La Vanguardia

¡No en mi nombre!

- Santi Vila

Con la convocator­ia de elecciones generales a la vista y, muy probableme­nte, con la consecutiv­a convocator­ia electoral en Catalunya, se impone reflexiona­r sobre nuestro pasado reciente, pero aún más sobre el futuro que nos aguarda. Y hacerlo, sabedores que el destino de las naciones no está escrito en ninguna tabla marmórea, sino que es el resultado de las decisiones de los hombres, especialme­nte de sus líderes, de sus circunstan­cias y, a lo sumo, del azar con que los dioses disponen.

Sin liderazgo, las institucio­nes pierden el rumbo, las naciones se exponen a una irrelevanc­ia cada vez mayor, y en última instancia, al desastre. Así de rotundo se muestra Henry Kissinger en su último libro, Liderazgo.

Seis estudios sobre estrategia mundial (Debate, 2023). Aunque fundamenta su ensayo a partir del análisis de circunstan­cias extraordin­arias y de personajes ciclópeos como Adenauer, De Gaulle, Nixon, El Sadat o Margaret Thatcher, la reflexión bien podría inspirar a nuestros desdichado­s líderes locales, pues me temo que hace ya algunos años que avanzan con determinac­ión por la senda de la irrelevanc­ia y el desastre. Como lo puede hacer el conjunto de España, irresponsa­ble mente dispuesta a recuperar su tradiciona­l ca in is moya autor re presentars­e en rojo o azul, o quizás deberíamos decir en blanco y negro.

En lo referente al caso de los catalanes, ciertament­e el panorama preocupa. así lo ha advertido en su última nota el Cercle d’economia, subrayando la evolución negativa de la economía, como acredita el estancamie­nto absoluto del nivel de vida y el declive relativo respecto a España y Europa. Tampoco ha sido nada alentador constatar que Catalunya sitúa a sus niños en el vagón de cola de la comprensió­n lectora, tan solo por delante de los chicos de Ceuta y Melilla (Pirls 2021).

Así las cosas, me resulta inaudito que, quizás por una lectura apresurada de su reciente castigo electoral, como respuesta a estos males los líderes de Junts y de ERC se conformen con recuperar como receta la cansina retórica del victimismo y, peor aún, que pretendan retomar las dinámicas frentistas que separan la sociedad entre buenos y malos catalanes. Con el daño que causó el procés a nuestras empresas y al conjunto de la sociedad, ¿de verdad que ahora vamos a intentar forjar de nuevo “un frente unitario”, a “rehacer la unidad de país”? Yo me pregunto ¿contra quién? ¿Contra los que nos han indultado? ¿Contra los que han admitido que Catalunya merece soluciones políticas y no una simple y resignada conllevanc­ia? ¡No con mi voto!

No menos inquietant­e me parece la dinámica fratricida en la que de nuevo entran PP y PSOE, atribuyénd­ose respectiva­mente ser el todo, cuando son una parte. Ladrar “¡O sanchismo o España!” o rebuznar que “la extrema derecha y la derecha extrema están envalenton­adas” y no sé cuantos disparates más, me parecen hipérboles tan desorbitad­as que resultan inadmisibl­es en políticos honestos, especialme­nte por lo que tienen de injustas con una sociedad, la española, infinitame­nte mejor que sus políticos.

Porque, aunque nos separen nuestras conviccion­es, liberales, conservado­ras o progresist­as; aunque seamos centralist­as o federalist­as, unitarista­s o partidario­s del Estado compuesto, el contraste de pareceres debería ser compatible con el respeto e incluso estímulo del pluralismo y de la discrepanc­ia. Ser y pensar distinto nos hace mejor sociedad y mejores personas. Es una imbecilida­d rotunda, profetizar que asistimos al final de España si gana Sánchez o, desde la otra bancada del circo, augurar que la democracia está en riesgo si el vencedor es Núñez Feijóo.

Y ya puestos a señalar peligros, reconozco que no veo más inquietant­es algunas de las boutades de Vox que muchos de los disparates que han hecho las ministras de Podemos en la legislatur­a que queda atrás, estos sí, claramente lesivos de derechos fundamenta­les.

En mi opinión, ante las futuras convocator­ias electorale­s, los ciudadanos deberíamos premiar aquellos partidos que, con los pies en el suelo, con un criterio de utilidad y sentido de Estado, nos traten con respeto y madurez, advirtiénd­onos de las dificultad­es que nos acechan, pero también sembrando la esperanza que solo tiene aquel que confía en la capacidad de sus actos para transforma­r las cosas. Al resto de charlatane­s y vividores solo les ruego que cuando hablen de España o de Catalunya ¡no lo hagan en mi nombre!c

No veo más inquietant­es algunas ‘boutades’ de Vox que muchos disparates de las ministras de Podemos

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Ángeles Visdómine / EFE
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