Sport

Johan Cruyff descansa en El Montanyà

Las últimas semanas de vida de Johan Cruyff estuvieron llenas de experienci­as en las que se combinaron la tristeza por la enfermedad con el optimismo general que desprende la familia

- ALBERT MASNOU @albert_masnou

11 DE MARZO DE 2016

Noche cerrada en el restaurant­e del Club de Golf El Montanyà, una preciosida­d de campo ubicado a la falda del Montseny. La nieve está ya fundida y, aunque en esta zona de Catalunya la primavera tarda algo en llegar, también ha desapareci­do el frío intenso. El Montanyà es un paraíso de calma y tranquilid­ad, la zona en la que Johan Cruyff encontró la paz desde que se instaló en 1974. Y también cuando murió, hace un año. El que fuera técnico del Barcelona y padre de lo que ahora es el club descubrió esta zona cuando era jugador y ya nunca la abandonó. Ni su casa, ni el club de golf, ni el restaurant­e, cuyos responsabl­es le han dedicado un espacio. Al lado de la ventana con vistas al hoyo 1 y el 18, Johan tiene allí la mesa número 14 con la fotografía de Jordi Cotrina en la que aparece Johan abrazado a una pelota antigua, esa imagen que presidiero­n el tributo que el Camp Nou le rindió tras su muerte. Hoy, El Montanyà, el campo de golf y el restaurant­e se han convertido en un lugar de peregrinaj­e para todos los que idolatraba­n a Johan. Ese 11 de marzo por la noche acudió como tantas otras veces a cenar con la única compañía de Danny, su esposa. Cenaron ese viernes tranquilam­ente y luego, como tantas otras veces, se desplazaro­n en coche hasta su casa. Ni Johan ni

Danny sabían que esa era la última cena que celebraría­n juntos en un restaurant­e. La última cena en el restaurant­e de El Montanyà. A partir de ese momento, ya todo fueron hospitales y lágrimas.

12 DE MARZO DE 2016

Johan y Danny desayunan juntos en su casa de El Montanyà. Johan ya no puede coger la galleta en el desayuno, los dedos le fallan y no le hacen las pinzas. Johan dejó de coordinar movimiento­s. Danny se asusta y no duda en actuar. Ayuda a Johan a entrar en el coche, lo sitúa en el asiento del acompañant­e. Al ver que le costaba incluso mantenerse erguido, reclina el asiento hasta que Johan queda casi completame­nte estirado. Danny se sitúa al volante y conduce los 60 kilómetros que distan su casa de Barcelona. Primero la carretera de curvas hasta Aiguafreda, la localidad más próxima a su casa, y luego hasta la Clínica Teknon. Danny conduce hasta el hospital del que

Johan ya no saldría con vida.

24 DE MARZO DE 2016

Johan Cruyff fallece a los 68 años en la clínica Teknon de Barcelona. La familia emite un comunicado y, a diferencia de lo que ocurrió cuando contrajo la enfermedad, no hubo filtracion­es previas en los medios de comunicaci­ón. Ese escape fue precisamen­te uno de los principa-

Sus restos fueron esparcidos por la familia en el jardín de su casa a las afueras de Barcelona

Allí era cuando dejaba de ser Cruyff para convertirs­e en Johan; era su retiro de paz Danny, sola, fue este invierno a las Islas Mauricio, un viaje que hacía con Johan

les motivos por los que la familia se había puesto en alerta. Que Catalunya Ràdio anunciara la enfermedad de Johan sin el consentimi­ento de la familia fue una señal para todos en ese proceso que se inició oficialmen­te el 22 de octubre de 2015. Desde que ese día la familia anunció que padecía un cáncer de pulmón hasta su muerte pasaron cinco meses y dos días. 154 días, el primer y último número que dice mucho de lo que ha sido su vida y su carrera deportiva (llevaba el dorsal ‘14’).

PRIVACIDAD La familia pidió privacidad para poder vivir aquellos días en tranquilid­ad, para batir una lucha contra la enfermedad quizás provocada por la adicción de Johan al tabaco durante muchos años de su vida. Un día dijo eso que “en mi vida he tenido dos grandes vicios: fumar y jugar al fútbol. El fútbol me lo ha dado todo en la vida y, en cambio, fumar casi me la quita”. Y, años después de ese anuncio televisivo, volvía a estar en el mismo punto. “Johan siempre mostró una actitud muy positiva durante todo el proceso, increíblem­ente positiva”, explican sus cercanos de cómo vivió su lucha diaria contra el cáncer. Así fue que un día dijera públicamen­te eso que “sé el nombre de mi enfermedad pero no el apellido” o “estoy convencido de ganar esta batalla”. Así lo decía públicamen­te y también privadamen­te, a su familia y a sus amigos. Un grupo de oncólogos hizo suya su lucha contra este cáncer tan agresivo. El propio Jordi les dio las gracias a todos ellos cuando le tocó convertirs­e por primera vez en el portavoz de la familia el día que se organizaro­n los actos públicos en el Camp Nou. Jordi se acordó de todos, pero en especial de Toni

Tramullas por “su trabajo excepciona­l”. El que fuera médico del Barça y amigo personal de Johan es quien dirigió al grupo de especialis­tas en esta titánica batalla.

28 DE MARZO DE 2016

La familia al completo regresa a El Montanyà con un recipiente en el que están las cenizas de los restos mortales de Johan Cruyff. En un acto privado, la familia esparce las cenizas sobre el jardín de la casa en la que nació Jordi Cruyff (1974) y en la que se criaron sus otras dos hijas, Chantal (1970) y Susila (1972). El Montanyà fue la reserva espiritual de Johan, el lugar donde dejaba de ser jugador y era padre, el lugar en el que se paseaba sin ser incordiado, el lugar donde se quedaba bocabierto contemplan­do como la naturaleza iba cambiando de expresión. Aunque Johan era un ciudadano del mundo, El Montanyà era su rincón preferido. Por lo que representa­ba para él y para su familia, las cenizas de Johan están hoy esparcidas por el jardín de la casa de su propiedad desde 1974.

Johan dejaba de ser Cruyff en el Montanyà. Y era él el que bajaba cada día a Aiguafreda a comprar el periódico y el pan. No era una faena para Danny sino para él. Y también era él el que acudía al restaurant­e del campo de golf para recoger la comida que reservaban cuando Danny no tenía ganas de cocinar. Johan y Danny tenían (Danny sigue allí) una peña en El Montanyà, amigos algunos de los cuales son casi de la familia. Vecinos con los que siempre tuvo una sintonía especial y que acostumbra­ban a quedar para cenar, para irse de vacaciones, para charlar, para reír o para llorar. Para lo que fuese, que para eso son los amigos. La familia se sentía muy vinculada a esa gente anónima que nunca traicionó la notoriedad de Johan. Eran como si fueran de la familia. Y la familia era sagrada para Johan. “Cuando entraba en casa, dejaba siempre los problemas fuera”, dicen de él. “Tenía una imagen pública y otra en casa, donde solo era Johan, el padre”, dicen.

ENERO DE 2017

La pareja tenía sus rituales, tantos como el vivido en las Islas Mauricio. Allí acudían cada año durante cuatro semanas. Iban en invierno. Siempre al mismo hotel. Siempre a la misma playa. Incluso en 2016, cuando Johan no estaba en perfectas condicione­s. En previsión por si durante esas cuatro semanas tenía que efectuar quimiotera­pia, Johan había contactado con un hospital de Johanesbur­go para acudir. No estaba lejos de las Islas Mauricio y si el médico que le trataba en Barcelona le aconsejaba tener que hacerlo, hubiera cogido uno de los aviones de su amigo holandés que tiene una compañía aérea para ir hasta dicho hospital. Hacía tiempo que se conocían, desde que Johan fue el protagonis­ta de un anuncio publicitar­io. Johan no quiso cobrarle nada. Solo usar sus aviones cuando lo necesitara. Al final no fue necesario ese que debía llevarlo a Johanesbur­go. Con la idea de recordar los mágicos momentos vividos en las Islas Mauricio, Danny regresó allí durante enero de este año. Y se fue sola. Durante cuatro semanas. Solo con la idea de revivir unos días del recuerdo de Johan sin que nadie la molestara. Sin que nadie la alterara. Fue su particular homenaje. Necesitaba estar

cerca de él y allí le encontró. Cuando volvió, sus hijas y algún amigo de Johan le habían preparado una sorpresa. Danny había comprado un piso en la zona alta de Barcelona, una residencia vetusta que precisaba una reforma importante. Las obras ya habían acabado y los hijos le habían efectuado la mudanza de la casa que tiene la familia en la calle Margenat. Hoy, esa casa con vistas a la clínica Teknon, está en venta. Danny, Diana Margaretga Coster, necesitaba un cambio en Barcelona. A diferencia de la del El Montanyà, donde sigue acudiendo. Las hijas le hicieron la mudanza durante su estancia en Islas Mauricio.

Danny siempre fue el imán de la familia, la que tenía el poder aglutinado­r pese a las circunstan­cias personales de cada hijo o de los yernos o nueras que haya tenido. “El sentido positivo de la vida de la familia es impresiona­nte”, aseguran quienes les conocen. “Está claro que la familia está impregnada de la personalid­ad de los padres”, dicen quienes ahora echan la vista atrás y recuerdan la serenidad con la que Johan afrontó la enfermedad y, especialme­nte, las últimas semanas de su vida.

Danny intenta rehacer su vida ahora sin olvidar un hombre que le marcó. Ese hombre al que algunos acusaron de pesetero y una de cuyas máximas era, sin embargo, “el último traje nunca lleva bolsillos”. Porque nada se llevó al otro mundo salvo la admiración de todos.

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JULIO CARBÓ
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