Asesino de saldo
Hit man, la nueva película del cineasta Richard Linklater, también autor del guion junto a su protagonista, el actor Glen Powell, toma como punto de partida un artículo periodístico publicado hace dos décadas en Texas Monthly y escrito por Skip Hollandsworth. El director de Boyhood (2014), tan proclive a hibridar la realidad con la ficción en algunas de las obras de su extraordinaria filmografía, no es la primera vez que recurre a la crónica periodística, ya que en su magnífica Bernie (2011) ya partió de un artículo, del mismo Hollandsworth, para, como ahora en Hit man, revelarnos cómo tras un afable tanatopractor se escondía un frío y cínico asesino. La inspiración, y de paso el homenaje, parte ahora de la figura de Gary Johnson, profesor universitario de psicología y filosofía, que además ejerció de falso sicario para la policía de Nueva Orleans, para así poder atrapar a contratistas de asesinos a sueldo para deshacerse de alguien.
Lo que inicialmente podría llevarnos a transitar por el terreno del noir, no tarda en convertirse en una obra que vulnera ese género y muta continuamente, de la misma manera que su protagonista va componiendo, bajo diferentes disfraces, distintas identidades. Y así pues, bajo una mirada lúdica, no exenta de acidez, y un tono deshinibido, Hit man se convierte en parábola existencial, con un interesante reflexión sobre la identidad y sus límites, sobre quiénes somos en realidad, sobre lo que proyectamos, y lo hace sin afectación ni aires de trascendencia –a pesar de los discursos que Johnson les da a sus alumnos–. La película está recorrida por la ligereza y unas divertidísimas dosis de humor negro para ir a parar a los terrenos de la comedia romántica y de enredos, lo que conecta el film con clásicos del género como los dirigidos por Howard Hawks o Ernst Lubitsch.
Pero no solo eso: Hit man, en la que no solo subyace conexión cinéfila, alejada del exhibicionismo tarantiniano, sino también una reflexión en torno al trabajo de actor y al concepto de puesta en escena, termina por ofrecernos un nuevo, enésimo, ejemplo de la capacidad de Linklater para conjugar, de forma natural, profundas y humanistas reflexiones, y esta vez desde una reconfortante irreverencia, incluso amoralidad.