Los mensajes del desnudo
En esta obra, lo que a simple vista parece una imagen de contenido erótico o un retrato al desnudo, en realidad esconde un episodio de la historia de Francia en el que la superstición se mezcla con el adulterio.
Se desconoce al autor de este cuadro, ya que no aparece firmado, pero gracias a diversos detalles que nos ofrece podemos determinar cuál es la fecha aproximada de su realización. El peinado de las dos damas que se encuentran en la bañera estuvo de moda entre 1594 y 1598, y la inscripción de una copia posterior nos revela quién es la representada en él. Se trata de Gabrielle d’Estrées, una de las amantes –la preferida– del rey Enrique IV de Francia y, a su vez, una de las mujeres más bellas y odiadas de la época, que estuvo a punto de convertirse en reina. El cuadro presenta a dos jóvenes desnudas tomando un baño, entre cortinajes encarnados que resguardan del frío. En el siglo XVI no era muy común el aseo personal diario como ahora, pero entre las clases pudientes sí resultaban frecuentes los tratamientos de belleza que incluían baños en vino o leche, como puede suceder en este caso.
Los ideales estéticos de las pinturas renacentistas de desnudos venidas de Italia se pusieron de moda e hicieron que muchas bellezas de la corte quisieran ser representadas de tal modo. Gabrielle debía encarnar a la perfección los cánones de belleza del momento: piel blanca y tersa, cabello rubio y vientre abultado, que en este caso se debía a que se encontraba en estado, pero que por lo general era también un símbolo de feminidad. La acompaña Julienne, su hermana, y a pesar de que el gesto de la caricia en el pezón pueda parecer la señal de una relación lésbica entre ambas, quiere indicarnos en realidad que Gabrielle está encinta. Llegó a estar embarazada del monarca hasta cuatro veces, fecundidad que cautivó al rey.
UN MISTERIOSO FINAL
Enrique IV estaba decidido a formar una dinastía con su amante, que le había proporcionado un heredero y había permanecido a su lado durante años en los momentos más difíciles. Pero, como ya se ha adelantado, el pueblo francés despreciaba a la favorita, sobre todo a causa de su manera de vestir y su ostentosidad portando caras joyas mientras el país se hallaba sumido en la miseria.
El monarca desoyó las críticas y el 5 de abril de 1599 envió a la embarazada Gabrielle desde las afueras de la capital al centro urbano, para pasar la Semana Santa en casa del banquero Zamet. Pero la desgracia se cierne sobre el destino de la joven, pues a los pocos días de encontrarse allí comienza a padecer fuertes convulsiones por un misterioso mal que le ocasiona la muerte, la cual se anuncia el 9 de abril. Dicha muerte, según los doctores, se debe a la “mano de Dios”, ya que el aspecto del cuerpo es espantoso, con los ojos fuera de las órbitas y el cuello hacia atrás. Esto llevó al pueblo a pensar que esta muerte había sido cosa de brujería u obra del maligno, a consecuencia de la vida que llevaba Gabrielle. De ahí la presencia en el cuadro de una mujer (¿una bruja?) al fondo de la estancia destejiendo una tela que simboliza la vida de la joven.