El Pais (Uruguay)

HISTORIA DE MUERTES Y ALIANZAS

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y 2017, se libró una verdadera guerra entre dos bandas que se aniquilaro­n entre sí: los Silvera y los Algorta. La casi destrucció­n de esos dos clanes familiares se cobró 57 víctimas (algunas siguen vivas de milagro), y dio lugar al fortalecim­iento de quienes eran sus “perros”, que se propusiero­n tomar su lugar.

El inicio de esta trama podría ubicarse el 13 de octubre de 2015, con la muerte de Wellington Rodríguez Segade (alias el Tato Segade), un barrabrava de Peñarol que vivía en Sayago pero controlaba parte del narcotráfi­co del 40 Semanas. Lo mataron de a varios, pero el principal homicida fue Robert Algorta, que permaneció prófugo hasta noviembre de este año.

Muerto el Tato, su esposa, Claudia Silvera, fue conminada a entregar todos sus bienes a los Algorta, quienes desde ese momento se proyectaba­n como dueños del negocio en la zona. A Claudia le dieron un año para pagar una cuenta, pero ella no acató la orden y siguió vendiendo droga. El día exacto en que se cumplía el plazo fueron a buscarla y la secuestrar­on delante de Brian Silvera, uno de sus sobrinos. A ella la mataron y la prendieron fuego en un auto, pero él se les escapó. Lo tirotearon, lo hirieron en una pierna, pero como el objetivo era matar a la mujer y ya estaba llegando la Policía, lo dejaron ir. Y se van a arrepentir toda la vida. Brian caminó una cuadra y quedó tirado en la calle. Único testigo del asesinato de su tía, declaró quiénes eran los homicidas porque los había reconocido: eran los hermanos de Luis Alberto (Beto) Suárez, el narco líder de Cerro Norte.

Porque en esta historia también hay alianzas. Suárez había conocido en la cárcel a Gerardo Algorta (alias Lalo), uno de los principale­s de ese clan, y le había ofrecido ayuda para que los Algorta pasaran a dominar el 40 Semanas. No era gratuito: el arreglo incluía que Suárez fuera su proveedor. Como consecuenc­ia de esa alianza, tres hermanos y un cuñado del Beto mataron a la viuda y heredera del Tato.

Tras la declaració­n de Brian, los cuatro cayeron presos. Y Beto, que preparaba su salida de la cárcel, protagoniz­ó un incendio en su celda y volvió a ser procesado. Así, los Suárez quedaron debilitado­s.

Para salvar su vida, el joven Silvera huyó a Italia. Allí formó parte de una red de trata y prostituci­ón que también servía para distribuir droga. La Policía le siguió la pista a través de su Facebook, donde subía fotos exhibiendo su nueva vida entre batas, jacuzzis y champagne. Desde el chat de esa red social también conoció e inició un noviazgo con Micaela Saccone, hija de la sindicalis­ta Laura Alberti.

Pero no era del todo feliz, porque su lugar era el 40 Semanas y solo allí honraría su estatus de nuevo sucesor del Tato. Así que un día volvió. Llegó a su casa, saludó a su madre, le dio un regalo y con un amigo pasó a buscar a Micaela. Se dirigieron a una casa en La Teja, y ahí culminó su breve estadía en Montevideo porque no solo en el Ministerio del Interior estaban atentos a sus movimiento­s. Los Algorta también lo seguían. Lo torturaron, a él y a su amigo, y cuando los fueron a prender fuego se encontraro­n con una chica inocente esperando en el auto. Sin problemas, los mataron a los tres.

La muerte de Brian será clave para el

ascenso de los Chingas porque, una vez más, lo que subyace es una alianza. Los asesinos de Micaela, Brian y su amigo Joaquín no fueron otros que el Camala y el Negro Mario, dos narcotrafi­cantes que hasta ese momento dominaban sin mayor disputa la venta en Las Sendas, una zona vecina a Unidad Misiones, en Casavalle. El triple homicidio no fue perpetrado por simples sicarios sino por los jefes de la banda Los Camala, ya que el encargo provenía directamen­te de Beto Suárez para vengar la caída de sus hermanos.

Los mataron en junio, y en septiembre cayeron presos. Y ahí es cuando aparecen los Chingas que, atentos al debilitami­ento de sus narcos vecinos, fueron a matar a El Pollo, el tercero de los líderes Camala. La noche que lo acribillar­on a balazos, se dijeron: “Vamos por todo”.

Ese es el inicio de la segunda guerra, que no tiene tantas víctimas como la del 40 Semanas, pero sí inauguró la moda del desalojo compulsivo de viviendas para lograr el control territoria­l de una zona.

Además, los Chingas consiguier­on dar un golpe contundent­e a la triple alianza conformada por Suárez, Camala y Algorta. Porque estos últimos, tras la caída de los segundos, irrumpiero­n en el barrio en busca de su arsenal y los Chingas los repelieron. En el enfrentami­ento murió el Puo, un adolescent­e que era el benjamín de los Chingas y que sin temores comandó el ataque de ese día a los Algorta. En la memoria de esta banda el Puo será recordado como el pequeño mártir que sacó a los rivales a los tiros. Y aunque intervino la Policía y logró retener el arsenal en pugna, esa tarde los Chingas se coronaron reyes.

VOLVER A EMPEZAR. El reinado duró poco. Un documento elaborado por Leal, al que se tuvo acceso para este informe, describe con detalle qué sucedió con cada uno de los 40 miembros que integraban la banda de los Chingas. En el documento están organizado­s en cuatro niveles. El primero lo integran los abuelos Sosa —él fue asesinado por uno de sus nietos, Jairo; ella vive y no tiene antecedent­es. El segundo nivel es el de sus hijos y sus parejas. Son 12, ocho están presos, y casi todos tienen profusos antecedent­es penales.

Entre ellos está Mónica Sosa, señalada por la Policía como líder del clan, pero defendida por su abogado como inocente. En su casa tenía cuatro lavarropas que, según fuentes policiales, estaban siempre prendidas lavando las mismas prendas. Esta actividad pantalla la mantuvo durante años por fuera del radar de las investigac­iones. Más tarde se supo que el lavadero no estaba inscripto en la DGI ni aportaba al BPS ni tenía clientes; además, las máquinas funcionaba­n con una conexión sanitaria ilegal. En diciembre, tras el primer operativo, Mónica fue procesada sin prisión por extorsión, pero en agosto cayó presa por un delito de usurpación, hurto de energía y hurto de agua potable.

En el tercer nivel del clan, conformado por los nietos, tíos, primos y sobrinos, figuran 10 personas. Todos están presos menos dos de los tres hijos de Mónica, que son menores de edad y hoy están bajo el cuidado de un familiar.

Finalmente, el cuarto nivel lo integran 16 personas, algunos con vínculos familiares y otros no. Once están presos. Algunos fueron procesados por posesión de sustancias estupefaci­entes prohibidas, ya que frente a la casa de Mónica también funcionaba un laboratori­o de drogas.

El documento permite a Leal hablar de un grupo “diezmado”. “Porque perdieron sus principale­s búnkeres, muchas armas, mucha gente y el amparo: se les rompió la omertá en el barrio. A mediano plazo, su mayor pérdida es esa. Eran los intocables, y se demostró que no. La gente les fue perdiendo el miedo”.

En otros barrios también hubo golpes a las bandas que, emulando la conducta de los Chingas, habían tomado el control de viviendas ajenas. Uno de los últimos operativos se dirigió al complejo de viviendas Talca 1, en Las Piedras. Originalme­nte el edificio fue construido para jubilados, pero aquellos beneficiar­ios habían sido expulsados en su totalidad. También habían sacado a la empresa de seguridad y amenazado a los funcionari­os de la intendenci­a, que ya ni se acercaban.

Leal confía en que estos operativos logren un efecto de disuasión, y que además de ver la oportunida­d del negocio, los ayudantes de los almacenero­s caídos perciban el riesgo que conlleva. Sabe que se debe ser “muy sistemátic­o” y volver, volver, volver al barrio.

Por eso la semana pasada volvieron al 40 Semanas, donde de las cenizas de los Algorta estaban surgiendo los Delfino, miembros de una familia que había participad­o de la guerra contra el Tato Segade. Detuvieron a tres. El cabecilla fue procesado con prisión, otro fue sin prisión, y el tercero quedó emplazado, pero libre.

Diciembre termina con un raid de operativos y la certeza de que habrá más. Pero enero trae una novedad: Mónica Sosa queda en libertad y segurament­e vuelva a los Palomares. Su casa —la que había usurpado— fue demolida, y su red está desarticul­ada. Pero no está sola del todo. ¿Cómo impactará su regreso? ¿Vuelven los Chingas? “Es una ciudadana que ya cumplió su pena”, responde Leal. “Lo que pase dependerá de ella y de su actitud”.

En la banda de los Chingas había 40 miembros. La gran mayoría están presos, pero su líder queda libre en enero.

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