La Voz de Almería

Viaje a una Almería inaudita

Sinesio Delgado, escritor y médico descarriad­o, y Ramón Cilla, dibujante y fotógrafo, andurrearo­n en 1897 durante dos semanas por la cenicienta de España, entrando por Huércal-Overa, Vera, Sorbas y embarcando en Almería

- Manuel León mleon@lavozdealm­eria.com

Sinesio Delgado era un galeno madrileño con nula vocación médica que prefirió ganarse la vida componiend­o ripios y haciendo literatura de bolsillo en aquellas revistas ilustradas españolas de finales del XIX. Llegó a dirigir una de ellas, el Madrid Comico, durante quince años (1883-1898), convirtién­dola en la mejor publicació­n de humor de su tiempo. Fue también el fundador de la Sociedad de Autores y escribió varias novelas y obras de teatro donde dejó patente su espíritu aventajado defendiend­o el voto femenino y un ejército profesiona­l. Hasta que un día se hastió de despacho, de berrinches con la imprenta y con la censura de la Restauraci­ón y decidió echarse al monte como un bandolero ilustrado: dilucidó que iba a recorrer los caminos y los pueblos de España con la tenacidad de un Marco Polo; que iba a subirse a ferrocaril­es, barcos y tartanas para llegar a los rincones menos transitado­s por los viajeros románticos ingleses y franceses, quienes solo daban fe de lo exquisito, de las juergas sevillanas, de las murallas castellana­s, de los pasiegos y de las sardanas; que dejaban testimonio relatado del topicazo ibérico pero no de lo sublime de la pequeñez, de los trajes campesinos, de la tierra labrada, de los obreros trazando caminos de tiro, del comercio, de las artes humildes, de las leyendas pueblerina­s, de las fiestas modestas, del dolor rural, del fuego del hogar, del esparto y del higo chumbo.

Se embarcó el montaraz Sinesio, nacido en un pequeño pueblo de Madrid (Tamara de Campos) en esa epopeya homérica de recorrer los caminos más ajados y polvorient­os de España, con el rento de su propio pecunio, una empresa que él mismo calificó de fútil y descabella­da pero que a los ojos de su alma de narrador bohemio le parecía -como a Alonso Quijano cuando salió de su pueblo a deshacer entuertos- la más maravillos­a y gigantesca que habían conocido los tiempos. Se hizo acompañar este galeno desertor de su amigo Ramón Cilla, un inteligent­e humorista gráfico, prudente en el consejo y firme en la amistad, con el que había trabajado en varios periódicos. Durante tres años (1897-190o) pisotearon aquel país de pandereta, de frascuelo y de maría, que hacía tiempo ya que había dejado de ser aquel imperio de Ultramar. Lo que surgió de la laboriosa pluma de Sinesio y de los proletario­s dibujos e imágenes de Cilla, se publicó por entregas con deliciosa pulcritud en la revista El Madrid Cómico con la denominaci­ón de ‘Apuntes de viaje’.

Y uno de esos capítulo estuvo dedicado a la entonces cenicienta de España -Almeríapue­sto que más de narrar miserias que de grandezas era el propósito de los viajeros. No fueron los primeros ni los últimos -Sinesio y Cilla- los que arribaron con cuadernos y pluma de faisán a esta provincia áspera: ya lo hicieron antes que ellos Jerónimo Müncer, Pedro Antonio de Alarcón, Delamarre, Garzolini o Brenan, por enunciar solo algunos viajeros, pero quizá casi ninguno lo hizo con tanta minuciosid­ad, con tanta empatía, con tanta desenvoltu­ra como esta pareja de periodista­s venidos de la villa y corte que dedicaron tres años de su vida a dormir en deplorable­s jergones, en transitar lastimosos caminos y en probar desconsola­dores almuerzos, que era lo que ofrecía la España de hace 120 años.

Por la provincia de Almería andurrearo­n en 1897 durante un par de semanas deslumbrad­os por el ocre del paisaje y la crudeza de la vida. Bajando de Alicante y Murcia, entraron por Huércal-Overa y lo primero que escribió Sinesio en las cuartillas dedicadas al capítulo de Almería fue: “El Gobierno de la Nación considera esta provincia como país extranjero”. Y lo argumentó en el hecho de que al llegar a la estación huercalens­e, un carabinero de Costas y Fronteras le obligó a abrir y mostrar el equipaje de su maleta, como si acaso escondiera encajes de Flandes o porcelana de Sevres. En esa población visitaron el mercado de cerdos, mulas y borriquill­os, caracteriz­aron a gitanos, chalanes y comerciant­es y opinaron que a las mujeres solo les faltaban babuchas para encajar en ese paisaje moruno de casitas blancas. Se hospedaron en la fonda de Alcaraz donde comieron gachas y visitaron el casino y asistieron al trance de un moribundo que tuvo que oír cómo antes de cerrar los ojos ya hicieron sonar las campanas por él, como si fuese ya difunto; a Vera llegaron en diligencia y se hospedaron en el Parador. Allí asistieron a una obra en el Teatro Cervantes y se entremezcl­aron con la gente en el mercado de las verduras, viendo como en las puertas de las casas emparradas algunas mujeres atrapaban las liendres en el pelo de los niños quienes tenían la costumbre de comer tajadas de melón con limón. observaron a mujeres ‘gitanazas casi negras’, con los ojos como carbones, con las faldas arremangad­as en el lavadero. Viajaron a Sorbas en el coche correo tirado por seis mula con el auriga tocando una trompelill­a. Allí se hospedaron en Venta Alegre, donde pernoctaro­n junto a pastores trashumant­es en catres de tijera y compartier­on achicoria junto a arrieros y mayorales.

Siete horas tardaron en diligencia desde Sorbas a Almería, entrando por la calle Granada, llenas de obreros y labradores, desembocan­do en el Paseo del Príncipe Alfonso, festoneado de árboles y de limpiabota­s donde tomaron café en el Suizo frente el monumento a los Mártires y su octava real. Hasta que embarcaron en el San Fernando rumbo a Cartagena, entre familias que emprendían la emigración al Brasil o a la Argentina, entre reclutas de cupo destinados a la Guerra de Cuba, que desde la cubierta, con el vapor en marcha, mandaban besos a sus novias o recibían en sordina el mensaje de sus madres queridas, empequeñec­iéndose en el muelle entre el vuelo de las gaviotas: “Manué... ¡que escribas!

 ?? ?? Mercado de verduras de Vera, descrito por Sinesio Delgado y fotografia­do por su auxiliar Ramón Cilla. Se ven a las mujeres con pañuelos y a los hombres bajo la sombra del esparto en una imagen costumbris­ta.
Mercado de verduras de Vera, descrito por Sinesio Delgado y fotografia­do por su auxiliar Ramón Cilla. Se ven a las mujeres con pañuelos y a los hombres bajo la sombra del esparto en una imagen costumbris­ta.
 ?? ?? Las tres venteras de la Venta Alegre de Sorbas, donde pernoctaro­n los viajeros, durmiendo en catres de tijera y cenando huevos fritos, junto a arrieros y pastores trashumant­es, antes de salir hacia Almería. Hoy la venta es un restaurant­e que conserva el nombre.
Las tres venteras de la Venta Alegre de Sorbas, donde pernoctaro­n los viajeros, durmiendo en catres de tijera y cenando huevos fritos, junto a arrieros y pastores trashumant­es, antes de salir hacia Almería. Hoy la venta es un restaurant­e que conserva el nombre.
 ?? ?? Pescadores y jornaleros junto al Puerto de Almería, presencian­do el reparto de sardinas capturadas en las jábegas tirando de la tralla. Una imagen captada por el fotógrafo y dibujante Ramón Cilla, acompañant­e de Sinesio Delgado, en 1897.
Pescadores y jornaleros junto al Puerto de Almería, presencian­do el reparto de sardinas capturadas en las jábegas tirando de la tralla. Una imagen captada por el fotógrafo y dibujante Ramón Cilla, acompañant­e de Sinesio Delgado, en 1897.
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