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“A Guardiola le atrae que le cuentes la vida que no ha visto”

- Rafa Cabeleira DÍDAC PEYRET Barcelona

¿A qué se dedica Rafa Cabeleira?

Podríamos decir que me dedico casi profesiona­lmente al columnismo, pero que durante mucho tiempo me dediqué básicament­e a nada. A acumular trabajos y a perderlos. A hundir empresas, incluso familiares. Yo me encontré con esto un poco de casualidad y tampoco te diría que era el gran sueño de mi vida. Simplement­e es el único trabajo que me ha durado más de seis meses.

Ahora que está muy de moda decir que sufres el síndrome del impostor...

Cuando realmente lo eres no puedes tener el síndrome [sonríe]. Pero siempre pienso que llegué de rebote y que, en algún momento, se acabará descubrien­do la farsa y aparecerá alguien diciendo: `este chico nos la ha colado durante unos años'.

Pero de momento tienes un grupo de lectores bastante fiel...

En el fondo vives de la gente y nunca sabes cuándo se van a cansar de ti. Tengo muy claro que hay un público que nunca se cansa de ti, que es el `hater'. El `hater' es la cosa más fiel que hay. Son como la guadaña que está esperando para cazarte. Pero, con los que les gusta leerme, siempre tengo la sensación de que va a llegar otro que lo va a hacer mejor y se acabará la mamandurri­a, que diría Esperanza Aguirre.

Iñaki Uriarte dice que él no escribe porque tenga algo que decir, sino porque está muy nervioso, ¿tú, por qué escribes?

Bueno, pues escribo en realidad para comer, que se ha convertido en una especie de obligación vital. Si tuviese la vida solucionad­a, creo que no tendría la necesidad de escribir sobre Cristiano. Pero estaría bien saberlo.

No tienes la vida solucionad­a pero Guardiola te ha hecho un prólogo, ¿no te sorprende lo mucho que se relaciona con gente que le representa tan poco?

[Sonríe]. No sé, creo que a él le atrae la otra cara de la moneda. Sentarse a charlar con Lu Martín y que le cuente mil historias de la noche y de la vida disoluta de los periodista­s. Supongo que conmigo le pasaría un poco lo mismo. Guardiola es un tío con un gran sentido del humor. Él eso lo valora mucho: la anécdota, la broma, todo eso le encanta. Y es un poco lo que busca en gilipollas como nosotros. Supongo que siempre nos atraen los opuestos. Los que te enseñan la vida que no has visto.

Enrique Ballester dice que la pereza y el odio mueven el mundo. ¿Qué papel juegan en tu vida? Bueno, con la pereza he tenido que aprender a convivir porque al final me he dado cuenta de que es mi estado natural. He intentado muchas veces no ser perezoso, pero no me sale. Pero yo siempre digo que empecé a escribir por envidia. Yo tenía un bar de mi familia y se me ocurrió la brillante idea de convertirl­o en una especie de Café Gijón. Te hablo de un bar de un pueblo marinero de mierda. Y entonces, como ya conocía a Jabois y a Tallón del Twitter, empezamos a organizar cenas. Que en realidad solo organicé una porque me salió carísima. Y, cuando estos me hablaron de cómo era su vida, fue cuando me animé a escribir un blog. Si empecé a escribir, fue por envidia a estos cabrones.

La ironía está muy presente en lo que escribes. ¿Crees que es paralizant­e? Uno se imagina antes a un cínico tuitendo en batín que cambiando el mundo ....

Creo que para la mayoría de gallegos la ironía es un estado natural. Es algo que llamamos siempre la retranca. Aquí desde niños nos hemos acostumbra­do a unos ambientes donde todo es muy serio pero nada se dice en serio. Es algo que te viene muy aprendido. Yo a la ironía ni le doy ni le quito importanci­a. Es mi manera de relacionar­me con el mundo desde que soy niño. ¿Hasta qué punto reírse de uno mismo es una forma de protegerse de los demás?

Yo he tenido épocas dispares. He sido un adolescent­e muy creído de mí mismo, pero mis amigos me quitaron la tontería a bofetones. Yo ahora no tengo ningún problema en contar las historias más humillante­s de mi vida con una sonrisa en la cara. De hecho me encanta hablar de mis miserias. Sergi Pàmies dice que es cruyffista, pero que en la vida se entrega al catenaccio, ¿dónde te ubicamos a ti?

[Sonríe]. A ver, hay dos cosas. La primera,

no me entra en la cabeza que haya culés que no sean cruyffista­s. Esa gente que es del Barça, y no es cruyffista o guardiolis­ta, me hace pensar en aquello que decía mi abuelo de que la mayoría de gente es imbécil. Luego, en lo de la vida, soy un poco como Pàmies. Rebajar las expectativ­as me parece una forma razonable de encontrar cierta felicidad.

Estás en lo que los optimistas llaman la madurez, ¿la crisis de los cuarenta es la de la nostalgia?

Con la nostalgia me pasa lo mismo que con la ironía, creo que es algo que nos viene de serie a los gallegos. Yo siento que he vivido con nostalgia desde los seis años. Como si siempre hubiera pensando que lo mejor de mi vida ya pasó. Es algo que llevo muy dentro.

¿También con el fútbol?

El fútbol siempre ha sido una especie de retroceso a la infancia. De niño yo sentía que estaba viendo un espectácul­o de hombres. Veía a los futbolista­s y me parecían unos señores mayores, con valores, con fuerza, con tal. Y ahora los veo como niños. Entonces más que un ejercicio de nostalgia es una putada, ¿no? [risas]. Me estaré haciendo muy mayor. Cuando empiezas a verlos como niños es cuando empiezas a ver que te han cambiado el ángulo de la vida. Es cuando ves que ya no estás de subida, que estás de bajada en la vida. Y eso más que nostalgia es una putada.

Dice tu madre que fuiste fanático del Madrid de pequeño por mucho que ahora vayas de culé...

Yo me crié en un bar con la figura de mi abuelo muy presente. Y mi abuelo, que era muy madridista, para mí era Dios, pero el de verdad, ¿eh? No el de la iglesia. Yo de hecho no tengo demasiada conscienci­a pero, si a mi madre le hace ilusión recordarme el pasado madridista, por una madre se aguanta eso y mucho más.

¿Cuándo hiciste el clic?

Cuando muere mi abuelo, el bar pasa a ser del Barça, como mi padre y mi tío. Digamos que empiezo a ser consciente del mundo rodeado de culés. Es una época que perdemos mucha clientela y los señores me llaman Archibald por el pelo que no tengo ahora.

A columnista­s como tú se os pone la etiqueta de Umbralista­s y no siempre con cariño, ¿qué les dirías?

Que hace cinco años no me sentía demasiado atraído por la literatura ni tenía grandes referentes. Que era guardiolis­ta, cruyffista y barista.

Cuando empiezas a ver a los futbolista­s como niños, es que estás de bajada en la vida

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