Arrojando la primera piedra
El 1 de septiembre de 1939, las tropas germanas atravesaban la frontera de Polonia a sangre y fuego. Sólo ocho días después, sitiaban Varsovia. Hitler comenzaba así a construir su sueño de la Gran Alemania.
La política hace extraños compañeros de cama. Incluso contra natura. Es lo que ha ocurrido en la noche del 23 de agosto de 1939, cuando la Alemania nacionalsocialista y la Unión Soviética comunista han decidido dejar de odiarse para convertirse en fraternales socios.
El ministro de asuntos exteriores germano, Joachim von Ribbentrop, la cara amable nazi de la que desconfía la diplomacia occidental, llegó a Moscú para intentar repetir uno de sus exitosos acuerdos internacionales que tanto satisfacen a Hitler, ya que le otorgan tiempo para el rearme. Se lo ha propuesto a su homólogo soviético, Viacheslav Mólotov, poco aman- te de los focos pero que es una de las sombras más eficaces del líder soviético, Josef Stalin.
Matrimonio de conveniencia. El mundo ha conocido a la mañana siguiente que ambos países acuerdan no agredirse mutuamente en el futuro, consiguiendo así cada uno evitar un enemigo de notables dimensiones. Pero… ¿cuál es el pago por esta no agresión garantizada? La comunidad internacional ignorará los auténticos detalles de un pacto que se hace pasar por económico, pero que en realidad oculta otro acuerdo secreto, muy suculento para los firmantes: el reparto de toda la Europa oriental, una zona sobre la que ambos se habían proyectado históricamente en tiempos mejores, que ahora desean reeditar.
Varios Estados son intercambiados como cromos entre Mólotov y Ribbentrop: la Unión Soviética se queda con Finlandia, los países bálticos y Besarabia (una región de Rumanía) y a cambio le concede a Alemania el dominio sobre la mitad de Polonia, incluyendo la ciudad de Danzig (perdida en el Tratado de Versalles) y el corredor polaco, otra zona de la que se privó a Alemania tras perder la Primera Guerra Mundial para que Polonia pudiese acceder al Mar Báltico.
A partir de entonces, Hitler actúa con la seguridad de quien sabe que
sólo poseerá enemigos de calibre en Occidente, pero no en Oriente. Alemania no tendrá a su espalda una Rusia hostil, como había temido.
Apenas concede un respiro a su aparato militar y planifica la invasión de Polonia para tres días después, el 26 de agosto. Pero cuando sólo faltan veinticuatro horas, Gran Bretaña firma un acuerdo de defensa mutua con Polonia y la operación militar se retrasa a la espera de valorar los riesgos. Como el motor de la guerra ya está a plena potencia en las calderas nazis, el análisis se demora poco: las SS reciben órdenes de calentar el ambiente con Polonia para justificar la invasión. El 31 de agosto llevan a cabo una operación de provocación, haciéndose pasar por tropas polacas que atacan una antena de radio. La agresión motivará la declaración de guerra.
Primera acción bélica. A las 4.40 de la mañana se produce el primer acto bélico de los alemanes: su fuerza aérea, la temible Luftwaffe, bombardea la ciudad de Wielun sin hacer distinciones entre militares y civiles. El fuego de los aviones mata a 1.300 de estos últimos y destruye el 75% de la localidad. La II Guerra Mundial ha comenzado.
El ataque coge desprevenido al ejército polaco, que había sido movilizado e inmediatamente desmovilizado el 30 de agosto, por presión de los franceses, que confiaban en un arreglo diplomático, y para desesperación del mariscal polaco Edward Ridz-Smigly, su principal líder.
Las operaciones militares alemanas se producen con una enorme virulencia y agresividad desde el primer día. Se suceden las acciones contra objetivos civiles (como las ejecuciones, que alcanzan una frecuencia diaria). Se pretende causar el mayor daño posible y minar la moral de los polacos. El planteamiento de fondo es el de una
guerra total, que se libra más allá de los frentes de batalla tradicionales.
Ejemplo de ello es el plan diseñado para exterminar a las élites políticas y culturales polacas de mayor influencia, que serán liquidadas por unidades específicas de las SS –los Einsatzgrup
pen– en la Operación Tannenberg. Los judíos constituirán otro de los colectivos masacrados de forma preferente casi desde el primer día: el 3 de septiembre se quema ya a un rabino hasta morir y el 4 de septiembre tropas nazis llevan a cabo la terrible masacre de Czestochowa, con más de 600 muertos civiles, muchos de ellos judíos. El total de muertes civiles al final de la invasión no deja lugar a dudas: entre 150.000 y 200.000 ciudadanos.
El asedio final. El 17 de septiembre, Stalin, que había estado a la espera de ver si la invasión alemana se detenía en las zonas acordadas en el pacto secreto –como así ocurre–, inicia la invasión del este de Polonia. Las tropas de ambos países invasores se coordinan, como también lo hacen sus dirigentes políticos, que actualizan su pacto: Alemania se queda con una porción mayor de Polonia a cambio de que Lituania (país objeto del reparto de influencias) pase a manos de la URSS.
Aun así, Varsovia resiste más allá de lo esperado y, el 19 de septiembre, Hitler ve cómo se frustra su plan de dar un gran discurso victorioso en la capital polaca y ha de conformarse con hacerlo en Danzig. La batalla por el control de la ciudad ha degenerado en un asedio.
Un mes exacto aguanta Varsovia. El 1 de octubre, las tropas alemanas entran en la ciudad y cinco días después, es el propio Hitler quien –ahora sí– viaja por fin a la ya ex capital y se apresta a presidir el desfile de la victoria. El Führer habla en el aeropuerto a un grupo de reporteros con palabras que dejan poco asomo de duda respecto a sus intenciones futuras: “Señores –les dice–, han visto ustedes las ruinas de Varsovia. Que sirvan de advertencia a los estadistas de Londres y París, que todavía piensan en continuar esta guerra”.