La Vanguardia

Pasar con menos

- Alfredo Pastor

Hace algunos años, un conocido economista norteameri­cano sugirió que, dado que la agricultur­a solamente suponía el 1% del producto interior bruto (PIB) de Estados Unidos, no valía la pena dedicarle más del 1% de la atención. El cálculo era una tontería entonces, y lo sería hoy en España, donde la agricultur­a supone el 2,9% del PIB, y donde los agricultor­es (el 6,3% del empleo total) merecen una parte mucho mayor de nuestra atención. El conflicto actual es una muestra de lo que será el camino hacia la descarboni­zación.

El detonante de la crisis es una directiva de la Comisión Europea que ordena una reducción del uso de fertilizan­tes (producidos sobre todo con gas natural) y una agricultur­a y ganadería menos intensivas, para detener la degradació­n de las tierras cultivable­s. El resultado es un mayor coste de la producción de alimentos. ¿Quién lo paga? El astuto político, imitando a nuestro economista, calcula que los agricultor­es son una minoría entre los votantes, y permite la entrada en el mercado comunitari­o de alimentos procedente­s de países con unas normas menos estrictas y, por consiguien­te, más baratos. Así quiere evitar un aumento de precios que termine por reflejarse en los salarios. De ese modo, el peso del ajuste recae sobre el agricultor europeo. El consumidor está, de momento, a salvo.

¿Un parche? Claro. La energía será necesariam­ente más cara, porque las fuentes más baratas nos están vedadas por los rigores del cambio climático; y como la energía está en la base de todo nuestro modo de vida, casi todo tendrá que ser por lo menos algo más caro. Nuestro alivio es momentáneo. ¿Quién notará más el ajuste? En primer lugar, los más pobres, como siempre; luego nosotros, las clases medias de los países ricos, el 17% de la población mundial. Los ricos, los que menos, como casi siempre. ¿Una revolución? No es aconsejabl­e: todas empiezan con un baño de sangre y terminan con un tirano, con un sufrimient­o mucho mayor.

Tengamos paciencia, porque hay margen. Recordemos que, hoy, la cuarta parte de los alimentos que llenan nuestra nevera termina en la basura a las pocas horas; el 99% de todos los chismes que se fabrican se desechan en menos de un año, y es ínfimo el porcentaje de los materiales que se reciclan. Tenemos margen para alimentar a todo el mundo, si bien no como nosotros nos alimentamo­s ahora. Una transición ordenada hacia un mundo mejor es posible.

Es posible incluso que logremos salvar nuestra democracia en el camino, aunque ello requerirá dosis desacostum­bradas de aquel factor que el industrial francés Auguste Detoeuf considerab­a el más indispensa­ble para la superviven­cia de nuestra sociedad, y también el más escaso: la generosida­d.

En todo gran cambio hay ganadores y perdedores. Parece que hasta ahora hablamos solo de perdedores. ¿Quiénes serán los ganadores? Aquellos que sepan ver el abandono de lo superfluo no como una renuncia, sino como una liberación. Aquellos que se fijen como objetivo una máxima que está en la mente de muchos, pero que un político no pronunciar­á nunca en público: pasar con menos. ●

Tenemos margen para alimentar a todo el mundo, pero no como nos alimentamo­s ahora

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