AMOR ENTRE CINCELES
Sophia Vari comparte vida y pinceles con Fernando Botero desde hace más de 40 años. Con motivo de la retrospectiva en Madrid sobre la obra del colombiano, ahondamos en la biografía de una mujer nacida en una de las familias más importantes de Grecia.
Con tres meses de vida, hizo Sophia Canellopoulos el viaje más importante de su historia: el que emprendió su familia desde Grecia hasta el exilio en Suiza durante la Segunda Guerra Mundial. Era 1940 y a 9.000 kilómetros de distancia Fernando (Medellín, 88 años) ya era huérfano de padre Botero —un arriero propietario de varias mulas con las que transportaba todo tipo de mercancía— y soñaba con ser torero. Tendrían que pasar más de tres décadas para que dos vidas tan dispares y distantes se cruzaran en un apartamento de París donde acudieron a una comida organizada por una amiga común a principios de los setenta. Se gustaron al instante, pero, como contó una vez la escultora, el romance no empezó allí porque ella aún no estaba divorciada de su primer marido. Ella nunca lo nombra, pero Vanity Fair ha podido saber que era
Jean Bouboulis, un hombre de negocios muy reputado que hoy vive en Lausana, que nació en la isla de Spetses y que es, como ella, miembro de un linaje histórico en Grecia. Se casaron en 1960 en un matrimonio acordado por sus familias y es el padre de su única hija, Ileana, nacida en París hace 58 años. Pero a pesar de que Sophia es artista desde que estudió en la Escuela de Arte de París en los sesenta y ha celebrado un centenar de exposiciones, su biografía hasta unirse a Botero, con quien se casó en 1978, es complicada de rastrear. Esta revista pidió entrevistar a la mujer que lleva más de cuatro décadas creando al lado del artista latinoamericano más cotizado del mundo y que
protagoniza, hasta el 7 de febrero, la muestra Botero. 60 años de pintura en la sala CentroCentro de Madrid. “Cuando uno de los dos expone, el otro no concede entrevistas”, respondió su entorno. Sobre la vida previa a Botero se había publicado que es hija de un griego y de una húngara, sin aportar sus nombres ni más datos. Hemos podido saber que su progenitor fue
Canellopoulos, apellido Petros que llevan intelectuales, políticos —dos ex primeros ministros— y empresarios. De su madre, el nombre:
Frankopoulos, patronímico Ileana de su segundo marido.
Sophia se cambió el apellido por el de Vari. Sobre esa decisión, la experta en arte Alexandra escribió en el diario griego Ekathimerini Koroxenidis que lo hizo “guiada por el romanticismo y la terquedad de una adolescente, quería ganarse su reputación, no heredarla por el nombre”. Pero hasta ese apellido lleva marca de familia: así se llama el pueblo a 25 kilómetros de Atenas donde regresó con su madre tras el exilio y donde está Varkiza, la mansión de sus antepasados donde en 1945 se firmó el tratado que puso fin a la guerra civil griega, lo que ejemplifica el peso de los Canellopoulos en Grecia. Esa casona, que había sido confiscada por el
Gobierno, volvió a sus manos gracias al segundo esposo de su madre y de su abuela Sophia: “Era una mujer especial, fanática de la música y de todas las artes, y me inculcó su amor por la cultura”, declaró Vari a la revista colombiana Credencial. Hoy, la mujer que nació en Grecia, vivió en Suiza y se formó en Londres y París tiene casas en medio mundo, pues comparte vida y estudio con Botero en Montecarlo, Rionegro (Colombia), Pietrasanta (Italia) y Nueva York. También se ayudan en sus carreras y ella ha reconocido que no hay muestra del colombiano en la que no participe y viceversa. Prefiere la abstracción al figurativismo de su esposo, pero como él, empezó pintando para pasarse luego al cincel, que usa también para diseñar joyas que concibe como “esculturas portátiles”. A venderlas la ayuda Ileana, dueña de una galería de arte situada entre los museos de Orsay y Rodin en París. Ileana es madre de Pierre, de 29 años, físico nuclear y único nieto de Vari, que presume de familia numerosa gracias a Botero, padre de tres hijos y abuelo de tres nietos. A sus 78 años, es una mujer imponente que en alguna entrevista, a pesar de su deseo al margen de herencias familiares o conyugales, deja ver sus orígenes cuando entre las personas que espolearon su vocación nombra a o Callas.
Maria
Sophia Vari desciende de un linaje histórico en Grecia; Botero es hijo de un arriero
Todo es cierto, pero nada es verdad”, me cuenta Zarraluqui, abogado Luis matrimonialista que acaba de publicar su primera novela, Aurelia Villalba (La esfera de los libros), donde recoge casos de divorcios en los que la realidad es escurridiza: “Cada cónyuge tiene su versión. Siempre hay dos puntos de vista”, explica mientras cenamos en un restaurante cercano al estadio Santiago Bernabéu de Madrid. Dice que ha elegido a Aurelia como su álter ego porque no quiere que el libro sea autobiográfico. Sin embargo, la verdad de estos casos es prueba del viejo adagio que asegura que la realidad siempre supera la ficción: “Cuando te inventas las cosas, generalmente cometes errores”.
Conocí a Zarraluqui en Madrid en los ochenta, pero le perdí la pista durante tres décadas. Acaba de cumplir 60 años, tiene tres hijos y se ha divorciado dos veces. Sigue llevando relojes más grandes que él y me pregunto si se los quita cuando juega al tenis cada semana. El derecho de familia le corre por las venas. Dirige el despacho de abogados que fundó su abuelo,
Luis
Villalba, hace casi un siglo. Zarraluqui
“En su época las mujeres eran un cero a la izquierda y solo se podían separar. En la de mi padre [también llamado Luis Zarraluqui y segunda generación] el 90% de los divorcios eran por infidelidades del marido. Ahora ya no necesitas argumentar causas. Te puedes divorciar simplemente porque estás aburrido. No te deseo ningún mal, pero ya no quiero estar contigo. Quiero hacer mi vida, viajar, hacer el Camino de Santiago, llegar a casa y ver la serie que me dé la gana y que no me cuentes nada”, resume explicando las conversaciones que suele oír.
Ypor qué se acaba el amor?”, le pregunto como si tuviera ante mí un oráculo genéticamente predispuesto a entender los secretos del matrimonio. “Las promesas que haces son solo de ese momento. Nadie sabe lo que trae el futuro. Cuando la gente dice ‘Te quiero’, debería añadir: ‘Te quiero, por ahora”. Luis empieza a darme una clase de física con una de sentimientos: “Es difícil sincronizar la velocidad y la dirección en la evolución de una pareja. Aunque tengas las mejores intenciones cuando te comprometes a querer, es complicado de mantener”.
“¿Ha visto algún divorcio con final feliz?”. “Define final feliz”, me reta. Le explico que, según Allen, depende
Woody del momento en el que pares la película. “Un final feliz es salir con las menores magulladuras posibles y mantener la ilusión y el optimismo. Lo bueno de la vida es poder remontar de los errores. ¡La gente que no se ha equivocado no ha vivido!”. No hay nada más optimista que volverse a casar, que, según dicen, es la victoria de la esperanza sobre la experiencia.