Las fragancias míticas ‘limpian’ sus fórmulas.
Son casi idénticos a los originales, pero la partitura olfativa de algunos perfumes han variado ciertas notas, aquellas que resultaban nocivas para la salud o potencialmente alérgenas. El cambio ha sido muy sutil, pero viene obligado por la ley.
Opium, Chanel Nº5, Shalimar o Angel son algunas de las fragancias clásicas que ya no huelen como antes porque han transformado su fórmula original para adaptarse a las nuevas normas impuestas por la IFRA, las siglas de la International Fragrance Association (en español, Asociación internacional de la perfumería) que, desde su creación en 1973, ha prohibido o limitado el uso de algunas sustancias utilizadas en las fragancias clásicas. El primero en reformular su composición fue Chanel Nº5, en 2008; Jacques Polge, entonces nariz oficial de la casa, versionó su partitura no solo para acomodarse a los nuevos gustos olfativos, más frescos y ligeros, también para cumplir con las nuevas leyes de la industria. Desde su creación, en 1973, la IFRA había prohibido o limitado el uso de decenas de moléculas empleadas en la fabricación de perfumes; como el alquitrán de abedul (que formaba parte de la antigua composición del icónico Shalimar, de Guerlain) por sus posibles efectos cancerígenos. Otras, como el aceite de clavo o de rosa o el musgo de roble, fueron retiradas por sus posibles efectos alérgenos en las pieles más sensibles.
Los datos de un estudio realizado en 2011 por un grupo de expertos del Comité para la Seguridad de los Consumidores de la Unión Europea (CCSC), sobre los alérgenos en las fragancias y cosméticos, revelaron que entre 5 y 15 millones de europeos eran potencialmente alérgicos a algunos de los ingredientes naturales y de síntesis con los que se fabrican la mayoría de los perfumes de alta gama. En julio de 2015 –tras las presiones de asociaciones de consumidores y grupos ecologistas– entró en vigor la nueva normativa que regulaba la producción de fragancias. Mucho más restrictiva que su predecesora –que solo incluía 26 sustancias potencialmente alérgicas, en su mayoría cítricas y florales– ampliaba la veda y prohibió el uso de HICC –molécula sintética que imita el olor del lirio del valle–, el atranol y el cloroatranol, ambos componentes naturales del musgo de roble y excelentes fijadores, pero susceptibles de originar reacciones alérgicas. También limitó la concentración de otros doce compuestos químicos y ocho naturales hasta un máximo del 0,01% y exigió a los fabricantes que estos apareciesen en el etiquetado.
El periodo de cadencia dado por la ley a los laboratorios para que cumplan totalmente con las nuevas exigencias expira en 2020, pero muchos aromas veteranos ya han adaptado sus fórmulas originales. Quedan pocas versiones originales aún circulando ‘legalmente’ en el mercado; un hecho que ha generado un fenómeno inédito: que los adictos a una fragancia icónica, o un coleccionista, persigan sin descanso aquellos frascos producidos antes de 2016, cuyas partituras aún mantienen las notas censuradas en pro de la salud, porque las nuevas versiones más asépticas, ya no huelen como antes