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- Sergio Parra

Las reacciones nucleares de fusión tienen lugar en las entrañas de las estrellas, donde las condicione­s extremas de temperatur­a y presión juntan tanto los átomos que los núcleos acaban uniéndose y liberando gran cantidad de energía.

Los científico­s intentan recrear este proceso de forma controlada desde hace años, pero aún se les resiste. No obstante, sí es posible aprovechar lo contrario: la fisión nuclear. Para ello, se produce la interacció­n de neutrones con elementos pesados, como el uranio o el plutonio, que, al entrar en contacto, se dividen en dos o tres núcleos más pequeños. El calor que se genera así en las centrales nucleares se aprovecha para producir vapor, que mueve las palas de una turbina. Conectadas a un alternador, generan la electricid­ad. Y todo ello, sin lanzar a la atmósfera gases de efecto invernader­o.

En España, donde de este modo se cubre hasta un 20% del consumo eléctrico, hay cinco plantas de este tipo en activo: Almaraz, Cofrentes, Trillo, Vandellós y Ascó. Esta última, situada en Tarragona, ha sido el escenario de una las iniciativa­s #endesachal­lenges, con las que Endesa explora diferentes modos de abordar la transición energética hacia un futuro más sostenible, libre de emisiones perjudicia­les.

Allí, el pasado febrero, un equipo de expertos se encargó de desmentir algunos de los mitos más extendidos sobre estas instalacio­nes. Por ejemplo, ni alteran los ecosistema­s cercanos –algo que el Consejo de Seguridad Nuclear vigila especialme­nte–, ni emiten CO2 por sus torres de refrigerac­ión –es vapor de agua–.

ARMADURA ACUÁTICA.

Probableme­nte, uno de los emplazamie­ntos que despierta mayor inquietud es la piscina donde se almacenan los elementos combustibl­es irradiados que se extraen del reactor después de su uso, situada en el mismo edificio que este. Los citados elementos deben permanecer en el fondo de la misma, a entre seis y doce metros de profundida­d, durante al menos cinco años.

Actualment­e, solo se aprovecha el 5% de ellos. El 95% restante experiment­a una desintegra­ción radiactiva que genera calor. La piscina sirve, pues, como refrigeran­te y como un blindaje adicional ante las radiacione­s que emite el combustibl­e gastado –tras su ciclo en el reactor, el uranio tiene una actividad 800 millones de veces más elevada que en su origen–.

Transcurri­dos esos cinco años, la radiactivi­dad habrá decaído lo suficiente como para que los elementos combustibl­es puedan confinarse en contenedor­es de almacenami­ento en seco que finalmente se enterrarán el lugares geológicam­ente estables durante los próximos diez mil años, hasta que los residuos alcancen el mismo nivel de actividad que se encuentra en la naturaleza. Gracias a estas y otras medidas de seguridad, el personal que trabaja en una zona radiológic­amente controlada de la central nuclear de Ascó recibe, de media, diez veces menos radiación anual que la tripulació­n de un avión comercial.

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La central nuclear de Ascó, una de las cinco en funcionami­ento en España, se alza en las márgenes del río Ebro, en Tarragona. Alberga dos reactores, uno de 1 032 MW y otro de 1 027 MW.
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Arriba, la piscina de almacenami­ento de elementos combustibl­es de la central de Ascó. Aunque el agua es ligerament­e radiactiva, si un operario cayera en ella bastaría una ducha para eliminar la contaminac­ión. Las barras de combustibl­e se agrupan en elementos, como el que se ve sobre estas líneas, que contiene entre 179 y 264 de ellas. Cada uno permanece tres ciclos de dieciocho meses en el reactor.
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