La liberación de Europa
La mayor invasión por mar de la que se tiene constancia en la historia supuso el principio del fin de la ocupación nazi en Europa. Tras el Día D, llegaría la liberación del continente.
Como cada noche a las nueve, el teniente coronel Helmuth Meyer, encargado de escuchar las emisiones de radio inglesas en busca de instrucciones cifradas, ha puesto en marcha su cinta magnetofónica al oír la frase “Ahora escuchen atentamente unos mensajes personales”, del servicio en francés de la BBC. Acostumbrado a comunicaciones sin sentido –destinadas a despistarles–, esta vez se queda sobresaltado por lo que viene a continuación: “Les sanglots longs des violons de l’automne” (“Los largos sollozos de los violines del otoño”). ¿Otra frase caprichosa? No para los lectores del gran poeta francés Paul Verlaine, que reconocen el primer verso de su Chanson d’automne. Y tampoco para los oficiales de inteligencia alemana como Meyer, que han sido advertidos hace tiempo por su máximo responsable, el almirante Canaris, de que esa cita será el primer aviso de los aliados a la Resistencia francesa, advirtiéndola de la inminente invasión del continente, siempre y cuando se transmita en el día primero o decimoquinto del mes. Es 1 de junio de 1944.
El ataque contra la Europa conti- nental por los aliados es el acontecimiento que más puede ennegrecer los pensamientos de la alta jefatura nazi. Tanto preocupa a Hitler, que a finales de 1943 ha enviado a Francia a uno de sus más brillantes generales, Edwin Rommel, el zorro del desier
to, para supervisar las defensas de la costa atlántica en Francia, donde probablemente sea la invasión.
Completamente despistados. Rommel lleva los seis meses de 1944 tenso y obsesionado con establecer líneas de defensa inexpugnables, o que al menos obstaculicen al máximo un desembarco aliado. Todo tipo de estructuras metálicas dentadas y minas, miles de minas, son instaladas, sobre todo en Calais, el paso más estrecho del Canal de la Mancha. Pero llega el mes de junio sin invasión y Rommel, agotado y confiado en que el mal tiempo reinante impedirá cualquier tentativa naval, hace caso omiso de los avisos de inteligencia, que probablemente considera un intento de despistar. Y el 4 de junio se va a pasar unos días de descanso a Alemania, coincidiendo con el cumpleaños de su esposa el 6 de junio.
Al otro lado del Canal de la Mancha, el general Eisenhower también está muy tenso. Ha dispuesto la invasión para principios del mes de
junio, pero la climatología adversa se lo está poniendo difícil. El mantenimiento del secreto es otro factor de estrés: no sólo la fecha ha de permanecer oculta, sino también el lugar. Llevan semanas simulando que podrían entrar por Noruega o, más probablemente, por el paso de Calais, el cual someten a constantes bombardeos aéreos.
En cambio, el punto escogido se halla bastantes kilómetros al sur: las playas de Normandía. Cinco mil barcos se encaminan hacia ellas en largos convoyes encabezados por dragaminas que limpian las aguas de minas. La fecha escogida es la mañana del 5 de junio, pero unos vientos superiores a 50 kilómetros por hora llevan a Ike (el apodo de Eisenhower) a aplazarla por un día. Si deja pasar más tiempo, la probabilidad de que la flota sea detectada es muy alta.
Entre una inmensa preocupación, la meteorología da tregua a los aliados: se anuncian unas pocas horas de buen tiempo durante el día 6, una de las fechas en las que concurren los dos requisitos necesarios para la operación: luna tardía, para que los aviones que lanzarán paracaidistas en territorio normando puedan acercarse sin ser vistos, y marea ba- ja, que ha de permitir avistar durante el desembarco los obstáculos y minas situados por Rommel en el acceso a las playas. Eisenhower se decide al fin: “Estoy completamente seguro de que debemos dar la orden. No me gusta, pero es así… No creo que se pueda hacer otra cosa”. El 6 de junio será el Día D.
La hora H. A partir de la medianoche, los aviones surcan el Canal para acabar lanzando dieciocho mil paracaidistas americanos, ingleses, canadienses y franceses en la retaguardia de las líneas de defensa alemanas. Son la avanzadilla. Su misión es apoderarse de puntos de paso estratégicos, como los puentes sobre el río Orne y el canal de Caen, que deberán mantener inaccesibles al paso de las tropas alemanas, destruir otros puentes para perjudicar el movimiento del enemigo en su acercamiento a las playas y eliminar baterías para evitar los bombardeos contra sus compañeros que van a llegar por vía marítima. Lo hacen hacia las seis de la mañana, después de que las diez gigantescas hileras en que navegan las cinco mil naves recorran la distancia que les separa de los objetivos que han sido desig- nados para el desembarco anfibio de 160.000 soldados. Los puntos donde deberán saltar al agua para invadir tierra firme son cinco playas a las que se ha bautizado con nombres en clave (Omaha, Utah, Sword, Juno y Gold) y un acantilado llamado Pointe du Hoc, en el que los alemanes han ubicado baterías de cañones.
El desembarco resulta más fácil en algunas de las playas, como Utah o Sword, pero dramático en otras,
especialmente en Omaha Beach. Allí, el mar agitado hace irse a pique a diez de las lanchas de desembarco y algunas apenas si pueden ser bajadas correctamente al agua. Varios marineros caen al mar en estos primeros momentos y sus posibilidades de sobrevivir son escasas, ya que las barcazas tienen orden de no detener su trayectoria para rescatar a nadie. “¡Hasta la vista, mamones!”, grita desesperado un soldado desde el agua a una lancha que se aleja.
Las que consiguen acercarse a su objetivo, entre los vómitos de los mareados soldados, se encuentran con obstáculos de acero y hormigón, coronados por minas que impiden el avance hasta el pie de playa. Mientras buscan un lugar por donde llegar a la arena o desembarcan de cualquier manera, son blanco de un durísimo fuego desde los búnkers alemanes.
Masacre en la playa. Los nidos de ametralladoras hacen estragos, diezmando a los aliados en un fácil
pim pam pum sin piedad. ¿Por qué hay una resistencia tan fuerte? Para desdicha de los invasores, los bombardeos aéreos previos que debían neutralizar estas defensas han fallado: por precaución de no alcanzar a sus propias fuerzas, han disparado demasiado tierra adentro. El resultado es dantesco: en el sector de Dog Green de la playa de Omaha sólo una tercera parte de los soldados que desembarcan en la primera oleada consigue recorrer la distancia entre sus barcazas y la orilla.
La situación degenerará en caos, ya que al no tomar la playa en seguida, la llegada de los posteriores flujos de tropas programados provoca acumulación de naves y soldados en condiciones muy expuestas. Al final del día sólo se han podido conquistar dos puntos aislados. Y se tardarán tres días en cumplir los objetivos asignados sólo para el Día D. Por ello a este lugar se le bautizará como “la sangrienta Omaha”.
La liberación de Francia. Pero la enorme asignación de fuerzas aliadas al desembarco en Normandía –más de un millón de hombres– va a inclinar la balanza. Con mayor lentitud de la prevista, sí, pero inexorablemente. Tampoco la reacción alemana es todo lo rápida que debiera. Muy al contrario, en el seno del alto mando alemán estallan toda una serie de solapamientos (Rommel no tenía el mando absoluto y se llevaba mal con el otro mariscal, Von Runstedt), problemas de comunicación y sobre todo una excesiva dependencia operativa respecto a Hitler, que se empeña en mantener las riendas en la toma de decisiones. Así, se tarda mucho en entender que el asalto a Normandía era la tan temida invasión y, equivocadamente, se sigue manteniendo el grueso del ejército en torno a Calais.
Los aliados no desaprovechan ese tiempo y lo utilizan para levantar nada menos que dos puertos artificiales en las playas normandas. Eso permitirá ir desembarcando tropas que, con mayor rapidez de lo previsto, se hacen con el control de toda Francia, ayudadas por la activa Resistencia clandestina gala. En menos de tres meses consiguen tomar París. En la operación también participan soldados españoles, antiguos republicanos huidos tras la Guerra Civil que se han alistado en la Resistencia. La rendición de la guarnición alemana se produce el 25 de agosto de 1944. El general De Gaulle se instala ese mismo día en la ciudad como presidente del gobierno provisional.
El Estado Mayor Conjunto que nombró a Eisenhower comandante supremo le ha encomendado “alcanzar el corazón de Alemania”. Sin embargo, los intentos de hacerlo du-
rante 1944 resultan baldíos: fracasa una invasión en Holanda (la operación Market Garden) y también las opciones de cruzar el Rin por el sur de la cuenca del río. Los aliados se quedan estancados en la línea defensiva del territorio alemán por el oeste, sucesora de la Línea Sigfrido de la Primera Guerra Mundial. Asimismo, en el norte de Italia, la Wehrmacht también mantiene sus posiciones en la Línea Gótica, postrera muralla de defensa para evitar una invasión a través de la península transalpina (Italia ya ha sido invadida por los aliados en el otoño de 1943).
El ataque final de Hitler. Todavía los alemanes tienen fuerzas para intentar una última gran contraofensiva. Hitler elige el territorio belga de las Ardenas y, en concreto, sus densos bosques. Al iniciarse la operación en pleno invierno, con mal tiempo, y gracias al secreto con que se empieza, sorprende a los aliados. Tiene lugar así la batalla de las Ardenas, que comienza el 16 de diciembre de 1944.
El efecto sorpresa provocará que toda la 101ª División Aerotransportada americana, una de las que había participado con sus paracaidistas en el Día D, quede sitiada en Bastogne (Bélgica). Entonces emerge la genialidad del general George S. Patton, que se adelanta a las órdenes de Eisenhower y hace girar tres divisiones de su III Ejército para iniciar una inesperada ofensiva que cambia el curso de una batalla que se saldará con otra victoria aliada.
Pasado el invierno, a principios de abril de 1945, por fin los aliados se abren camino tanto en Italia como en Alemania Occidental. Los soviéticos, por su parte, ya han invadido Alema- nia por el este y se lanzan sobre Berlín a finales de ese mes. El 25 de abril ambos ejércitos invasores se encuentran en el río Elba. Ese mismo día en Italia, Mussolini es asesinado por partisanos mientras intenta huir.
La situación personal de Hitler, en Berlín, se encamina hacia un final similar al del dictador italiano. El ataque ruso sobre la capital alemana es imparable: 196 divisiones y 2’5 millones de soldados es más de lo que el maltrecho ejército nazi puede resistir a estas alturas de la guerra.
Ante esa perspectiva, el arrogante líder nazi decide seguir el mismo camino que esperaba de sus más altos generales: el suicidio. Se casa con su amante Eva Braun y ambos se quitan la vida el 30 de abril de 1945. Poco después lo hace uno de los jerarcas a los que ha cedido sus poderes, el ministro de propaganda Joseph Goebbels, que será por breve tiempo canciller del Reich. Tras fracasar en llegar a un acuerdo con los rusos, arrastra en su suicidio a toda su familia. Una semana después, el último presidente de la Alemania nazi, el marino Karl Dönitz, acepta rendirse a los americanos. El 7 de mayo se firma la rendición, lo que provoca el júbilo en todos los países aliados. Menos de un año después del Día D, se ha llegado al más esperado todavía Día V, el Día de la Victoria.