DOSSIER: La invasión relámpago
Finalmente, la amenaza se cumplió: el 1 de septiembre de 1939, las tropas alemanas cruzaron la frontera de Polonia. Poco más de un mes después, el 6 de octubre, las últimas unidades del ejército polaco que seguían combatiendo se rindieron a la Wehrmacht. Se avecinaban seis años de guerra a escala planetaria y de horrores nunca antes vistos.
La invasión de Polonia, que hizo estallar la Segunda Guerra Mundial y acabó con la Segunda República Polaca, fue poco menos que un paseíllo para Hitler. Sin ayuda efectiva –esto es, militar– de sus aliados sobre el papel –el papel mojado de los acuerdos de mutua protección–, Francia y el Reino Unido, el ejército polaco fue fácilmente derrotado al no poder hacer frente a las superiores tropas germanas y su táctica de la Blitzkrieg (guerra relámpago), basada en el movimiento rápido e independiente de los carros blindados y la máxima potencia de fuego aplicada de forma incesante, como se explica en un artículo anterior. A la celeridad de esta caída también contribuyó enormemente la casi simultánea ocupación –17 de septiembre– de la zona oriental del país por parte de la Unión Soviética.
TODO A PUNTO PARA EL ATAQUE
Como ya se ha dicho, la invasión llevaba meses gestándose con germánica minuciosidad: nada se dejó al azar o la improvisación. En julio, se aprovecharon unas pretendidas maniobras de verano para concentrar tropas en la frontera polaca sin levantar sospechas; a lo largo de agosto, asimismo, numerosas unidades fueron enviadas a Prusia Oriental, esta vez con la excusa de preparar el 25. º Aniversario de la Batalla de Tannenberg (26-30 de agosto de 1914). De este modo, para finales de agosto, nada menos que 54 divisiones de la Wehrmacht se acantonaban en las inmediaciones de Polonia. La periodista británica Clare Hollingworth, corresponsal de The Daily Telegraph, las vio mientras conducía a lo largo de la frontera germano- polaca el 28 de agosto y fue la primera en dar la voz de alarma [ver recuadro 1]: el ataque era inminente.
En efecto, el 31 de agosto, Hitler firmó la Directiva de Guerra 1 –la primera de un total de 74 hasta el final de la contienda mundial– en la que se detallaban las órdenes para la agresión, así como se fijaban la fecha y la hora previstas de la misma. Dichas órdenes fueron entregadas en mano a los responsables del operativo con solo doce horas de antelación. En ellas, conforme al Plan Blanco ( Fall Weiss), se establecía que el IV Ejército debía atacar el corredor de Danzig al tiempo que el III Ejército atacaba el este de Polonia desde sus bases en Prusia Oriental; una vez ambos confluyesen, irían en dirección sur hacia Varsovia. Entretanto, el Grupo de Ejércitos Sur atacaría desde Silesia y Eslovaquia y el X Ejército, el más poderoso, se dirigiría directamente a Varsovia para desarticular las defensas polacas en el menor tiempo posible.
Ya solo restaba el casus belli: un pretexto para la invasión. Meses antes, a finales de mayo, el Führer había pronunciado ante varios generales estas enigmáticas palabras: “Proporcionaré un motivo de guerra propagandístico. No impor-
ta que sea o no verosímil: al vencedor no se le cuestiona la credibilidad”. Sus interlocutores no sabían aún a qué se estaba refiriendo, salvo, claro, algunos de los más allegados.
INCIDENTE EN GLIWICE
Concretamente, quienes estaban en el ajo eran Himmler, Heydrich, Canaris, el jefe de la Gestapo Heinrich Müller y el inevitable Goebbels. Los cuatro primeros se encargaron de montar la patraña; el último, con sus dotes para la intoxicación, de difundirla y amplificar al máximo su eco. Fue el paso previo a la guerra, una operación de bandera falsa que se conoce como Provocación de Gleiwitz ( nombre alemán de la localidad en que sucedió) o Incidente de Gliwice ( nombre polaco) y cuyos detalles no se supieron hasta que los confesó en los Juicios de Núremberg el oficial de las SS Alfred Naujocks, ejecutor del plan por orden de Heydrich.
Este consistió en lo siguiente: la noche del 31 de agosto, víspera de la invasión, un grupo de agentes alemanes al mando de Naujocks, vestidos con uniformes polacos, atacaron la emisora de radio alemana fronteriza conocida como torre de comunicaciones de Gliwice, emitieron un mensaje en el que se animaba a la minoría polaca de Silesia a alzarse en armas contra Alemania y dejaron un reguero de cadáveres tras de sí, supuestamente víctimas de los “saboteadores polacos” ( en realidad, prisioneros de Dachau fusilados por los nazis y con los rostros convenientemente desfigurados para imposibilitar su identificación). Ciertamente, muy verosímil no era – ni la prensa ni la opinión pública internacional se lo tragaron–, pero, unido a otros varios episodios provocados por los nazis en esos días a lo largo de la frontera ( una serie de incendios en el corredor, lanzamientos de propaganda antialemana) y ampliamente publicitados por Goebbels, fue excusa suficiente para que Hitler justificara la ofensiva y la lanzara ya sin demora. Y así, en la madrugada del 1 de septiembre de 1939 y >>>
En la Directiva de Guerra 1, el Führer detalló las órdenes a seguir, la fecha y la hora de la invasión
>>> sin declaración formal de guerra, el ejército alemán comenzó a ejecutar punto por punto las órdenes de la Directiva del Führer.
LA GUERRA EMPIEZA POR EL AIRE
Las dos primeras acciones de la invasión – y, por tanto, de la Segunda Guerra Mundial– fueron aéreas. De hecho, sin desdeñar todos los demás factores, la abrumadora superioridad de la Luftwaffe frente a la Fuerza Aérea Polaca sería decisiva en el desarrollo de las hostilidades. En la campaña polaca, Alemania empleó 1.580 aviones, entre ellos Junkers Ju 87 ( los famosos Stukas), Messerschmitts, Dorniers y Heinkels He 11.
El más importante paso fronterizo entre Polonia y Prusia Oriental eran los puentes sobre el río Vístula a la altura de Dirschau ( hoy Tczew), a cuyas pilastras habían adosado los polacos cargas explosivas, unidas por un largo cable tendido entre los puentes, que debían ser detonadas llegado el caso para impedir el avance de los alemanes. Exactamente a las 4: 26 horas, una escuadrilla de la Luftwaffe compuesta por tres Stukas descargó en picado y luego en vuelo rasante las primeras bombas de la guerra sobre el susodicho cable, para evitar la destrucción de los puentes y asegurar así el paso a los convoys de blindados e infantería que ya aguardaban en la estación de Dirschau. Sin embargo, contra todo pronóstico, los ingenieros polacos consiguieron volver a empalmar el cable con el detonador e hicieron saltar por los aires las estructuras.
Tras este contratiempo, a las 4: 40 los Stukas lanzaron su segunda descarga – esta vez mortífera– sobre la ciudad de Wielum. Minutos después, a las 4: 47, al ataque aéreo se sumaban los cañonazos desde el mar, provistos por el acorazado SMS Schleswig- Holstein [ ver recuadro 2] atracado en el Báltico. Los bombardeos continuaron: a las 5: 30 sobre Dirschau y a las 6: 00 sobre la misma Varsovia. Y antes del amanecer, allanado así su camino, las tropas de la Wehrmacht cruzaron por distintos puntos la frontera e iniciaron la ocupación de Polonia.
En pocas horas, les siguió un auténtico torrente de efectivos. La clave del plan germano, como se vio, estribaba en la velocidad y, en aras de dicho objetivo, el Alto Mando alemán movilizó a todas sus mejores unidades, dejando prácticamente desguarnecida la frontera con Francia; un motivo más para que las operaciones en Polonia terminasen cuanto antes, pues Alemania en ese momento temía todavía un contraataque francés y británico ( contraataque que, como se verá, no se daría, pese a que el 3 de septiembre Francia y el Reino Unido le declararon la guerra a Hitler convirtiendo sobre el papel, aunque aún no de facto, el ataque a Polonia en la Segunda Guerra Mundial).
VIEJOS Y NUEVOS USOS
Dos factores favorecieron la rapidez del despliegue: la orografía polaca, sin obstáculos naturales insalvables excepto los ríos Vístula, Narew, Bug y San, y la mencionada Blitzkrieg. No obstante, no todo fue “relámpago” en Polonia, ni mucho menos: las fuerzas germanas no incorporaron al 100% esta nueva doctrina, como sí harían más tarde en la Batalla de Francia. De hecho, tuvieron dificultades para desplazar sus camiones, dada la escasez de grandes carreteras, lo que motivó que se utilizaran aún los servicios de la caballería para tareas de reconocimiento e incursiones en la retaguardia enemiga. Tampoco se abandonó del todo la táctica del asedio, como sucedió en la fortaleza de Modlin, doblegada tras varios días de fuego artillero en vez de rápidamente batida con un masivo bombardeo aéreo. Asimismo, las divisiones Panzer se siguieron empleando en general más como complemento de la infantería convencional que en operaciones autónomas.
Las fuerzas polacas, agrupadas en siete cuerpos de ejército, eran claramente inferiores tanto numérica como tecnológicamente – 433 aviones, muy escasos tanques– e intentaron resistir a la invasión a base de determinación y coraje, a la espera de ese refuerzo francobritánico que nunca llegaría. La vieja caballería seguía teniendo un notable peso específico en las armas polacas, por lo que protagonizó varias valerosas y, a la pos- >>>
El 3 de septiembre, Francia, Inglaterra y otros países le declararon la guerra a Alemania
El día 8, las tropas alemanas llegaron a las afueras de Varsovia, pero el primer asalto a la capital fue abortado
>>> tre, inútiles cargas, las últimas de la historia de Europa, alguna tan mitificada como la de la Brigada Pomorska [ver recuadro 3].
POLONIA, DE DERROTA EN DERROTA
En semejantes circunstancias, el desarrollo de los combates empezó siendo desastroso para Polonia. Del 1 al 3 de septiembre, tuvo lugar la Batalla de la Frontera entre Mlawa, Mokra y Pomerania. En algunos sectores se logró detener el avance alemán, pero la flexibilidad, calidad y movilidad de sus divisiones, unidas al control del aire –con la Luftwaffe bombardeando sin parar las concentraciones de tropas y las comunicaciones polacas–, hicieron que la balanza se decantase siempre al final del lado de los ejércitos del Reich. Por ejemplo, Westerplatte, guarnición costera atacada por los alemanes en la península del mismo nombre, resistió ferozmente una semana de bombardeos desde el mar y el aire, pero acabaría por capitular.
Una vez rotas las defensas de la frontera, las unidades acorazadas móviles alemanas (las divisiones Panzer) se internaron profundamente en territorio enemigo. El ejército polaco, siguiendo su plan operativo, intentó replegarse hacia el interior confiando en la inminencia de un contraataque aliado, pero su retirada fue todo menos ordenada. El caos se adueñó del Alto Mando polaco ante la contundencia del avance alemán: tropas provenientes del centro de Alemania enlazaron con las de Prusia Oriental a través del corredor el 4 de septiembre. Entre el 5 y el 6, se produjo la ruptura en el frente sur. En el centro, el día 8, las vanguardias alemanas llegaron a los alrededores de Varsovia; sin embargo, el asalto inicial a la capital (sometida a bombardeo desde el primer día, como se dijo) fue detenido.
Solo la fuerza que otorga la desesperación explica el vuelco –efímero, pero real– que dieron entonces los acontecimientos. En efecto, los polacos, a pesar del terrible impacto militar y psicológico de la Blitzkrieg, empezaron a luchar con tal determinación en varios frentes que, por un momento, pareció que podían ganar la partida.
TRES BATALLAS HEROICAS
El primero de estos espejismos fue la Batalla de Wizna, librada en una pequeña área fortificada de esta ciudad fluvial entre el 7 y el 10 de sep- >>>
>>> tiembre, que ha sido llamada “la Batalla de las Termópilas polaca” por la increíble resistencia que plantearon 700 polacos provistos de ametralladoras y algunas armas antitanque frente a 42.200 alemanes con 350 carros blindados. Tras varios e infructuosos intentos de tomar la posición, que se saldaron con casi 1.000 bajas alemanas, hubo de intervenir el mismísimo general Heinz Guderian, que intentó persuadir utilizando panfletos y comunicados al capitán Wladyslaw Raginis –“el Leónidas del río Narew”–, al mando de la guarnición, para que se rindiera. Raginis rechazó la oferta y siguió peleando hasta el (previsible) final: solo 40 de sus hombres sobrevivieron, y fueron hechos prisioneros. El 9 de septiembre, a su vez, tuvo lugar la contraofensiva polaca de Bzura, que cogió completamente por sorpresa a la Wehrmacht y fue tal vez la batalla más importante de toda la campaña de Polonia. Librada junto al río de dicho nombre, al oeste de Varsovia, en ella dos de los ejércitos polacos, el de Pomorze y el de Poznan, hicieron retroceder inicialmente a varias divisiones alemanas y destruyeron 50 de sus tanques, otros 100 vehículos y numerosas piezas de artillería. No obstante, el día 22, ante la falta de suministros y la llegada de ingentes refuerzos alemanes, los en principio victoriosos polacos tuvieron que emprender la retirada para evitar quedar cercados,
con lo que se perdió toda la ventaja conseguida. Finalmente, como se vio, el primer asalto nazi a la capital, Varsovia, lanzado el día 8, fue asimismo repelido heroicamente por las defensas polacas el 24 de septiembre.
Pero el asedio se reanudó al día siguiente, esta vez con un bombardeo aeroterrestre sin precedentes, y Varsovia acabaría capitulando a finales de mes.
¡QUE VIENEN LOS RUSOS!
Antes de que eso sucediera, pero con la capital ya sitiada y sus fuerzas derrotadas, el Alto Mando polaco puso en marcha su último plan defensivo: el llamado “Saliente Rumano”. Todas las unidades que aún podían hacerlo se retiraron hacia el borde de la frontera con Rumanía, donde intentarían resistir hasta que se produjera la todavía esperada contraofensiva aliada en la frontera francesa. Como ya sabemos, esta no se produjo. Y lo que se produjo en su lugar, el 17 de septiembre, sorprendió por completo a los polacos: ese día, las tropas del Ejército Rojo iniciaron la invasión de Polonia por el este, cogiendo desprevenidas a las escasas fuerzas que guarecían la frontera.
Fruto de los protocolos secretos del Pacto Ribbentrop- Mólotov firmado contra natura el 23 de agosto por nazis y soviéticos, esta segunda ocupación de su territorio dio la puntilla a los polacos, incapaces de abrir un segundo frente de guerra contra Stalin. La excusa de este, solemnemente anunciada, fue que actuaba para proteger a los ucranianos y bielorrusos que vivían en la parte oriental de Polonia debido al colapso de la administración de la zona tras la invasión alemana, administración que ya no estaba en condiciones de garantizar la seguridad de sus ciudadanos. La realidad, mucho más cruda, era que Stalin y Hitler habían decidido a espaldas de Europa repartirse el país en dos áreas de influencia, más >>>
La de Wizna es llamada “Batalla de las Termópilas polaca”: 700 contra 42.200 alemanes
>>> una tercera que estaría administrada indirectamente por Alemania, como se supo más tarde al desvelarse dichos protocolos.
CRÍMENES DE UNOS...
La campaña rusa en Polonia fue todo un éxito. El Ejército Rojo alcanzó rápidamente sus objetivos, debido a que sobrepasaba grandemente en número a la por entonces muy mermada resistencia polaca. En torno a 230.000 soldados polacos –según otras estimaciones, habrían sido 452.000– fueron hechos prisioneros de guerra. Asimismo, miles de opositores fueron ejecutados o arrestados y enviados a Siberia y a otras zonas remotas, en cuatro series de deportaciones que tuvieron lugar entre 1939 y 1941. El gobierno soviético se anexionó el territorio conquistado y declaró en noviembre de ese mismo año que trece millones y medio de ciudadanos polacos que vivían en la zona ocupada habían pasado a ser ciudadanos de la URSS. De este modo, la invasión (que el Politburó denominó “guerra de liberación”) incorporó a millones de polacos –y ucranianos y bielorrusos que vivían en Polonia– a las Repúblicas Socialistas Soviéticas de Ucrania y Bielorrusia. En la Polonia comunista posterior a la guerra, el asunto sería un tabú omitido de la historia oficial, que solo afloraría tras la caída del Bloque del Este en 1989.
Hitler y Himmler elaboraron el Plan General del Este (GPO), proyecto de limpieza étnica contra los eslavos
Lo mismo sucedió con las peores atrocidades cometidas por los rusos en suelo polaco: un espeso manto de silencio, o de acusaciones de ser mera propaganda antisoviética, las cubrió durante décadas. Lo cierto es que, al haber dejado de reconocer antes de la invasión a la Segunda República Polaca como gobierno legítimo y al no haber, por tanto, existido declaración oficial de guerra, la URSS no se consideró obligada a tratar a los polacos capturados según las convenciones del iusinbello ( derecho de guerra), sino que los despachó como “rebeldes” contra los nuevos gobiernos socialistas de Ucrania y Bielorrusia y los masacró con saña en numerosas ocasiones. Las mayores matanzas fueron la del hospital militar de Grabowiec, el 24 de septiembre ( 42 muertos, entre personal sanitario y pacientes), las posteriores a las batallas de Grodno y de Szack, entre el 24 y el 28 (cientos de oficiales polacos fueron ejecutados), y sobre todo la espeluznante masacre de Katyn, ya en 1940, en la que se cree que pudieron perecer más de 20.000 personas.
... Y CRÍMENES DE OTROS
Por supuesto, los nazis no les fueron a la zaga a los soviéticos en vesania y crueldad, sino todo lo contrario. Lo más curioso es que hubo varios episodios de colaboración entre ambos invasores, pese a sus diferencias ideológicas, cuando unos y otros se encontraron avanzando en direcciones opuestas por territorio polaco. Así, la Wehrmacht capturó la fortaleza de Brest con la ayuda de la 29. ª Brigada de Tanques soviética tras la Batalla de Brest Litovsk, el mismo 17 de septiembre de 1939. Y no solo eso: el general Guderian y el general de brigada soviético Semión Krivoshein presidieron juntos el desfile para celebrar la conquista. Igualmente, Lwów se rindió a los
soviéticos el 22 de septiembre después de que los alemanes les hubieran entregado el mando de las operaciones en la zona.
Pero, dejando a un lado estas anécdotas, lo cierto es que, en el caso de Hitler, la persecución de los polacos obedecía a un plan predeterminado y secreto de genocidio que, poco después, incluiría también entre sus potenciales víctimas a sus “amigos” rusos. Su nombre en clave era Plan General del Este ( en alemán, Generalplan Ost, o GPO) y fue elaborado en colaboración con Himmler en 1939 – y luego modificado en 1940– en el marco de las actividades de la Oficina Central de Seguridad del Reich, un órgano de las SS. Se trataba de un documento estrictamente confidencial, cuyo contenido solo era conocido por los jerarcas de más alto nivel del nazismo, en el que se detallaba un proyecto de limpieza étnica concebido para ser realizado en los territorios que Alemania ocupara en la Europa del Este; empezando, claro está, por Polonia. Su objetivo: ampliar el famoso Lebensraum germano a costa de las etnias orientales “inferiores”.
Así, según el GPO, la población eslava debía ser en parte exterminada, en parte deportada y en parte germanizada para, por un lado, garantizar el espacio vital necesario a Alemania y un suministro “infinito” de alimentos a sus ciudadanos y, por otro, conjurar el “peligro eslavo” (si bien menor que el “peligro judío”, también trascendente). Algunas de las estrategias propuestas en el plan –generar hambrunas requisando toda la producción agrícola disponible para enviarla a Alemania, disminuir drásticamente el nivel de vida de los eslavos, propagar enfermedades entre ellos, fomentar su esterilización, internar a la mayor cantidad posible en campos de trabajo forzado, prohibir sus manifestaciones culturales...– iban a ser, desgraciadamente, puestas en práctica enseguida en la Polonia ocupada, lo mismo que lo serían más tarde en Ucrania, Bielorrusia y >>>
>>> Rusia cuando la Wehrmacht las invadiera en el marco de la Operación Barbarroja.
6 DE OCTUBRE DE 1939
Tras la capitulación de Varsovia, acaecida el 28 de septiembre, la suerte de Polonia estaba echada, pero los combates aún continuaron una larga semana más. Así, la Batalla de Modlin, en la que como dijimos antes los alemanes emplearon la artillería clásica para rendir una fortaleza del siglo XIX sobre el río Narew, se prolongó agónicamente hasta el día 29. Poco antes había concluido la Batalla de Tomaszów Lubelski, la segunda mayor de la guerra tras la de Bzura y aquella en que más fuerzas blindadas utilizaron ambos contendientes. En este choque, los carros polacos consiguieron repeler el avance alemán por un tiempo hasta que se vieron cercados por culpa, otra vez, de su inferioridad numérica.
Finalmente, entre el 2 y el 5 de octubre tuvo lugar la última confrontación entre los ejércitos polaco y alemán, la Batalla de Kock. En ella se enfrentaron el Grupo Operativo Independiente Polesie, comandado por el general Franciszek Kleeberg, y el XIV Cuerpo Motorizado del ejército alemán, dirigido por el general Gustav von Wiedesheim. El primero era la última fuerza operativa que le quedaba al ejército polaco, refugiada en los bos
Entre el 2 y el 5 de octubre tuvo lugar la Batalla de Kock, última entre Polonia y Alemania
ques al noroeste de la ciudad de Kock, y los alemanes creían que su mando ignoraba que Varsovia había caído y que por eso aún plantaba cara a la Wehrmacht. Fuera o no así, los combates resultaron encarnizados, contra lo que esperaba el mando alemán de unas tropas desmoralizadas y abandonadas a su suerte. Pero el empeño de Kleeberg estaba destinado al fracaso, y el 6 de octubre Polonia capituló por completo ante Alemania (y, subsidiariamente, también ante Rusia). La primera acción bélica de Hitler en su carrera por la conquista de Europa se había completado con éxito. Un éxito reforzado por la tibia reacción de las potencias democráticas: a la declaración de guerra de Francia y el Reino Unido –que, por otra parte, no dijeron apenas nada de la invasión soviética, salvo un vago comentario de Chamberlain sobre la necesidad de respetar y restaurar la integridad del Estado polaco– siguieron las de otros países como Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Sudáfrica, pero en la práctica la Segunda Guerra Mundial quedó en standby durante meses, como se cuenta en el siguiente artículo, a falta de una verdadera contraofensiva de los aliados, resguardados tras la Línea Maginot y tras la descabellada idea de que, a lo mejor, Hitler se conformaba. No fue así, como bien sabemos, y mientras el mundo decidía qué hacer a continuación los polacos se convirtieron –como antes los judíos alemanes, los austríacos y los checoslovacos– en víctimas sacrificiales de la locura y el terror nazis: un 20% de la población murió en los años de la ocupación y otros muchos, casi todos, pasaron por las más espantosas penalidades.