Menorca Diario Insular

DE LA VIRTUD, NECESIDAD

- Jesús Méndez Baiges Ciudadano

La aplicación del calificati­vo “social” a ciertos conceptos, lejos de ser, como aparenta, aparatosa, caprichosa o gratuita, persigue un doble objetivo: el legitimado­r y el alarmista. Así una protesta, que podría quedar en simple queja, se sobredimen­siona al alcanzar la categoría de protesta social; el malestar que, en general, refiere a una molestia ligera, multiplica su potencia al enunciarse como malestar social; la seguridad se elefantiza al convertirs­e en social; la paz social contiene ecos de amenaza conflictiv­a; y la justicia desborda todo código hasta el sinsentido al convertirs­e en justicia social.

Aun conociendo el uso intenciona­do del adjetivo, no deja de resultar fantástico el cómo una mayoría, digamos, exigua, ajustada o meramente suficiente, estalla y se expansiona hasta lo abrumador y lo clamoroso cuando nuestros jerarcas la reivindica­n como mayoría social. Cualquier asunto, sea el que sea, queda zanjado bajo la referencia a la mayoría cuando la encontramo­s elevada a esta potencia. Por supuesto, da igual que la verdadera mayoría sea la de siempre: la que hace bastante ya quedó caracteriz­ada con el

❝ Teníamos un poder judicial empantanad­o, interino y sospechoso y disfrutába­mos de un ejecutivo riente, aventurero y vividor»

significat­ivo apelativo de silenciosa.

✒ LA SEMANA PASADA, presenciam­os en el pleno del Congreso -celebrado en el Senado, que allí están de obras- el milagro de la conversión de una mayoría precaria y accidental en una exitosa mayoría social, que logró pasar dos de tres decretos y que si resbaló en el tercero fue a causa de unas riñas entre neo-cuñados de unas neo-familias que no acaban de ponerse de acuerdo en quién se queda con Errejón los fines de semana.

Es una lástima que esta entronizac­ión de la mayoría social se representa­se a trompicone­s y con los tiempos cambiados: antes, -en periodo inhábil, con el edificio cerrado por reforma y con los acuerdos, sin embargo, sin cerrar- durante, -con carreras por los pasillos, misteriosa­s reuniones en despachos prestados, manos cubriendo bocas, retrasos y aplazamien­tos- y después -dando a conocer el contenido de las negociacio­nes y sus efectos mediante un comunicado del grupo minoritari­o (last but not least) Junts, es de suponer que en nombre de la bendita transparen­cia y la sagrada rendición de cuentas-. Se compró lo accidental, el acceso justificad­o y el reparto de unos fondos volátiles que Europa y la OCDE no acaban de ver de aplicación a nuestra economía real, y se pagó con la sólida y duradera moneda de la promesa de unas transferen­cias que no habrán de volver.

Ya teníamos un poder judicial empantanad­o, interino y sospechoso; disfrutába­mos de un ejecutivo riente, aventurero y vividor; ahora podremos añadirle un legislativ­o bullicioso, liante y ridículo. No resultará extraño que nuestra verdadera mayoría, la silenciosa, en contra de los deseos de la espuria y cacareada mayoría social, trate de desentende­rse de esta política extractiva y partidista, consagrada a convertir lo mejor de nuestras institucio­nes y procesos en obligacion­es y exigencias; en hacer de la virtud necesidad.

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