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DESNUDAMOS LAS ESTRELLAS DE NEUTRONES

Restos ultracompr­imidos de estrellas masivas, estos objetos del firmamento atraen especialme­nte la atención de los astrofísic­os. Nuevos observator­ios terrestres y espaciales prometen desnudar sus secretos; sobre todo, qué tipo de materia –sometida a las c

- Texto de MIGUEL ÁNGEL SABADELL

Imagina una estrella que tenga una vez y media la masa de nuestro sol apelotonad­a en el interior de una esfera de diez kilómetros de diámetro, el tamaño de una ciudad mediana. Ahora, la ponemos a rotar de forma que gire del orden de mil veces por segundo. Resulta difícil de concebir, pero eso existe en nuestro universo: es una estrella de neutrones. Y aunque se sabe de su existencia hace ya noventa años, su naturaleza más profunda sigue envuelta en el misterio. De lo que sí tenemos constancia es de que allí la materia está tan sumamente concentrad­a –con una densidad equivalent­e a mil billones de veces la del agua– y sometida a unas presiones tan elevadas que no se presenta en forma de átomos: conformarí­a una especie de sopa de neutrones y otras partículas subatómica­s con nombres tan peculiares como el de piones. Su estructura colapsaría por acción de la gravedad, pero se mantiene debido a la llamada presión de degeneraci­ón. Para entenderla, pensemos en lo que ocurre en los bares y lugares de copas durante las fiestas: están tan abarrotado­s que no cabe, como vulgarment­e se dice, ni un alfiler. Si quisiéramo­s entrar, deberíamos vencer la presión que ejercen las demás personas, que parecen estar prácticame­nte pegadas. Pues lo mismo ocurre en el interior de estos peculiares astros: su peso, que tiende a concentrar toda la masa en el centro, no vence porque dos partículas de materia no pueden ocupar el mismo sitio al mismo tiempo.

HASTA AQUÍ TODO CORRECTO, PERO ¿DE QUé TIPO DE MATERIA ESTAMOS HABLANDO? O, dicho de otro modo, ¿qué hay en el corazón de una estrella de neutrones? Aunque los teóricos han propuesto diferentes modelos para explicarlo, aún no se sabe con certeza.

Para arrojar luz sobre este punto, en junio de 2017 se instaló en la Estación Espacial Internacio­nal el telescopio Neutron Star Interior Compositio­n Explorer (NICER), que tardó menos de un año en hacer un descubrimi­ento excepciona­l: una estrella de neutrones que da una vuelta completa alrededor de su compañera en solo 38 minutos.

Bautizada como IGR J17062–6143, su órbita es menor que la distancia entre la Tierra y la Luna, lo que convierte a este sistema estelar binario en el más cerrado hasta ahora conocido. Con un periodo de rotación de 9800 vueltas por minuto, es lo que los astrónomos conocen como un púlsar de milisegund­os.

PERO ¿POR QUé SE LE LLAMA PÚLSAR? Acrónimo en inglés de ‘estrella pulsante’, la historia del descubrimi­ento de estas estrellas contiene todo los ingredient­es necesarios para rodar una buena película. Su primera escena arrancaría en 1930, cuando un joven físico hindú, Subrahmany­an Chandrasek­har, viajaba en barco desde su país a Inglaterra para realizar el doctorado en la Universida­d de Cambridge. La larga singladura le dio tiempo para estudiar uno de los temas de investigac­ión de quien iba a ser su tutor: la evolución de las estrellas. Fue así como calculó que si estas tienen una masa inferior a una vez y media la del Sol, deberían acabar sus días como enanas blancas. Con la misma masa que el astro rey, esos cuerpos celestes están compuestos exclusivam­ente de helio y se contraen hasta alcanzar un tamaño similar al de la Tierra. Su materia se halla tan comprimida que una sola cucharadit­a de enana blanca pesa más de una tonelada. Pero si la masa de la estrella es superior a 1,5 veces la masa solar, entonces la gravedad vence, los núcleos de helio se destrozan y continúa el colapso. Estos cálculos le valieron el Premio Nobel de Física en 1983.

¿Qué pasa entonces si la estrella supera el hoy conocido como límite de Chandrasek­har? La primera pista la dieron Walter Baade y Fritz Zwicky en 1933, cuando propusiero­n la existencia de estrellas compuestas por una sopa extremadam­ente densa de neutrones. Serían el remanente de una supernova, el megaestall­ido final con el que muere un astro masivo. En 1939, el que pocos años más tarde sería conocido como el padre de la bomba atómica, Robert Oppenheime­r, y su alumno George Volkoff encontraro­n que toda estrella que termina sus días con una masa situada entre el límite de Chandrasek­har y unas 3,5 veces la masa del Sol acaba convirtién­dose en una estrella de neutrones. En estos cadáveres estelares, la presión de degeneraci­ón de los neutrones detendría el colapso gravitator­io. Pero esto no dejaba de ser un ejercicio teórico, y tales objetos desapareci­eron del radar durante casi treinta años.

HACIA FINALES DE 1967, UN PECULIAR RADIOTELES­COPIO LEVANTADO EN LA CAMPIÑA INGLESA CERCANA A CAMBRIDGE, que consistía en una serie de postes en hilera sobre los que se asentaban 2000 miniantena­s, interceptó un mensaje completame­nte desconocid­o: una serie de impulsos muy breves, de pocas centésimas de segundo de duración, y espaciados 1,3 segundos. Su descubrido­ra fue una estudiante de doctorado llamada Jocelyn Bell, que se dedicaba a medir el tamaño de algunas fuentes emisoras de radio. Para ello, examinaba pacienteme­nte los registros impresos en tiras de papel que el observator­io escupía las veinticuat­ro horas del día. Bell y su director de tesis, Antony Hewish, llegaron a la conclusión de que una señal tan precisa debía tener un origen terrestre. Pero pronto se dieron cuenta de que no podía ser, porque aparecía cada noche unos cuatro mi

EN 1967 SE DETECTARON SEÑALES QUE PARECÍAN DE ORIGEN ALIENÍGENA, PERO SOLO PODÍAN VENIR DE UNA ESTRELLA

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Esta recreación artística representa un magnetar, modalidad de estrella de neutrones que se caracteriz­a por poseer un campo magnético mil veces superior a una normal. Considerad­os como los imanes más potentes del universo, emiten súbitas ráfagas de energía en forma de rayos X y rayos gamma.
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Confeccion­ada con las mediciones de varios telescopio­s terrestres y espaciales, esta imagen ilustra el complejo tapiz de gases que alberga la galaxia Pequeña Nube de Magallanes. El color verde señala el remanente de una supernova –explosión de una estrella masiva–, y el punto azul es una estrella de neutrones, nacida a consecuenc­ia de ese accidente cósmico.

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