RADICAL y FASCINANTE
PARA MUCHOS ERA, SENCILLAMENTE, LA MEJOR. ELENA ASINS FUE UNA DE LAS ARTISTAS ESPAÑOLAS MÁS RESPETADAS DEL SIGLO XX, Y LA EXPOSICIÓN QUE LA GALERÍA MADRILEÑA ELVIRA GONZÁLEZ INAUGURA EL PRÓXIMO 10 DE SEPTIEMBRE SUPONE UN REENCUENTRO MUY ESPERADO.
No se dan tantas oportunidades de ver su trabajo, y menos aún de adquirirlo: hace cinco años, tras la muerte de (Madrid, Elena Asins 1940- Azpíroz, 2015), se supo que había legado todos sus fondos —unas 1.200 piezas— al Reina Sofía, museo que cuatro años antes le había dedicado una gran retrospectiva. Allí la descubrió la coleccionista cubana Fontanals-Cisneros,
Ella que quedó deslumbrada: “Le compré una obra y habría comprado más, pero ella no quería vender”, nos desvela. “Manolo Borja-Villel, el director del Reina Sofía, me advirtió que era muy difícil. Y tenía razón”.
Difícil en todos los sentidos. No buscaba complacer, sino ser consecuente con su ideal ascético. Dicen que durante sus últimos años, sola en su casa de los montes navarros, se alimentaba exclusivamente de té y galletas francesas, mientras hacía lo único que le interesaba: crear. Su obra, abstracta y geométrica, rehuía el color para limitarse casi siempre al blanco y negro. Trabajaba en series con múltiples variaciones, bajo principios musicales —Johann era
Sebastian Bach uno de sus referentes— y también filosóficos —las teorías lingüísticas de
Ludwig Wittgenstein—. Y fue una de las pocas pioneras que ya en la década de los sesenta utilizó los ordenadores para producir obras artísticas. Todo en ella era radical, y por eso resulta tan fascinante.