ENTRE CABLLOS
La afición de la reina por los caballos era tan conocida como su pasión por los corgis. JAVIER AZNAR repasa la relación de Isabel II con el mundo ecuestre. Un espacio en donde, sin perder el protocolo, se permitía ser ella misma.
Si había un lugar en el que la reina Isabel II se mostraba feliz, ese sitio era el hipódromo. La emoción, la lucha y la incertidumbre que se vive en los instantes previos al entrar en la recta final era algo que lograba poner a la monarca siempre al borde de su asiento. Fueron muchas las ocasiones en las que se la pudo observar vibrando, emocionada, casi llegando a perder su impecable protocolo, al ver a alguno de sus ejemplares proclamándose victorioso en Ascot o en Chantilly.
Uno de los fotógrafos reales que solía acompañarla durante sus desplazamientos oficiales comentaba hace poco lo mucho que le gustaba poder retratar a la reina durante esos días de carreras en los que, por momentos, parecía regresar a la infancia. Su modo de desenvolverse alrededor de caballos, ya fuera en el paddock de un hipódromo o dando un paseo tranquilo por una yeguada, era el de alguien que parecía haber encontrado su lugar favorito en el mundo.
La reina Isabel II fue una de las criadoras y propietarias más longevas y exitosas que ha dado el turf. Ganadora de algunas de las más importantes y prestigiosas carreras, como la Copa de Oro de Ascot, el Prix Diane o las 1000 y 2000 guineas, llegó a tener en su palmarés hasta 71 carreras de Grupo ( las más importantes en el calendario internacional). Conocía muy bien el origen de todos sus caballos, los cruces que se hacían en la yeguada y nunca se limitó tan solo a verlos correr. Participaba en el proceso de principio a fin. Era bien sabida su involucración en el estado y en el entrenamiento de sus caballos, manteniendo una comunicación estrecha y directa con sus preparadores, al mismo tiempo que disfrutaba viendo el desarrollo de sus foals (caballos de menos de un año) y de los yearlings (un año). Le encantaba poder visitar yeguadas, hablar con entrenadores y compartir impresiones con el que fuera su inseparable racing manager durante muchos años, lord Porchester, Porchie, que la asesoraba en todo lo relacionado con cría y carreras. En los últimos tiempos iba a ver caballos siempre con John Warren, casado con la hija de lord Porchester. Hace no mucho, en 2013, se pudo ver a la reina junto a él en el palco de Ascot, celebrando efusivamente la victoria de su potra Estimate, una de sus últimas grandes alegrías en el mundo del turf. Siempre con ganas de saber más, organizó varias visitas privadas a Haras du Quesnay, en Francia, del recientemente desaparecido entrenador Alec Head, para hablar de cría con la intención de mejorar su sistema y de renovar ideas. Su hija, Criquette Head-Maarek, también gran entrenadora como su padre, cuenta que la reina siempre se mostraba entusiasmada y fascinada entre personas que se dedicaban a los caballos. Cuando la reina llegaba a un hipódromo era un espectáculo digno de admirar. Especialmente en Ascot. Muchos propietarios querían ganar alguna carrera durante esos días, aunque fuera menor, ya solo por la ilusión de tener el honor de salu saludarla y de entablar conversación sobre esa pasión común. De su legendaria yegua Highclere, ganadora de las 1000 Guineas o del Prix Diane, desciende el que ahora proba probablemente sea el mejor de caballos de carreras, Baaeed, propiedad de los herederos de Hamdan Al Maktoum, y que se mantiene invicto y parte como gran favorito para la próxima edición del Arco del Triunfo (si por fin se deciden a correr con él). La línea formada por Highclere y por su hija Height of Fashion es hoy uno de los orígenes con más valor entre purasangres, prue prueba de la importancia que tuvo la reina como criadora. En los caballos de carreras, como en la monarquía, el origen es fundamental, pero no determinante. Son contados los ejemplares que realmente llegan a servir para esta función, llevando una vida muy específica y criados desde que nacen en busca de la excelencia, con
FUE una de las CRIADORAS y PROPIETARIAS más LONGEVAS y EXITOSAS que HA DADO el TURF
una genética tan delicada como caprichosa. Los mejores, los que se quedan en el recuerdo de los aficionados para toda una vida, son los que muestran corazón, resistencia y determinación en los momentos más complicados. Los que acreditan su grandeza y logran cambiar de ritmo, de manera casi imperceptible, en los instantes de la verdad. Los que consiguen volver de las derrotas más dolorosas con entereza y de quienes se espera siempre una línea de sucesión admirable. No cuesta comprender por qué la reina Isabel II se sentía tan cómoda entre sus caballos.