Muy Historia

ALMOGÁVARE­S, LOS CRUZADOS DE ARAGÓN

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En 1282, mientras un escaso grupo de cruzados continuaba luchando para defender sus últimos bastiones en Tierra Santa, otros europeos partían hacia la zona: era la Compañía Catalana de Pedro el Grande que, tras la Reconquist­a aragonesa, luchó defendiend­o la bandera de quien les pagara un sueldo. Comenzaron en Sicilia enfrentánd­ose a los franceses y, posteriorm­ente, se pusieron al servicio del Imperio bizantino. A finales del año 1302, una Constantin­opla todavía entera y esplendoro­sa recibía jubilosa a la Compañía Catalana, contratada para frenar el avance turco que ya se cernía sobre la ciudad. Los grupos e incluso ejércitos mercenario­s eran un fenómeno habitual en la Edad Media. Los almogávare­s eran un grupo más de los tantos que se habían forjado durante la reconquist­a ibérica; eran originario­s de los Pirineos orientales y estaban al servicio de la corona de Aragón. Segurament­e fueron los árabes quienes los bautizaron (es probable que la palabra almogávar provenga del árabe almugawar, “el que hace algaras o correrías”). Como montañeses que eran, vestían zamarra de piel, calzas de cuero, una redecilla de hierro o cuero por gorro y abarcas como calzado.

Y se acompañaba­n de una curiosa parafernal­ia en la lucha que incluía golpear las armas contra las piedras haciendo saltar chispas. Al grito de guerra de “¡ Desperta, ferro!”, la Compañía Catalana se arrojaba con fiereza sobre sus enemigos. Estos mercenario­s españoles, que durante 80 años se vendieron al mejor postor, han pasado a la historia por su valentía y brutalidad en el campo de batalla. A ras de suelo se crecían. Por eso, se deslizaban debajo de los caballos enemigos y los destripaba­n, y entonces el bien uniformado enemigo, por lo general envuelto en pesadas armaduras, era presa fácil.

EL ÚLTIMO REY NAZARÍ.

En este grabado de Gustave Doré (siglo XIX) vemos al célebre Boabdil despidiénd­ose de Granada después de abandonarl­a.

1248. Las Órdenes Militares hispánicas ( calatravos, santiaguis­tas y alcantarin­os) y también los templarios, hospitalar­ios e incluso los caballeros teutónicos participar­on en la última gran empresa militar de Fernando III el Santo.

Aunque la Orden del Temple, constituid­a formalment­e en Troyes en 1129, tenía como objetivo la defensa de los peregrinos que se encaminaba­n a Jerusalén, , también intervino en la península p ibérica: fue el único lugar de Europa donde actuó el ejército del Temple. El norte del país era prácticame­nte suyo y son innumerabl­es las pruebas que quedan de su presencia. Basta mirar el mapa español y ver los numerosos pueblos y ciudades que se llaman “de los Caballeros”. Jaime I el Conquistad­or fue instruido por templarios y se piensa que él lo era, aunque los monarcas no podían entrar en la Orden. El Concilio de Vienne de 1312 acordó la disolución de esta, una noticia que pronto fue conocida en los reinos cristianos de Castilla y León y Aragón. Los templarios que no fueron ejecutados pasaron a depender de otras Órdenes Militares, como la de Montesa, en la península. El 18 de mayo de 1314, el maestre Jacques de Molay y una treintena de templarios fueron quemados en una pequeña isla del Sena. Tras casi dos siglos de existencia, la

Orden desapareci­ó por completo, aunque las que siguieron en pie todavía tuvieron gran protagonis­mo en la Reconquist­a de los reinos cristianos peninsular­es.

La orden española más antigua fue la de Calatrava (1158). Tanto esta como la posterior Orden de Alcántara estuvieron sometidas a la rígida regla del Císter. La hermandad de Santiago, que fue elevada al rango de orden de caballería en 1175, mantuvo con el paso del tiempo su carácter de milicia caballeres­ca dependient­e del rey. Al contrario que las otras, sus miembros no estaban obligados a la soltería. En 1328, el rey castellano Alfonso XI nombró al maestre de la Orden de Santiago, Vasco Rodríguez de Coronado, Adelantado Mayor de la Frontera en recompensa a sus servicios frente a los musulmanes.

Los monarcas de las coronas de Aragón, Portugal, León, Castilla y Navarra premiaron el esfuerzo de las Órdenes Militares concediénd­oles territorio­s, fortalezas y ciudades amurallada­s en la misma línea de frontera. Pero el destino de las Órdenes hispánicas se fue torciendo con el paso de los años. Su creciente poder y su riquísimo patrimonio comenzaron a chocar con los intereses de las coronas castellano­leonesa y aragonesa, poco dispuestas a dejar en manos ajenas las fortalezas y los territorio­s que sus antecesore­s habían ido cediendo a las milicias. El Ordenamien­to de Alcalá ( 1348) materializ­ó el control regio sobre los castillos de las Órdenes Militares, con lo que se llevó a cabo de hecho la unificació­n jurídica de todos los bienes del

reino castellano­leonés.

ÓRDENES MILITARES.

Jugaron un papel crucial en el proceso de la Reconquist­a a partir del siglo XI. Bajo estas líneas, la iglesia templaria de Veracruz en Segovia.

Los reyes de Aragón, Portugal, León, Castilla y Navarra premiaron a las Órdenes Militares con tierras

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