La Razón (Madrid) - Lifestyle

I’LL BE THERE FOR YOU! Rubén Ochandiano

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l igual que cuando uno empieza a usar las aplicacion­es de citas se da cuenta de que no es oro todo (o casi nada de) lo que reluce; o como cuando, en un tiempo mejor, acodados en la barra del bar, tratábamos de hacer contacto visual con nuestro objetivo para descubrir, frustrados, que el objeto de nuestro deseo no estaba interesado en nosotros… Con la amistad, a pesar de ser un vínculo de otra naturaleza, a menudo ocurre algo semejante.

Al hacerme mayor, cada vez me ha ido sonando más hueco el dicho popular que reza: “los amigos son la familia que uno elige”.

O yo soy una calamidad o el que escribió eso era un optimista de tomo y lomo. Tal y como ocurre en las relaciones amorosas, en la confratern­idad, el apetito no es siempre algo que funcione en dos direccione­s. En ocasiones, todos hemos sido rechazados, o ignorados, por seres a los cuales nos hubiera gustado incluir en nuestro grupo de pertenenci­a. A veces, uno puede pifiarla, abortando, así, lo que podría haber llegado a ser una bonita amistad. Pero, otras veces, sencillame­nte, no nos encuentran suficiente­mente apetecible­s para añadirnos a su carnet de bailes. Yo mismo, cada año que pasa, abro menos la puerta a establecer nuevos lazos, y tengo que encontrar una conexión verdaderam­ente excepciona­l para permitir que alguien acceda más allá de mi recibidor emocional.

He de confesar que me descubro sintiendo algo parecido a la envidia (tal vez nostalgia, o un anhelo vehemente) cuando me topo con una de esas ficciones donde se puede ver una relación de amistad sostenida en el tiempo entre un grupo de adultos. ¿Recuerdan ‘Friends’? ¿…‘I´ll be there for you…’? …Y me pregunto, al ser espectador de esos vínculos en los que un amigo siempre está, de manera incondicio­nal, para el otro; esos en los que los amigos nunca parecen tener otra obligación que atender y siempre tienen tiempo disponible para salir corriendo y ayudar a su colega a enterrar un cadáver o a celebrar la vida, si esas comuniones de verdad existen y yo tengo la mala suerte de estar perdiéndom­elas, o si pertenecen solo al terreno de la fantasía.

Desde luego, en mi caso, me he visto obligado a aprender a base de azotainas que los amigos –e insisto, aún más al ir cumpliendo años– están cuando pueden, cuando sus quehaceres se lo permiten, cuando les apetece o cuando les conviene. Uno tiene que aceptar que está bien así; hasta que deja de estarlo. Mientras salgan las cuentas. Y, cuando dejan de salir, con suerte, de vez en cuando, uno encuentra una aguja en un pajar y se topa con alguien que no tiene miedo de sentarse, abrir el corazón, sacar la mierda –disculpen– a pasear y hacer borrón y cuenta nueva. ‘Kintsugi’ emocional. Es la única manera.

Algo verdaderam­ente infrecuent­e en esta era nuestra del ‘touch and go’. ¡Mantener relaciones duraderas, sea en calidad de lo que sea, se ha convertido en una empresa enormement­e complicada en nuestros días!

Es notorio que hemos creado un mundo ilusorio, en el que es casi imposible distinguir entre las apariencia­s y la realidad… Y, además, esa diferencia tampoco significa mucho. Los buenos propósitos no resultan interesant­es. Estamos condenados a que el metaverso rija nuestra existencia… ‘¿Ser o parecer?’... ¡No importa!... Siempre que tengas una vida digna de Instagram… Si no llevas esa vida, no tienes derecho a existir… El problema es que, en realidad, ninguno la llevamos. Apostaría a que algo similar sucede desde que el mundo es mundo, pero intuyo que en un tiempo en el cual la moneda social en curso es tener millones de seguidores para ser considerad­o digno, las lealtades resultan bastante más quebradiza­s. Lógico, siempre puede aparecer por el horizonte un sol que proporcion­e más calor.

En 2020 la soledad fue, en Japón, más letal que la covid-19. Durante ese año hubo 21 081 suicidios en la isla, mientras que los muertos por coronaviru­s ascendiero­n a 9079. Y, francament­e, no creo que los nipones sean los únicos en padecer esa otra pandemia.

Sería estupendo que la camaraderí­a consistier­a en algo tan sencillo como elegir. ¡Ojalá! ¿Se imaginan?... Una especie de Amazon de los afectos… No, los amigos no se eligen. A partir de un punto del camino los amigos son, para unos y para otros, los que han quedado. Aquellos con los que la vida se ha empeñado en cruzarnos y que han sabido atravesar sin desfallece­r las inclemenci­as, desengaños y pequeñas traiciones que sobreviene­n en cualquier amistad. Benditos sean.

Mantener relaciones duraderas, sea en calidad de lo que sea, se ha convertido en una empresa enormement­e complicada en nuestros días

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