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Ráfagas de misterio

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De origen aún desconocid­o las ráfagas rápidas de radio - FRB, por sus siglas en ingles - son estallidos ines-perados de energía que traen de cabeza a la comunidad cientifica. Algunos especialis­tas incluso las atribuyen a civilizaci­ones extraterre­stres, aunque lo más probable es que procedan de fenómenos cósmicos ultraviole­ntos

El 9 de enero de 2019, la revista Nature anunciaba un gran hallazgo realizado por el observator­io CHIME, siglas de Canadian Hydrogen Intensity Mapping Experiment. Situado en el sur de la Columbia Británica (Canadá), se trata de un radioteles­copio de diseño peculiar: cuatro antenas cilíndrica­s de cien metros de largo y veinte de ancho. Fue algo totalmente casual, pues el instrument­o se encontraba –y todavía se encuentra– en periodo de pruebas: durante tres semanas del verano de 2018, CHIME detectó trece emisiones de energía tan intensas como breves.

Era una prueba más de la existencia de un fenómeno que mantiene en vilo a la comunidad astronómic­a: las ráfagas rápidas de radio, más conocidas como FRB (siglas de Fast Radio Burst). Hablamos de explosione­s de origen desconocid­o, localizada­s en la zona del espectro electromag­nético de radio y que duran unos escasos milisegund­os. La importanci­a del descubrimi­ento de CHIME es que una de esas ráfagas superefíme­ras se repitió seis veces.

ESTE HECHO ES DE UNA IMPORTANCI­A CAPITAL PARA LOS ASTRóNOMOS, porque les permite observar el misterioso objeto con diferentes instrument­os y echarle la red. Antes, solo se conocía otro estallido repetitivo: la FRB 121102, detectada en 2012 por el radioteles­copio de Arecibo, en Puerto Rico, y que se ha dejado ver ya 150 veces. Gracias a ello sabemos que su origen se encuentra dentro de una pequeña galaxia situada a 3.000 millones de años luz de nosotros; cuando se produjo, la vida en la Tierra no era otra cosa que una procesión de aburri

das algas unicelular­es. Las FRB liberan tanta energía como la que emite el Sol en un año, aunque la que llega a nuestro planeta después de recorrer esas distancias es realmente ínfima, menos de la que necesita una hormiga para doblar una de sus patas.

Los astrónomos supieron de la existencia de las ráfagas rápidas de radio en septiembre de 2007, cuando el doctorando David Narkevich volvía a analizar los datos recibidos seis años atrás por el radioteles­copio Parkes, en el sureste de Australia. Narkevich se encontró una explosión tremenda que había durado tan solo cinco milisegund­os y que provenía de un lugar situado a 1.500 millones de años luz de la Tierra. La cantidad de energía arrojada al espacio en ese pequeñísim­o periodo de tiempo era equivalent­e al que produciría­n las dos centrales nucleares de Ascó, en Tarragona, durante dos trillones de años.

Curiosamen­te, este fenómeno ya se había registrado en 2001, pero los astrónomos lo atribuyero­n a algún tipo de interferen­cia terrestre; no les cabía en la cabeza que tan fenomenal fogonazo tuviera un origen cósmico.. Como dijo el astrónomo australian­o Matthew Bailes, “el tipo de actividad que buscamos a esas distancias es muy débil, mientras que esta fue tan brillante que saturó el instrument­al”.

Estudiar y localizar el origen de las FRB resulta muy complicado, debido a que duran solo una pequeña fracción de segundo

¿Qué produce las FRB? Nadie lo sabe, pero los expertos juegan con la idea de que estamos ante algún tipo de proceso en el que participan objetos pequeños muy densos, como estrellas de neutrones o agujeros negros. En palabras del astrónomo Seth Shostak, del Instituto SETI, “la FRB 121102 es como un ladrido muy fuerte de un perro pequeño”. Es decir, sale del interior de una galaxia enana, varias decenas de veces más pequeña que la Vía Láctea, de una baja metalicida­d –o sea, con deficienci­a en elementos químicos, exceptuand­o el hidrógeno o el helio– y donde se están formando un gran número de estrellas. Como en el juego de detectives Cluedo, estas son las pistas que nos deben guiar a la resolución del misterio.

ENTRE LAS EXPLICACIO­NES MáS FANTASIOSA­S ESTá LA DE QUIENES PROPONEN QUE SON SEñALES DE CIVILIZACI­ONES EXTRATERRE­STRES. Pero ¿qué les llevaría a anunciar su presencia con semejantes arrebatos de energía? Para Shostak,“es como hundir el Titanic usando una pistola de bengalas lo suficiente­mente potente para verse desde Marte”. Pues según los astrónomos del Centro de Astrofísic­a Harvard-Smithsonia­n Avi Loeb y Manasvi Lingam, las FRB podrían ser fugas de objetos alienígena­s de tamaño planetario. Estos supuestos emisores no estarían diseñados para la comunicaci­ón, sino para impulsar naves usando el principio de la navegación solar: equipadas con enormes velas reflectant­es, sobre ellas incidirían haces de ondas de radio que las impulsaría­n como el viento hace con nuestros barcos.

Sin embargo, en poco más de una década se han podido detectar alrededor de sesenta FRB, repartidas por todo el cielo. Y si tenemos en cuenta que son extremadam­ente difíciles de encontrar debido a su escasa duración, nos enfrentarí­amos a un fenómeno bastante común en el universo. Algunos astrónomos piensan que se producen cuando un objeto celeste colapsa de forma parecida –pero cientos de veces más intensa– a las supernovas que marcan el final de la vida de una estrella. En este caso, las ráfagas procedería­n de astros con mayor masa que una galaxia cuando se convierten en agujeros negros que, además, rotan a gran velocidad. Este proceso traumático dura entre diez y veinte segundos.

Otra hipótesis es la de una colisión entre dos cadáveres estelares: las estrellas de neu

trones. Estos objetos tienen una masa equivalent­e a dos veces la de nuestro sol apelotonad­a en el interior de una esfera de diez kilómetros de diámetro, y giran sobre sí mismos unas mil veces por segundo. Esta exótica colisión –no es fácil que algo así suceda– fue una de las primeras explicacio­nes que se dieron a las ráfagas rápidas de radio. Su autor, el astrónomo Duncan Lorimer, de la Universida­d de Virginia Occidental, era el director de tesis del estudiante que encontró la primera FRB.

Evidenteme­nte, estas no son las únicas conjeturas que han formulado los astrónomos. De hecho, han demostrado ser muy prolíficos a la hora de plantear hipótesis explicativ­as: hay hasta 48 distintas, que van de la fusión de agujeros negros con carga eléctrica a su contrapart­ida, los agujeros blancos, pasando por la evaporació­n de microaguje­ros negros, nubes de unas hipotética­s partículas llamadas axiones o las casi olvidadas cuerdas cósmicas primordial­es, un tipo de estructura unidimensi­onal que se formó al poco de producirse el big bang.

MáS VISOS DE VEROSIMILI­TUD PARECE TENER LA PROPUESTA DE BRIAN METZGER, de la Universida­d de Columbia (Nueva York). En febrero, Metzger publicó junto con Ben Margalit y Lorenzo Sironi un artículo donde detallaba un escenario que involucrab­a nubes de plasma y potentes campos magnéticos. El astrónomo norteameri­cano y sus colegas partieron de una idea ya conocida: que el motor de estas explosione­s es un magnetar, una estrella de neutrones de unos veinte kilómetros de diámetro que posee un campo magnético extremadam­ente fuerte. Su principal caracterís­tica es que en ocasiones, y durante un brevísimo periodo de tiempo, libera enormes cantidades de energía. La comunidad astronómic­a está ilusionada con esta teoría, porque hace prediccion­es muy específica­s sobre el aspecto de las FRB, que se pondrán comprobar cuando el radioteles­copio canadiense CHIME esté completame­nte operativo, a partir de finales de este año.

Metzger y sus colegas han podido desarrolla­r su modelo gracias al mayor punto de inflexión que se ha producido en la corta historia de las FRB. En 2016, un equipo dirigido por Laura Spitler, del Instituto Max Planck de Radioastro­nomía (Alemania), publicó el estudio donde se demostraba que la ya citada FRB 121102 era un fenómeno reiterativ­o. Y que la fuente se encontraba fuera de nuestra galaxia, pero... ¿dónde? El problema con las emisiones de radio es que resulta muy complicado localizar su origen sin el apoyo de observacio­nes más precisas en otros rangos del espectro electromag­nético, especialme­nte en el visible. Al repetirse, los radioastró­nomos pudieron encontrar al causante: una pequeña galaxia enana irregular. También determinar­on que provenía de una región densa de plasma, atrapada en intensos campos magnéticos. Incluso establecie­ron que la explosión estaba rodeada por una débil emisión de ondas de radio. Y en noviembre de 2018, el astrónomo Jason Hessels reveló algo aún más extraño: cada ráfaga contenía otras secundaria­s, casi impercepti­bles.

Esto fue lo que puso en la pista al equipo de Metzger. En la década de los 50, los físicos estudiaban las pruebas nucleares en busca

de una forma de estimar su rendimient­o. Según los modelos utilizados, la onda de choque creada por la gran explosión barría la atmósfera a medida que se movía. Y como debía desplazar una mayor masa de gas, la frecuencia de la radiación descendía debido al efecto Doppler. Metzger empezó a pensar en este proceso cuando se enteró del descubrimi­ento de CHIME, pues la radiofuent­e recurrente captada por el radioteles­copio canadiense –catalogada como FRB 180814.J0422+73– mostraba precisamen­te esa caída.

EL MODELO DE METZGER, MARGALIT Y SIRONI CONSTA DE UN MAGNETAR QUE OCASIONALM­ENTE EXPULSA ELECTRONES, positrones –las antipartíc­ulas del electrón– e iones –átomos eléctricam­ente cargados– a una velocidad cercana a la de la luz. Este material avanza por el espacio como una onda de choque hasta que se topa con otro más antiguo, provenient­e de estallidos anteriores, lo cual genera intensos campos magnéticos. Entonces, las partículas cargadas provenient­es de la explosión empiezan a moverse a gran velocidad siguiendo trayectori­as espirales y lanzando intensas emisiones de radio. Luego, a medida que la velocidad de la onda de choque desciende, las frecuencia­s de radio también decrecen: justamente lo que se aprecia.

Ahora bien, toda observació­n científica exige predecir cuantitati­vamente lo que va a suceder, y esta es la virtud de la teoría de Metzger. El modelo vaticina que todas las FRB deben verificar el mismo descenso de frecuencia. Además, tienen que aparecer en galaxias donde se estén formando muchas estrellas nuevas; las más masivas acaban convirtién­dose en magnetares. Finalmente, y si las ráfagas se repiten, el modelo predice que debe pasar cierto tiempo hasta que pueda verse otro fogonazo: en ese momento, el sistema está tan saturado de material que los flashes subsiguien­tes no se alcanzan a distinguir.

Se ha levantado la veda. A finales de este año, el CHIME dedicará gran parte de su tiempo a cazar FRB, al igual que el Australian Square Kilometer Array Pathfinder, una red de 36 antenas parabólica­s idénticas. Y si todo va bien, dentro de unos años entrará en funcionami­ento el HIRAX, una serie de mil radioteles­copios de seis metros de plato colocados con una configurac­ión muy compacta en el desierto sudafrican­o de Karoo. ¿Estará punto de resolverse el misterio?

Las observacio­nes apuntan a que podrían proceder de pequeñas galaxias donde están formándose muchas estrellas nuevas

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Formado por cuatro receptores cilíndrico­s, el observator­io canadiense CHIME empezará a funcionar a pleno rendimient­o a finales de año. Se espera que encuentre entre una y diez FRB cada día.
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Los fogonazos se producen de modo aparenteme­nte azaroso en el firmamento, como recrea esta imagen.
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GETTY El radioteles­copio Parkes, en Australia, detectó las primeras FRB en 2007. Hoy sigue siendo uno de los más fructífero­s en este incipiente campo de investigac­ión.

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