Ser Padres

Contacto físico

Esencial para sobrevivir

- Martina Domeño

Carla acaba de nacer y siente frío. No llora, pero está confusa. Enseguida la colocan encima de Esther, su madre. En contacto con su piel la reconoce, la huele, siente su calor y entonces todo vuelve a estar bien, en orden. Mamá la toca despacito, como queriendo cerciorars­e de que sí, de que ese ser que la mira con los ojos muy abiertos es su hija. Acaban de conocerse y, gracias al contacto físico, de enamorarse. Estas experienci­as agradables liberan en el cerebro hormonas que favorecen la unión de la madre con el bebé.

Este ha sido el primero de los muchos contactos físicos que compartirá­n Esther y Carla a lo largo de toda su vida y, sobre todo, de los primeros años de la niña. Esther la despierta todas las mañanas con caricias, desayuna con ella y le cambia el pañal, momento en el que aprovecha para hacerle pedorretas en la tripa. Cuando toca la hora del baño, madre e hija también se reservan unos minutos para jugar y darse de besos. Por la noche, Esther le hace un pequeño masajito justo antes de acostarse.

¿Resultado? Gracias a las caricias, Carla crece sabiéndose amada y tendrá muchas posibilida­des de alcanzar un buen desarrollo psicológic­o, físico y afectivo. No lo decimos nosotros, lo dicen numerosas investigac­iones.

En la segunda década del siglo XIX el índice de mortalidad infantil de los menores de un año en diversos orfanatos y hospitales pediátrico­s de Estados Unidos era enorme, según cuenta el antropólog­o Ashley Montagu en su libro El Contacto Humano (editorial Paidós). Este porcentaje fue reduciéndo­se cuando se descubrió que esos niños precisaban algo más que la satisfacci­ón de sus necesidade­s físicas básicas para sobrevivir. Ese algo era el contacto físico amoroso con su madre o cualquier otra persona capaz de entablar un vínculo afectivo. Así, se descubrió que los bebés a los que se les cogía en brazos y con los que los cuidadores jugaban, tenían muchas más posibilida­des de sobrevivir.

Y no solo eso: los psicólogos creen que un adulto que toca a los demás, que abraza o usa el contacto físico para calmar a otro, segurament­e recibió mucho contacto físico cuando era pequeño. Por el contrario, un niño que no ha sido tocado cariñosame­nte, generalmen­te no permite que le toquen; no se acerca, todo su cuerpo rechaza el abrazo.

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