Contacto físico
Esencial para sobrevivir
Carla acaba de nacer y siente frío. No llora, pero está confusa. Enseguida la colocan encima de Esther, su madre. En contacto con su piel la reconoce, la huele, siente su calor y entonces todo vuelve a estar bien, en orden. Mamá la toca despacito, como queriendo cerciorarse de que sí, de que ese ser que la mira con los ojos muy abiertos es su hija. Acaban de conocerse y, gracias al contacto físico, de enamorarse. Estas experiencias agradables liberan en el cerebro hormonas que favorecen la unión de la madre con el bebé.
Este ha sido el primero de los muchos contactos físicos que compartirán Esther y Carla a lo largo de toda su vida y, sobre todo, de los primeros años de la niña. Esther la despierta todas las mañanas con caricias, desayuna con ella y le cambia el pañal, momento en el que aprovecha para hacerle pedorretas en la tripa. Cuando toca la hora del baño, madre e hija también se reservan unos minutos para jugar y darse de besos. Por la noche, Esther le hace un pequeño masajito justo antes de acostarse.
¿Resultado? Gracias a las caricias, Carla crece sabiéndose amada y tendrá muchas posibilidades de alcanzar un buen desarrollo psicológico, físico y afectivo. No lo decimos nosotros, lo dicen numerosas investigaciones.
En la segunda década del siglo XIX el índice de mortalidad infantil de los menores de un año en diversos orfanatos y hospitales pediátricos de Estados Unidos era enorme, según cuenta el antropólogo Ashley Montagu en su libro El Contacto Humano (editorial Paidós). Este porcentaje fue reduciéndose cuando se descubrió que esos niños precisaban algo más que la satisfacción de sus necesidades físicas básicas para sobrevivir. Ese algo era el contacto físico amoroso con su madre o cualquier otra persona capaz de entablar un vínculo afectivo. Así, se descubrió que los bebés a los que se les cogía en brazos y con los que los cuidadores jugaban, tenían muchas más posibilidades de sobrevivir.
Y no solo eso: los psicólogos creen que un adulto que toca a los demás, que abraza o usa el contacto físico para calmar a otro, seguramente recibió mucho contacto físico cuando era pequeño. Por el contrario, un niño que no ha sido tocado cariñosamente, generalmente no permite que le toquen; no se acerca, todo su cuerpo rechaza el abrazo.