Actualidad
Las reacciones nucleares de fusión tienen lugar en las entrañas de las estrellas, donde las condiciones extremas de temperatura y presión juntan tanto los átomos que los núcleos acaban uniéndose y liberando gran cantidad de energía.
Los científicos intentan recrear este proceso de forma controlada desde hace años, pero aún se les resiste. No obstante, sí es posible aprovechar lo contrario: la fisión nuclear. Para ello, se produce la interacción de neutrones con elementos pesados, como el uranio o el plutonio, que, al entrar en contacto, se dividen en dos o tres núcleos más pequeños. El calor que se genera así en las centrales nucleares se aprovecha para producir vapor, que mueve las palas de una turbina. Conectadas a un alternador, generan la electricidad. Y todo ello, sin lanzar a la atmósfera gases de efecto invernadero.
En España, donde de este modo se cubre hasta un 20% del consumo eléctrico, hay cinco plantas de este tipo en activo: Almaraz, Cofrentes, Trillo, Vandellós y Ascó. Esta última, situada en Tarragona, ha sido el escenario de una las iniciativas #endesachallenges, con las que Endesa explora diferentes modos de abordar la transición energética hacia un futuro más sostenible, libre de emisiones perjudiciales.
Allí, el pasado febrero, un equipo de expertos se encargó de desmentir algunos de los mitos más extendidos sobre estas instalaciones. Por ejemplo, ni alteran los ecosistemas cercanos –algo que el Consejo de Seguridad Nuclear vigila especialmente–, ni emiten CO2 por sus torres de refrigeración –es vapor de agua–.
ARMADURA ACUÁTICA.
Probablemente, uno de los emplazamientos que despierta mayor inquietud es la piscina donde se almacenan los elementos combustibles irradiados que se extraen del reactor después de su uso, situada en el mismo edificio que este. Los citados elementos deben permanecer en el fondo de la misma, a entre seis y doce metros de profundidad, durante al menos cinco años.
Actualmente, solo se aprovecha el 5% de ellos. El 95% restante experimenta una desintegración radiactiva que genera calor. La piscina sirve, pues, como refrigerante y como un blindaje adicional ante las radiaciones que emite el combustible gastado –tras su ciclo en el reactor, el uranio tiene una actividad 800 millones de veces más elevada que en su origen–.
Transcurridos esos cinco años, la radiactividad habrá decaído lo suficiente como para que los elementos combustibles puedan confinarse en contenedores de almacenamiento en seco que finalmente se enterrarán el lugares geológicamente estables durante los próximos diez mil años, hasta que los residuos alcancen el mismo nivel de actividad que se encuentra en la naturaleza. Gracias a estas y otras medidas de seguridad, el personal que trabaja en una zona radiológicamente controlada de la central nuclear de Ascó recibe, de media, diez veces menos radiación anual que la tripulación de un avión comercial.