La Vanguardia

Adrian Newey, ‘mon frère’

- Julià Guillamon

Cuando preparaba su libro de cuentos La chirivía, el escritor pidió a los responsabl­es de la editorial que, en la cubierta, le dejaran poner la fotografía de una caja, construida con listones y refuerzos de cartón, que llevaba estampada la marca Ultrafruta. Era un recuerdo de su niñez. Un vecino que tenía un huerto cargaba las verduras en una de esas cajas, atada con unos flexores elásticos detrás del asiento de una moto de 125 cc. Llenó la caja con un pimiento verde y otro rojo, tres tomates de Barbastro, unas zanahorias, cebolletas, dos berenjenas y encima colocó una chirivía que parecía una cola de rata. La idea era: el cajón es un cuerno de la abundancia moderno. En medio de esta exuberanci­a de pimientos, berenjenas, zanahorias y cebolletas, la chirivía representa la modestia de la raíz sencilla, olvidada por todos. “El mundo es de las chirivías” se pasaba el día diciendo en las entrevista­s, cuando el libro salió publicado.

A los pocos días, todavía bajo la embriaguez de la novedad, las entrevista­s y los comentario­s halagüeños, un amigo le mandó un mensaje de Whatsapp: “He pasado por el Mesón de las Letras, he buscado tu libro, no lo encontraba, se lo he pedido a una dependient­a ¡y lo tenían en la sección de agricultur­a!”. El escritor se lo toma medianamen­te bien. Comprende que la metáfora de la chirivía pueda despistar a los libreros de las grandes superficie­s como el Mesón de las Letras. Por ver a su amigo tan alterado, más que porque él tenga un gran disgusto, llama al director comercial de la editorial que le dice que enseguida estará solucionad­o. Unas semanas más tarde, una amiga le telefonea para decirle que ha visto su libro en la sección de horticultu­ra del Museo de los Libros, una librería que mueve el cotarro. “¿Qué quieres que le haga?” -le dice el escritor-. En cambio, en la librería La Desgraciad­a lo tienen en el escaparate y en la nueva A mi qué me cuentas de Sant Ginés de Mar la recomienda­n en un podcast”. Vuelve a hablar del director comercial que, de momento, lo soluciona.

El escritor intenta no hacerse mala sangre. Le gusta la cubierta con la caja y las letras rojas: “La chirivía”. Durante la cena habla con el hijo de la temporada de la Fórmula 1. Estos días se presentan los nuevos bólidos y aunque no se puede comparar con la expectativ­a de hace unos años, cuando los coches eran más diferentes unos de otros y más coloridos, están al corriente de los lanzamient­os. “Del equipo Williams Adrian Newey pasó a Mclaren y ganó un par de veces el Campeonato del Mundo”, dice el hijo: el padre, con tanta verdura, no lo recordaba. Newey es el ingeniero más importante de las últimas décadas, diseñador de los Red Bull que lo ganan todo. Para comprobar si

Una amiga le telefonea para decirle que ha visto su libro en la sección de horticultu­ra

pasó o no por Mclaren, padre e hijo entran en internet y descubren que en 2019 publicó un libro titulado Como hacer un coche. En el Mesón de las Letras lo tienen en la sección de hobbies. “Adrian Newey, mon semblable, mon frère”, exclama el escritor mientras con la servilleta se limpia una lagrimita.

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