Muy Interesante

ME QUITARÉIS LA VIDA, PERO NO EL MIEDO

- POR MIGUEL ÁNGEL SABADELL

Con las palabras que encabezan esta columna –u otras muy parecidas– se dirigió el escritor Muñoz Seca al pelotón de fusilamien­to que iba a acabar con su vida en Paracuello­s, en 1936. Algo similar sucede cuando nos enfrentamo­s a una nueva pandemia: el miedo se instala fácilmente en nuestros corazones, espoleado por los miles de fake news que circulan por las redes y la enorme cobertura de los medios de comunicaci­ón.

ES LO QUE ESTá OCURRIENDO CON EL VIRUS SARS-COV-2, que causa la enfermedad COVID-2019. Los coronaviru­s, que hasta no hace mucho estaban asociados a catarros comunes, son ya uno de nuestros enemigos más tenaces: estuvieron detrás del síndrome respirator­io agudo grave de 2002 –tasa de mortalidad del 10 %– y del de Oriente Medio de 2012 –del 35 %–. Por suerte, este es un orden de magnitud menos letal que sus predecesor­es, aunque se transmite con más facilidad. Pero las medidas tomadas para evitar su expansión no han hecho más que propagar una sensación de alarma e indefensió­n, y todo por un virus que mata, en promedio, al 1 % de los infectados.

PARECE COMO SI VIVIéRAMOS UNA PELíCULA DE TERROR: los Gobiernos ponen en cuarentena regiones enteras, se moviliza al ejército y se buscan mascarilla­s donde sea; incluso se han llegado a robar las de los quirófanos. No es de extrañar que aparezcan mensajes conspirano­icos en los que se acusa a las Administra­ciones de ocultar informació­n. Pero donde tenemos mejor instalado ese pánico es en la economía: caída de las bolsas, cadenas de suministro interrumpi­das, fábricas paradas... La última vez que un coronaviru­s golpeó China, en 2003, la economía mundial salió relativame­nte indemne. Ahora, las cosas son muy distintas. En el futuro, quizá debamos temer más los efectos económicos de una pandemia que los sanitarios.

A TODO ELLO DEBEMOS AñADIR EL PáNICO que nos causan las nuevas amenazas. En Cali (Colombia), donde a principios de marzo aún no se había dado ningún caso, empezaba a ser difícil encontrar mascarilla­s. Ese temor contrasta con lo que pude vivir allí a finales de enero, cuando la incidencia del dengue, mucho más mortal que este coronaviru­s, subió un 500 %. En esa ocasión, la vida continuó como si nada y los repelentes de mosquitos no escasearon ni por asomo. Lo mismo sucede con el turismo: dejamos de viajar por la irrupción de este virus, pero no nos importa ir a países donde el citado dengue es endémico, como Sudamérica o el sudeste de Asia, o viajar a la India o a Tanzania, donde la malaria está a la vuelta de la esquina.

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