero los comerciant­es de la ciudad dicen que el “nuevo” turista (el uruguayo), no consume tanto como el extranjero. Ni en comida, ni en hoteles, ni en ropa. Esa aglomeraci­ón llega por el fin de semana “y se las arregla”. Aún así, tanto hoteles como vendedores de todos los rubros se vieron obligados a bajar las tarifas de sus servicios.
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