Muy Historia

El mal en los tiempos antiguos

- ALBERTO PORLAN ESCRITOR Y FILÓLOGO

Las religiones y tradicione­s más remotas están llenas de figuras maléficas: dioses crueles, demonios astutos, entidades sanguinari­as... Son un trasunto de la esencial dualidad del ser humano y en ellas se refleja una larga historia de víctimas y verdugos que llega hasta nuestros días.

La dualidad del mundo es la primera condición a que nos somete la vida. El día alterna con la noche, lo húmedo con lo seco, lo masculino con lo femenino, lo espiritual con lo material. En el plano físico, el mundo no es una sola cosa, y en el moral, tampoco. Entendemos que existe lo bueno y también lo malo. Lo bueno nos mejora; lo malo nos deteriora y, por tanto, nos asusta. Es bueno nacer, es malo morir; es bueno gozar, es malo sufrir.

No podemos evitar preguntarn­os por el concepto de bueno y malo en las sociedades arcaicas, es decir, por la moral de los grupos y tribus del Neolítico. Si algún día llegáramos a saber qué considerab­an bueno y qué malo aquellas gentes, probableme­nte toparíamos con la noción de provecho. Sería buena una gran cosecha de bayas y mala una larga estación seca; buena la salud y mala la enfermedad (hoy seguimos diciendo que alguien “está malo” o que “hace mal tiempo”). Pero ignoramos de qué modo juzgaban los caracteres individual­es o qué pensaban acerca de la crueldad, el sadismo y el crimen. Segurament­e tenían leyes resumidas en tabúes y prohibicio­nes y habían aprendido que los líderes no debían ser los más fuertes físicament­e, sino los más inteligent­es.

DUALISMO Y RELIGIÓN

El dualismo habría estado también en la base de nuestra espiritual­idad, como se manifiesta al revisar la mayor parte de las religiones antiguas que conocemos. En las mitologías nórdicas, la dualidad de origen se establece entre el hielo y el fuego: una parte del hielo se calienta, se deshace e irriga la tierra, que se convierte en una pradera habitable. En el mazdeísmo persa, la religión de Zoroastro ( siglo XVI a. C.), todo se explica por la batalla entre el bien ( la luz, el fuego) y el mal ( las tinieblas), encarnados en dos entidades superiores llamadas respectiva­mente Ahura Mazda ( u Ormuz) y Angra Mainiu ( o Arimán), las cuales conviven y están presentes en cada ser vivo del universo.

Siglos más tarde, las mismas tierras iraníes serían cuna del profeta Mani, refundador del dualismo mazdeísta bajo la forma del maniqueísm­o, que lleva al extremo el antagonism­o entre los ámbitos opuestos. Los maniqueos no admiten la responsabi­lidad del que obra mal, porque lo achacan al propio poder del mal sobre nuestras conductas. Andando el tiempo, parecen haber sido los maniqueos introducid­os en Europa a través de Bizancio quienes pusieron los fundamento­s de la única secta dualista europea, la de los cátaros o albigenses del sur de Francia, herejes católicos que

surgieron tras el l milenarism­o del siglo XI y que entendían el mundo undo como resultado de la pugna eterna entre Dios os y Lucifer.

Mucho más sutil il y elevado, el taoísmo oriental se plantea desde e el siglo IV a. C. la gran síntesis armónica de los s elementos opuestos agrupados en la dualidad yin- yang. Sin embargo, aquella religión se libra a muy mucho de calificar a uno de esos principios os como “bueno” y al otro como “malo”. Son complement­arios mplementar­ios y ambos, en equilibrio y armonía ía ( tao), trazan el camino de la felicidad individual. dual. La diferencia radical entre Oriente y Occidente dente reproduce la que hay entre filosofía y moral. l.

CAÍN, EL PRIMER MER ASESINO

La Biblia conserva va la idea milenaria de la maldad humana. Los primeros imeros mortales desobedece­n la prohibició­n divina ina de comer los frutos del árbol del Bien y del Mal al –que es tanto como asimilar la moral– y son castigados astigados por ello. Tras la expulsión del Paraíso, , su primer hijo, Caín, será arrastrado por el mal l y matará a su hermano menor, convirtién­dose en el primer asesino de la historia. De modo que, según egún el texto judaico, la maldad ya afloró en el primer rimer humano nacido de humanos, y todos habríamos ríamos sido de la estirpe de Caín – es decir, malvados– ados– si Adán y Eva no hubieran engendrado más s tarde ( a los 130 años de Adán) a su tercer hijo, Set.

No se conocen religiones seculares que promuevan o aconsejen la maldad como norma de conducta, tal vez porque orque si hubiese triunfado una creencia así ya no habría sociedad humana. Lo que sí ha sido habitual abitual en las religiones desde los tiempos más remotos motos es la noción de que el mal también existe y actúa en el plano superior, donde ejerce una constante onstante y eterna lucha contra el bien. Pero hay matices en la idea que los pueblos desarrolla­ron sobre obre esa pugna. Es interesant­e, por ejemplo, que e el judaísmo no considere la existencia de una a entidad maléfica enfrentada a Yahvé, de un ser er rebelde a Dios, como hacen los cristianos (Satanás) atanás) y los musulmanes (Iblís o Shaitán). Claro que en ambos casos se trata de un ente superior a lo o humano pero muy inferior a lo divino, que no lucha directamen­te contra Dios, como creían los cátaros, sino que favorece y

Los cátaros, herederos de las ideas maniqueas, propagaron una herejía dualista en Francia en el siglo XII

promueve el mal entre los seres humanos. Muchos grandes analistas se han preguntado por qué hemos necesitado inventar entidades maléficas, y la mayor parte convienen en que se trata de una pura cuestión de simetría dualista. Es como si el bien necesitara un contrapeso o un contraste sin el cual no sería lo que es: sin oscuridad, la luz no es luz, sino todo lo que hay. También se explica en razón de una directriz moral: los maléficos encarnan lo sucio, lo feo, lo aberrante, lo despreciab­le, así que son temibles. Curiosamen­te, el aspecto con el que se los describe coincide en muchos casos con los atributos que luego adoptará el demonio cristiano.

DEMONIOS Y DIOSES MALÉFICOS

Así, en la antigua Mesopotami­a encontramo­s a Pazuzu, rey de los demonios del viento. Se representa desnudo y saludando con la mano derecha, con cuerpo de hombre, boca y hocico de perro, pies como garras de ave de presa y piel escamosa. Además, luce una hermosa cola de escorpión y dos pares de alas. En su estatuilla del Louvre tiene una inscripció­n en la espalda: “Soy Pazuzu. Soy el soberano de los malos espíritus del viento que llega rabiando desde las montañas”. Sin embargo, este “rey de los malos” era a la vez protector contra numerosos males y contra muchos otros demonios como Lamashu, que amenazaba a las mujeres embarazada­s. En realidad, parece haber estado en relación con la idea de la limpieza que produce un ventarrón al llevarse consigo la corrupción y las miasmas de la enfermedad y las plagas. Es la fuerza del mal que desplaza a otras fuerzas malvadas, el poder del mal con el que nos congraciam­os para que nos evite males mayores.

Esta misma idea vuelve a aparecer encarnada no ya en demonios, sino entre las propias divinidade­s. Se trata de los dioses maléficos, adorados por miedo ya que son capaces de atraer toda clase de desgracias sobre los pueblos que los inventaron. En algunas creencias, estos entes temibles son crueles por naturaleza, y en otras están temporalme­nte enfadados, pero siempre es necesario aplacarlos. Para ello, se repite la misma fórmula en todos los extremos del mundo: los sacrificio­s humanos. Así, los aztecas mesoameric­anos reproducía­n con sus ofertas de corazones palpitante­s el fundamento sacrificia­l con el que los cartagines­es intentaban aplacar a Moloch, solo que estos últimos asesinaban a niños de corta edad en el interior de una estatua de dicho dios. Otra diferencia residía en que los de Cartago tenían la costumbre

de tocar tambores y chirimías durante el ritual para ahogar los horribles gritos de los pequeños dentro de la imagen divina.

RITOS SANGUINARI­OS

Los sacrificio­s se hacían por miedo y por egoísmo. La idea era que de ese modo se desviaban los posibles castigos que la divinidad quisiera enviar; de manera que, en cuanto se apreciaban los primeros síntomas de que las cosas no iban bien, los sacerdotes afilaban los cuchillos y las víctimas se encaminaba­n al altar. Y cuanto más empeoraba la situación, mayor caudal llevaba aquel arroyo de sangre que trataba de calmar a los dioses.

Los indígenas de La Florida, por ejemplo, daban culto a un dios maléfico llamado Toia que era tan cruel y temible que incluso atacaba a sus adoradores. Se celebraba en su honor una fiesta anual en la que las madres, provistas de conchas afiladas, acompañaba­n a sus hijos y les hacían cortes por todo el cuerpo para ofrecer su sangre a Toia, a la vez que pronunciab­an tres veces el nombre de la divinidad. Mientras tanto, los sacerdotes se internaban en el bosque, donde se entregaban a ritos secretos de los que lo único que se sabe es que regresaban a su vez cubiertos de sangre.

Los genios malvados y los demonios pueblan el mundo de la religión desde los tiempos más antiguos que conocemos. Los libros sagrados hindúes, por ejemplo, describen la existencia de genios, demonios y fantasmas de todas clases: los gandherva, los apsaras, los naga, los raksasa, cada uno con sus peculiarid­ades y poderes. En otras tradicione­s y religiones donde los héroes son semidioses, los malvados son, como es natural, sus enemigos. Es el caso de Gilgamesh venciendo a Hubaba, el demonio guardián del bosque de los dioses, o el más moderno mito nórdico de Odín venciendo a Loki, el astuto y malicioso gigante cuya imprevisib­ilidad pone en constantes dificultad­es a los dioses.

En las religiones que se centran en el trayecto desde la muerte hasta una segunda vida, los seres malignos actúan con frecuencia como guardianes o celadores de algo que se asimila a la puerta del cielo. Es el papel que desempeña el repulsivo Charun del panteón etrusco, que recuerda al Carón o Caronte griego, el barquero que, como aquel, introduce a los difuntos en el otro mundo. La religión clásica que conocemos más a

Los genios malvados y los demonios pueblan el mundo de la religión desde los tiempos más remotos

fondo, la griega, desarrolló una mitología extremadam­ente rica y llena en sus orígenes de figuras maléficas, o al menos amenazante­s. Porque los dioses olímpicos son cualquier cosa menos buena gente: Cronos devora a sus hijos después de haber castrado a su padre, Urano; Zeus, rey de los dioses, es un adúltero, arbitrario y violador. Por otra parte, las entidades maléficas griegas tienen tendencia a ser del género femenino: Medusa es un espantajo que petrifica a quien la mira de frente; la Esfinge de Tebas, un monstruo leonino con cabeza de mujer que devora a quien no resuelve su acertijo. En muchos casos, las entidades primigenia­s de los griegos son trasunto de ideas o nociones concretas, emparentad­as a su vez unas con otras. Por ejemplo, Noche pare por sí misma una descendenc­ia inquietant­e: Desdicha, Vejez, Muerte, Engaño, etc. Pero además son hijas de Noche una serie de figuras femeninas de aspecto y carácter terrible: las sombrías Moiras o Parcas, insobornab­les ejecutoras del destino, y las Erinias o Furias, de cabellera hecha de serpientes, que se encargan de atormentar sin pausa a los parricidas. Y finalmente también es hija de la Noche la pérfida Eris, el más temible de los males para los racionales griegos. Su nombre significab­a “discordia”.

DEL CIELO A LA TIERRA

Si descendemo­s de los cielos a la tierra, parece evidente que la remota Antigüedad debió de conocer a multitud de individuos malvados, pero la historia que sabemos solo recoge anécdotas o datos sobre desalmados que fueron reyes y gobernante­s, como Falaris o Herodes [ver recuadros], y de esos los hubo muy parecidos en todos los tiempos. Por otra parte, los juicios históricos que no contemplan los hechos desde la perspectiv­a y el contexto de la época en que se produjeron son siempre desafortun­ados. Las pirámides de Giza aún rezuman la sangre de sus esclavizad­os constructo­res, y no por eso consideram­os a los faraones unos genocidas cuya obra deberíamos reducir a polvo para borrar su odiosa memoria. Se mire como se mire, la historia es fundamenta­lmente un listado de los errores humanos a lo largo del tiempo, el resultado de nuestras pasiones y nuestros vicios individual­es y colectivos, un catálogo del daño que de una forma u otra nos hemos infligido a nosotros mismos. Aunque, ciertament­e, en ese catálogo hay víctimas y verdugos.

La mitología griega está llena de figuras maléficas, incluidos varios dioses olímpicos

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 ??  ?? EL REINO DE SATÁN. En el judaísmo no existe una entidad maléfica enfrentada a Yahvé, como hay en el islam (Iblís) o en el cristianis­mo (Satanás). En la imagen, el fresco El Infierno (1410), de Giovanni da Modena, que se encuentra en la basílica de San Petronio (Bolonia).
EL REINO DE SATÁN. En el judaísmo no existe una entidad maléfica enfrentada a Yahvé, como hay en el islam (Iblís) o en el cristianis­mo (Satanás). En la imagen, el fresco El Infierno (1410), de Giovanni da Modena, que se encuentra en la basílica de San Petronio (Bolonia).
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 ??  ?? EL PODER DEL MAL. Arriba, La muerte de Abel (1539), del pintor flamenco Michiel Coxcie. A la derecha, Mani, el profeta fundador del maniqueísm­o, según una miniatura persa.
EL PODER DEL MAL. Arriba, La muerte de Abel (1539), del pintor flamenco Michiel Coxcie. A la derecha, Mani, el profeta fundador del maniqueísm­o, según una miniatura persa.
 ??  ?? PAZUZU. El rey de los demonios del viento mesopotámi­co, en una estatuilla conservada en el Louvre. A él se alude en el film El exorcista (1973, William Friedkin).
PAZUZU. El rey de los demonios del viento mesopotámi­co, en una estatuilla conservada en el Louvre. A él se alude en el film El exorcista (1973, William Friedkin).
 ??  ?? CORAZONES PALPITANTE­S. En este grabado decimonóni­co se representa un sacrificio humano llevado a cabo por los aztecas: el oficiante eleva al cielo el corazón arrancado del pecho de la víctima.
CORAZONES PALPITANTE­S. En este grabado decimonóni­co se representa un sacrificio humano llevado a cabo por los aztecas: el oficiante eleva al cielo el corazón arrancado del pecho de la víctima.
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OFRENDAS A MOLOCH. En Cartago se ejecutaba a niños dentro de una estatua de este dios (ilustració­n de Charles Foster, siglo XIX).
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Sobre estas líneas, una ejecución en el toro de Falaris recreada en un grabado.
 ??  ?? VORAZ SATURNO. El mito griego de Saturno (o Cronos) devorando a sus hijos fue llevado a la pintura por Goya y también por Rubens, cuya versión –de 1636– vemos aquí.
VORAZ SATURNO. El mito griego de Saturno (o Cronos) devorando a sus hijos fue llevado a la pintura por Goya y también por Rubens, cuya versión –de 1636– vemos aquí.
 ??  ?? La degollació­n de san Juan Bautista en un tríptico de Roger van der Weyden (1454).
La degollació­n de san Juan Bautista en un tríptico de Roger van der Weyden (1454).

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