Muy escéptico
DESDE SIEMPRE, LAS NOTICIAS FALSAS HAN SIDO EL MOTOR QUE HA IMPULSADO LAS CREENCIAS EN LO PARANORMAL Y EN LAS PSEUDOTERAPIAS. LA DIFERENCIA ES QUE HOY EL FENóMENO PRODUCE GRAVES EFECTOS EN LA VIDA PúBLICA.
¡ Qué escándalo! He descubierto que aquí se miente”, alertaron a toque de silbato algunos analistas políticos tras el referéndum del brexit, celebrado el 23 de junio de 2016. Poco después, lo volvieron a hacer a consecuencia de la victoria electoral de Donald Trump el 8 de noviembre del mismo año y, ya en España, tras la consulta ilegal sobre la independencia de Cataluña del 1 de octubre de 2017. Vivimos rodeados de gente que, como el capitán Renault de Casablanca, de pronto se han dado cuenta de que
hay individuos y colectivos que crean y difunden mentiras, medios de comunicación que las amplifican y gente que se las cree. En algunos casos, los mismos medios que nos previenen frente a algunos engaños son los que propagan otros.
NO ES EXTRAñO VER A CAZABULOS DE HOY QUE DABAN AYER –y lo volverán a hacer en cuanto se les presente la oportunidad– crédito a la superluna, la grafología, la morfopsicología, las dietas anticáncer, la sábana santa, el peligro de los transgénicos, la alergia al wifi y un largo etcétera de paparruchas. Porque las pseudociencias y las creencias supersticiosas han contado desde siempre con el respaldo de quienes buscan titulares llamativos, ansían audiencia y, por supuesto, quieren vender libros. De esto último hay pruebas en las secciones de esoterismo y salud de cualquier librería, donde lo mismo te presentan los secuestros extraterrestres como un problema real que un método para alinearte los chakras como la solución a ciertas enfermedades. Y lo hacen, en muchos casos, los mismos sellos editoriales que publican la última gran obra de divulgación científica o histórica.
¿Vivimos entonces en la era de las fake news? Sí, pero no es algo nuevo. Las sufrimos desde que existen los medios de comunicación de masas y, en lo que respecta a los temas habituales de esta sección, desde siempre. Sin la complicidad –a veces interesada, otras involuntaria– de