EL DESCUBRIMIENTO DE SUS LUNAS PROBÓ QUE LA TIERRA
NO ERA EL CENTRO DEL UNIVERSO
Ío –derecha– posee entre 150 y 400 volcanes activos y vastas regiones montañosas. Su pico más alto, el Boösaule Sur, mide 18,2 km. Arriba, Ganímedes, el mayor satélite de Júpiter y la luna más grande del Sistema Solar, con 5.262 km de diámetro.
El movimiento y la estabilidad de la Gran Mancha Roja es una consecuencia directa de las leyes que rigen la dinámica de los fluidos. Ahora bien, las ecuaciones que la describen son bastante complicadas y en muchas ocasiones completamente desagradables.
Como somos incapaces de resolverlas elegantemente, con lápiz y papel, debemos hacerlo numéricamente, con ayuda de un ordenador. De este modo, sabemos que las leyes que nos permiten describir el tranquilo comportamiento de la megamancha son las mismas que también se aplican a esos antipáticos vórtices. Y todo gracias a un ruso genial llamado Lev Landáu, que en la primera mitad del siglo XX propuso una segunda teoría del flujo turbulento. De lo que no hay duda es que todo lo que sucede en la atmósfera de Júpiter está influido por la rapidez con la que este gira sobre sí mismo. Un punto sobre su ecuador recorre 12,5 km en un segundo, mientras que en la Tierra avanza unos 460 metros. Debido a esta enorme velocidad de rotación, apenas podemos observar los movimientos de las nubes saliendo del ecuador en dirección a los polos. El color que presentan las masas nubosas se debe, por su parte, a procesos químicos dominados por el hidrógeno. En la atmósfera nos encontramos con compuestos hidrogenados, como metano, amoniaco, sulfuro de hidrógeno –con su característico olor a huevos podridos– y también agua. La radiación ultravioleta del Sol produce distintas reacciones, como la del amoniaco y el sulfuro de hidrógeno, que se combinan formando polisulfuros de amonio. Estos son de color amarillo o anaranjado, pero cuando la temperatura desciende aparecen tonalidades blancas. Y si la cadena de polisulfuros es lo suficientemente larga tiende a adquirir matices rojizos. En la atmósfera de Júpiter se observan fenómenos asombrosos, desde tormentas acompañadas de relámpagos que viven en promedio cuatro días y anticiclones que perduran cuatro años hasta misteriosas regiones brillantes libres de nubes por donde escapa el calor del interior. Y es que, si prescindimos de su núcleo, que es más denso, Júpiter es semejante a un fluido bien mezclado, con una composición similar a la del Sol y posiblemente a la de la primitiva nebulosa solar. De ahí el interés de los científicos por comprender no solo su dinámica, sino de qué está hecho.