La búsqueda del nirvana
Surgida como una rama del árbol hinduista, su antidogmatismo y el carisma de Buda la han llevado a ser la cuarta religión a nivel mundial.
En la India del siglo VI a. C. existía descontento religioso por el carácter demasiado formal y ritual de la religión védica de los brahmanes, la clase alta al fin y al cabo. En regiones como el noreste, menos influida por los arios, surgieron muchas sectas. Una fue el budismo.
Pero, más allá de ese contexto, su alcance y propagación no se entenderían sin la figura carismática de su fundador, Siddharta Gautama, el príncipe que dejó las riquezas y se convirtió en asceta. El después llamado Buda (ilu- minado) nació hacia 400 a. C., según las últimas hipótesis en el seno de la familia real de la dinastía Sakia. Este fue un reino independiente al norte de Benarés, en la falda del Himalaya, en un territorio a caballo entre Nepal y la India. Dicho reino pudo no ser tan importante como la palabra sugiere y tratarse simplemente de un dominio tribal cuyo oligarca era el padre de Buda, el rey Shuddhodana, que se casó con su prima Maya (nombre que significa ilusión). La tradición budista dice que la pareja no tuvo hijos y que la concepción se realizó de manera mágica, lo que ofrece algunos paralelismos con Jesucristo. En el caso de Buda y su madre Maya, ella soñó que era traspasada en el costado por un elefante blanco con seis colmillos, y quedó embarazada. Ese paquidermo legendario habría sido la forma tomada por el futuro Buda para preparar su regreso a la Tierra (ya habría experimentado anteriores reencarnaciones).
A los 30 años, este hijo de rey abandonó la corte de la tribu Sakia, renunciando a las ventajas y la vida propias de su posición. Buscó intensamente la iluminación, practicando el ascetismo hasta casi la inanición. El cénit llegó cuando se sentó bajo un árbol (un ficus o higuera) y, tras intensa meditación, alcanzó la iluminación. A partir de ahí, Buda se dedicaría a la enseñanza moral durante 45 años más, el resto de su vida. Su método se caracterizó por el proselitismo: logró crear una
shanga (comunidad) para que extendiese su mensaje. En cuanto al contenido de éste, se basaba en la búsqueda del nirvana, la liberación interior respecto a los apetitos y pasiones humanas. Había un nirvana provisional (en vida) y un parinirvana, o nirvana definitivo, tras la muerte.
Asoka, su gran propagador. Siglos después, la dinastía Mauria, unificadora de la India, reivindicaría que sus orígenes estaban en aquella tribu de los Sakia. Uno de los grandes emperadores del linaje Mauria fue Asoka, conocido por su belicosidad. Tras el asalto a la provincia de Kalinga, una región del sureste que comprende el actual estado de Orissa, parece que sintió remordimientos por la enorme violencia desplegada por su ejército y el derramamiento de sangre que produjo. Esta experiencia coincidió con la de conocer a un monje budista, del que se convirtió en devoto. Asoka peregrinó a los lugares en los que había vivido Buda. Hizo desenterrar sus reliquias para distribuirlas por el reino y ordenó la edificación de miles de estupas, unos monumentos típicamente budistas que sirven precisamente para contener reliquias, en los que fueron consagradas las del maestro.
Su política constructiva resultó fundamental para la extensión del budismo, aunque todavía más importante fue que Asoka asumiese que su gobierno debía regirse por criterios inspirados en las enseñanzas budistas: sus edictos preconizaban la importancia de vivir
según el dharma, término proveniente del hinduismo y que el propio emperador explicó así en uno de sus primeros edictos: “Consiste en pocos pecados y muchas acciones buenas, de bondad, generosidad y pureza”. Asoka apoyó a los monjes budistas y envió emisarios hasta Grecia y China.
Dos escuelas diferentes. Una de las claves de la rápida expansión del budismo fue la vocación misionera de sus monjes, que extendieron su mensaje en incansables viajes por toda Asia. A China, los primeros llegaron en el siglo I, posiblemente tras haber cruzado por tierra Afganistán y Pakistán, y luego seguido la Ruta de la Seda, alcanzando así los dominios occidentales del imperio Han. El interés por esta religión prendió con fuerza desde el principio, incluso en la corte imperial, donde fue estudiada por los sofi sticados intelectuales que la poblaban. Algunos relatos y pinturas hablan de emperadores importantes de la época, como Ming o Wu, atraídos por la fi gura de un hombre o un dios dorado (“cuyo cuerpo tenía el brillo del sol”), en referencia a Buda. En la actualidad, hay estimaciones de que entre un 20 y un 50% de la pobla- ción china se considera budista.
Como otras religiones, el budismo también se dividió en escuelas. Hay dos grandes corrientes: una se llama
theravada y la otra mahayana. Las diferencias entre ambas se remontan a la época en que el budismo todavía no había salido de su territorio original e incluyen su distinta percepción de la propia figura de Buda: así como la escuela theravada lo contempla como un maestro venerable, la mahayana lo eleva hasta la condición de figura de alcance cósmico, con poderes cercanos a los de un dios. Otra diferencia es que el budismo theravada considera que hay muy pocos hombres que se pueden salvar, debido a lo exigente de las reglas que han de seguir para alcanzar la iluminación. En cambio, el ma
hayana es más liberal en este sentido y concede la posibilidad de la salvación para todos. En China, la corriente que se implantó desde el primer momento fue la segunda.
También en Occidente. Japón, cuna del budismo zen, y todo el sureste de Asia son otros territorios donde el budismo arraigó. En países como Tailandia es la religión con más adeptos, consagrada oficialmente en su constitución. Pero seguramente lo más llamativo es la irrupción budista en Occidente, donde empezó a interesar a finales del siglo XIX, cuando algunos de sus representantes participaron en el Parlamento Mundial de las Religiones celebrado en Chicago en 1893. El movimiento hippy, la contracultura de los años 60, la extensión de las prácticas de meditación y el interés por la situación en Tíbet (ver recuadro) han puesto el foco sobre el budismo, cuyo carácter poco dogmático sin duda hace más fácil adscribirse a él que a las religiones tradicionales.