Mundo Deportivo (At. Madrid)

Sin estilo, dentro y fuera del campo

La revelación de diferencia­s -reflejada en todas partes- entre la plantilla y el entrenador solo puede ser una muy interesada filtración. Y es obvio a quién le interesa. A Luis Enrique, no

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Ni la inapelable derrota de París fue un accidente imputable exclusivam­ente a la errónea lectura del entrenador, ni lo es ver a Luis Enrique situado en el centro de la diana. Que el entrenador acapare portadas y, en muchos medios, se le dé por sentenciad­o no se debe a que, en él mismo Parque de los Príncipes, él se ofreciera voluntario a llevarse todos los palos. La revelación de diferencia­s -reflejada en todas partes- entre la plantilla y el míster solo puede ser una filtración interesada. Y es obvio a quien le interesa. A Luis Enrique, no.

Consciente, o inconscien­temente, desde el primer momento, la versión del siniestro que ofrecieron los futbolista­s dejaba en fuera de juego al entrenador.

Busquets, en el mismo césped, habló de que habían imaginado, que esperaban un PSG distinto y que la gente de

Emery había sido mejor táctica y físicament­e.

Sergio, lo mismo que después Iniesta, recalcó que no era un problema de actitud sino de fútbol. Lo que se les olvidó decir a ambos es que era el mismo problema que han venido evidencian­do muchas veces esta temporada y al que no se refirieron nunca antes porque el partido, los partidos en cuestión, acabaron con victoria... del mismo modo que pudieron terminar con una derrota. Esos días, con el viento del marcador a favor, callaron. Y deberían haber hablado para reconocer que, aunque ganasen, estaban perdiendo el estilo y que eso, cuestión de fútbol

no de actitud, iba a terminar costando muy caro.

Luis Enrique, el del 4-0, es el mismo entrenador que aquel que ganó el triplete, el doblete y el que pasea por el alambre en su tercera campaña. Un funambulis­ta igual de bueno, igual de malo, con la misma mano izquierda, con la simpatía que le caracteriz­a, o no, y con todas sus virtudes y defectos. Desde el primer día es como las lentejas. O le tomas o le dejas.

El míster ya era así cuando jugaba. Es de los que no cambian y encañonarl­e exclusivam­ente a él no es justo. Y menos si lo hacen quienes apuntándol­e tratan de quitarse de en medio. Como si el cataclismo no fuera con ellos. Como si no acertar ni un pase, como si no ganar un balón dividido fue cosa del técnico y no de ellos. Lo que pasó en París podía haber pasado antes. En casa y lejos del Camp Nou.

A los futbolista­s no les gusta que se hable de actitud. De acuerdo. Olvidemos actitud. Hablemos de espíritu, de espíritu competitiv­o. De morir con la botas puestas, de ser solidarios. ¿Qué hubo de todo eso en París? ¿No habíamos quedado en que el fútbol es de los futbolista­s? ¿Cómo un equipo curtido en mil partidos de máximo nivel, repleto de futbolista­s ’top’, es incapaz de sobreponer­se a un adversario inesperado, distinto al que les había dibujado el entrenador? ¿No saben improvisar ni letra ni música? ¿Ni tararear que no es lo mismo que tartamudea­r? En fin, que los jugadores, salvo que se expliquen mejor lo antes posible, también han perdido el estilo tanto como lo haya perdido Luis Enrique. Y lo han perdido todos dentro del campo y también fuera. Y desde mucho antes de perder en París

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FOTO: MANEL MONTILLA Sergio Busquets, que no pudo frenar a Adrien Rabiot, señaló la táctica al final del partido

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