MALOS DE PELÍCULA Se ha repetido mucho esta máxima de Alfred Hitchcock: “Cuanto más conseguido esté el malo, más conseguida estará la película”. Y se ha repetido porque es cierta y no solo aplicable al cine, sino a todos los campos de la narrativa: teatro
Qué mueve a los malos de la ficción? Todo tipo de motivos, como en la vida real: desde la dominación mundial, habitual en la serie de James Bond, hasta la venganza, como a Yago en Otelo (1603), pasando por la codicia o el deseo. Luego están los psicópatas asesinos, desde Freddy Krueger a Hannibal Lecter, y los que persiguen el caos por el caos, como sería el caso del Joker. Y, por último, los malos por naturaleza, uno de los cuales aparece en el clásico de nuestra literatura LazarillodeTormes (1554). El ciego, primer amo de Lázaro, nos impresiona por su hipocresía y su falsedad cuando ejerce de limosnero y por la crueldad con que trata al chico, al que llega a dejar sin dientes estampándole una jarra de vino en la cara. Su condición no le sirve de disculpa; pocas dudas hay de que, aunque
hubiera disfrutado de los cinco sentidos, su maldad permanecería inalterable. Es malo porque nunca ha sabido ni querido ser otra cosa, como también le ocurre a la protagonista de otro clásico, LaCelestina (1499), de Fernando de Rojas, todo un compendio de maldades que combina las profesiones de alcahueta y bruja.
SHAKESPEARIANOS Y LÍRICOS
Estas y otras muchas cumbres de maldad han quedado en los anales de la literatura, pero si hay un autor especializado en villanos es William Shakespeare, único en su colección de personajes infames. Por ejemplo, Macbeth, dispuesto a la traición y el asesinato con tal de conseguir el reino augurado para él por tres brujas, al que además secunda e impulsa su
mujer, Lady Macbeth, todavía más resuelta y despiadada: “¡Espíritus, venid! (...) ¡Arrancadme mi sexo y llenadme del todo, de pies a cabeza, con la más espantosa crueldad! ¡Que se adense mi sangre, que se bloqueen todas las puertas al remordimiento!”. La sombra de este matrimonio de villanos es alargada y se extiende hasta series de televisión como House ofCards (2013-2018).
Pero hay muchos más: Yago, que envenena la mente de Otelo hasta hacerle enfermar de celos y matar a su esposa, Desdémona; Ricardo III, que conspira y asesina sin piedad en su camino al trono de Inglaterra, o Tito Andrónico, que con el mismo fin de hacerse con el poder recurre a la tortura, la mutilación y el canibalismo. Algunas obras de Shakespeare fueron transformadas a su vez en óperas inmortales, como Otelo (1887), de Verdi, pero en el terreno del bel canto pocos malos pueden competir con el barón Scarpia de Tosca, la ópera de Giacomo Puccini estrenada en 1900. El deseo por la protagonista lleva a este temible jefe de policía a torturar al amado de esta, Cavaradossi, y a prometer –mintiendo– que no le fusilará si ella accede a entregársele. La locura del personaje queda plasmada en el momento en que, en mitad del canto de un TeDeum, grita la frase: “¡Tosca, haces que me olvide de Dios!”.
Con el tiempo, la ficción fue creando análisis más profundos de la maldad. En Elextrañocasodel doctorJekyllyMr.Hyde (1886), Robert Louis Stevenson exploró la dicotomía entre el bien y el mal que hay dentro de cada ser humano, un rasgo que el autor de cómics Stan Lee confesaría haber tenido muy en cuenta a la hora de idear a Hulk. La breve novela de Stevenson ha sido llevada en numerosas ocasiones al cine: la adaptación de 1931, dirigida por Rouben Mamoulian y protagonizada por Fredric March, sigue siendo la más memorable.
El mayor canalla de la ópera es sin duda el barón y jefe de policía Scarpia de Tosca, de Giacomo Puccini
EL OTRO YO MALVADO
Tres años antes de Jekyll, en 1883, Stevenson publicó otro clásico, Laisladeltesoro, en el que el inolvidable Long John Silver esconde, bajo la humilde apariencia del cocinero de a bordo, a un pirata feroz que no reparará en asesinar a quien se interponga entre él y el susodicho tesoro. Su complejidad lo convierte en uno de los malos más sólidos y fascinantes de la literatura, pues Silver es al mismo tiempo despiadado y honorable, sanguinario y campechano, y tiene una debilidad casi paternal por el joven Jim Hawkins, coprotagonista y narrador de la novela. No es un malo de una pieza. Todo lo contrario que Milady de Winter, la asesina y conspiradora que se situó en la cima de los
grandes villanos femeninos gracias a LosTres Mosqueteros (1844), de Alexandre Dumas. Importantes como son todos estos personajes, su presencia se limita a una única obra. Hubo que esperar p a los tiempos p del folletín – la novela por p entregas– para que se abrieran paso los malo malos persistentes, tan irreductibles en su campo como el héroe en el suyo.
ARCHIVILLANOS EN SERIE
Uno de los primeros fue Rocambole, creado por el escritor francés Pierre Alexis Ponson du Terrail. El adjetivo “rocambolesco” ha derivado en sinónimo de enrevesado e inverosímil, y no es de extrañar: el personaje, que aparece por primera vez como secundario en LosdramasdeParís (1857), no tarda en evolucionar hasta convertirse en un conspirador capaz de los más retorcidos asesinatos; eso sí, le dura poco, pues en la cuarta novela ya se muestra arrepentido y resuelto a usar su talento para el bien, aunque sin abandonar las tramas rocambolescas. El cambio de siglo trajo consigo discípulos aventajados como Fantômas, aparecido en la novela del mismo título publicada en 1911 por Pierre Souvestre y Marcel Allain. Es la maldad sin aditivos: criminal por vocación, astuto y despiadado, no parece albergar sentimientos humanos ni siquiera por sus seres más próximos (que los tiene). En cuanto a su apariencia, aunque se le suele representar con una capucha pegada al rostro, tiene una habilidad diabólica para cambiar de aspecto, hasta el punto de que hay que avanzar bastante en algunas novelas para darse cuenta de qué personaje es Fantômas.
Desde el otro lado del Canal, Sax Rohmer (seudónimo de Arthur Henry Sarsfield Ward) hizo también su aportación en 1913 con el personaje del doctor Fu Manchú. Era lógico, si se consideran las trifulcas que el Reino Unido acababa de vivir con China a cuenta de sus colonias, que un escritor inglés plasmara en una figura diabólica todos los supuestos males que
encerraba la civilización oriental. El objetivo de Fu Manchú es, sin tapujos, la dominación mundial, y para conseguirla hace gala de un genio científico que ninguno de sus predecesores había tenido. Cada novela muestra una nueva y terrorífica invención como parte de un nuevo y terrorífico plan, que siempre es frustrado por la intervención de la némesis del doctor, el agente británico Denis Nayland-Smith. Cabe añadir que, frente al salvajismo de Fantômas, Fu Manchú hace siempre gala de una exquisita educación oriental, incluso en las ocasiones en que se encuentra cara a cara con su eterno enemigo.
Si Fu Manchú es producto del pensamiento colonialista, otro científico malvado, el doctor Mabuse, se convirtió décadas más tarde en una advertencia contra el fascismo. Cuando el cineasta Fritz Lang lo llevó a la pantalla –sobre todo en el segundo film de la serie, EltestamentodeldoctorMabuse (1933)–, el personaje fue considerado un claro reflejo del ideario hitleriano. “Cuando la humanidad, sojuzgada por el terror, se haya vuelto loca de miedo y horror, y cuando el caos se haya convertido en la ley suprema, entonces habrá llegado el tiempo del imperio del crimen”, expresa el protagonista de forma elocuente. La película fue, en efecto, prohibida por Goebbels, pero Lang estrenó en Europa otra versión que había rodado simultáneamente en francés, coincidiendo con su huida definitiva de Alemania.
Hubo que esperar a los tiempos del folletín – la novela por entregas– para que llegaran los archivillanos en serie
EL CONTRAPUNTO DEL HÉROE
Cuando en 1953 Ian Fleming creó a James Bond, retomó esta figura de los malos inteligentes y todopoderosos para enfrentarlos a su elegante espía, pero añadió además un nuevo componente de su cosecha: la mezcla étnica. Desde el Doctor No a Goldfinger, pasando por el inevitable Blofeld, todos los oponentes de 007 son el resultado de una combinación de razas y nacionalidades, y todos son finalmente derrotados por Bond, inglés en un ciento por ciento; es comprensible que la obra de Fleming haya sido acusada de un cierto racismo. Pero la clave del éxito de su personaje puede estar en la oposición entre la figura de Bond y la de sus enemigos: 007 es un funcionario bien pagado, con cuenta de gastos
ilimitada cuando está en una misión, que vence a malvados multimillonarios y les quita, además, a sus amantes en casi todas las ocasiones; toda una sublimación de las ambiciones del hombre común, que se identifica con Bond cuando le ve usando su ingenio y sus recursos para imponerse a figuras situadas muy por encima de él en la escala social. Esta contraposición es un clásico que ha seguido muy presente en la cultura popular: el malo es el contrapunto del héroe, su imagen negativa. Lex Luthor, principal enemigo de Superman, es un mortal común, sin ningún tipo de superpoderes, y frente a Batman, que se ha hecho a sí mismo usando el esfuerzo y la disciplina, tenemos al Joker, que encarna la anarquía absoluta. La saga de Harry Potter nos presenta a su vez a Voldemort, cuya oposición radical a las fuerzas del bien queda plasmada al matar a su imagen principal: los padres de Harry. Antes, George Lucas había ido más allá con la creación del verdadero protagonista de la saga de StarWars, Anakin Skywalker, del que puede decirse que se mata a sí mismo para renacer convertido en Darth Vader, un paso hacia el mundo del mal representado por el lado oscuro de la Fuerza, del que solo se salvará tras ser redimido y vencido por su propio hijo. La desaparición de la censura ha traído otra evolu