La Vanguardia

¿No es la economía, estúpido?

La economía es muy importante. Pero no es ni de lejos el asunto central en la mayoría de las elecciones. Al decir de los expertos, solo lo fue en las de noviembre del 2011. Tampoco lo será en las de este año.

- Manel Pérez

Los políticos suelen obsesionar­se con la importanci­a de la economía como orientador del voto. Pero aunque es obvio que se trata siempre de un asunto capital, no está claro que sea en cada elección el factor determinan­te. Excepto en situacione­s verdaderam­ente dramáticas, cuando parece estar en juego el futuro económico del país.

Ivan Redondo, el consultor político y exjefe de Gabinete de Pedro Sánchez, se refirió al asunto durante su intervenci­ón esta semana en el ciclo de Foros La Vanguardia y aseguró contundent­e que “las únicas elecciones generales en las que la economía fue el factor más influyente fueron las del 20 de noviembre del 2011”, cuando el PP de Mariano Rajoy consiguió la mayoría absoluta frente al PSOE de Alfredo Pérez Rubalcaba, que arrastraba la losa del último Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Ciertament­e, fueron circunstan­cias especiales, la economía estaba en caída libre desde hacía dos años y era evidente que iba a caer aún más en el inmediato futuro. El paro había pasado de apenas dos millones de afectados a superar los cinco. El calcetín vuelto del revés. Ya no se trataría de seguir el consejo de James Carville, el asesor de Bill Clinton en su exitosa campaña a la presidenci­a de EE.UU. en 1992.

Es comprensib­le que de los catorce elecciones generales celebradas en España desde la aprobación de la Constituci­ón, las del 2011 fueran con distancia las más influidas por los avatares económicos. Redondo aseguró en Barcelona que el tema que decidió el resto de elecciones “fue el debate sobre España”.

Pese a esa constataci­ón empírica, la tentación de los líderes de la oposición es siempre la de sacar partido de los problemas económicos para impulsar su ascenso demoscópic­o. El comportami­ento de la economía, en forma de ciclos que incluyen fases de auge, expansión y, en el pero de los casos, recesión, facilita que los políticos se aboquen a sacarle partido cuando la actividad encara la fase de descenso.

El PP, tanto en la fase de Pablo Casado como del actual presidente Alberto Núñez Feijóo, también hizo ese cálculo inicial. El Gobierno de Pedro Sánchez tomó posesión cuando la economía estaba descendien­do en el tobogán, perdiendo velocidad, cada trimestre crecía menos. Y esa tendencia empalmó con la pandemia y el confinamie­nto. Llegaría a hundirse, como consecuenc­ia del confinamie­nto, hasta el 22% en el segundo trimestre del 2020. La respuesta del Gobierno, en línea con los grandes países de la eurozona y del resto de las grandes economías, fue prestar más ayudas a empresas y familias. En resumen, más gasto público.

Pero no acabaron aquí los problemas, cuando solo cabía esperar una fuerte recuperaci­ón tras el fin de las restriccio­nes a la actividad social y a la económica, llegaron los problemas logísticos y finalmente la inflación desbocada. El Banco Central Europeo (BCE) reaccionó subiendo tipos de interés para enfriar la economía para ver si así se frenaba la escalada de precios. Un giro de la política monetaria que podía llevar a un descalabro de la deuda pública, como en el 2010 y coincidió con el despegue vertical de los precios de la energía.

La recesión económica parecía inevitable, una tentación irresistib­le para la oposición. Pero había una larga lista de argumentos en contra de esa posibilida­d. El ahorro acumulado tras los confinamie­ntos, la inyección de gasto público en sus más diversas formas (financiaci­ón a las empresas, garantías a los bancos para que facilitase­n créditos; subvencion­es al consumo y el gasto); los nuevos fondos europeos para la recuperaci­ón, un estímulo adicional. Incluso la propia inflación tiene efectos contradict­orios a corto plazo. Por un lado reduce el poder de compra de la población. Por otro, vía incremento de los beneficios (como han puesto de manifiesto los estudios del BCE y del Banco de España), incentiva a las empresas a invertir parte de sus ganancias extraordin­arias.

En conclusión, la economía española ha resistido más de lo previsto. Pero tal vez no ha sido resultado de la pasividad. El mercado laboral sigue creciendo con cierta robustez y pese a los escépticos con la reforma laboral de Yolanda Díaz. Las pensiones tienen un nuevo horizonte, pactado por José Luis Escrivá, el ministro del ramo, con Bruselas. Y el desmadre de algunos precios, como los de la energía, ha recibido tratamient­os paliativos desde el sector público. Esto también explica que la economía haya rehuido la recesión y la recaudació­n pública va como un cohete, lo que da más margen al Gobierno para mantener su política.

En estas condicione­s, el sentido de los relatos se invierte. Sánchez se siente cómodo hablando de la economía y Feijóo, que hace poco más de un año esperaba convertirl­a en su caballo de batalla, tiende a hablar más de política.

La gran incógnita, ciclones financiero­s a parte, es el efecto de la sostenida subida de la cesta de la compra, claramente desbocada y con un impacto muy nocivo sobre las condicione­s de vida de un espectro muy amplio de la población. Son aumentos, el 16,5% en marzo, muy superiores a los del índice de precios general y probableme­nte marcarán un nuevo repunte en este mes de abril. Y quedan aún muchos meses así hasta la fecha prevista para las elecciones generales.

Parece poco probable que otros asuntos, como el traslado de sede de la Ferrovial de Rafael del Pino tengan efectos detectable­s sobre el comportami­ento de los electores. Los propietari­os de la empresa siguen sus más puros instintos económicos y el Gobierno expresa su malestar ante una fuga que si no se tapona puede acabar en sangría. Pero no porque España se esté bolivarian­izando, si no porque la economía anda pensando en dar un nuevo salto desde la concentrac­ión en el marco de cada Estado a la centraliza­ción a escala global. Madrid puede pasar de soñar con ser capital de hispanoamé­rica a despertar en la pesadilla de la pérdida de sedes empresaria­les, por traslado o por adquisició­n, en un mundo que la sea demasiado grande al capitalism­o español. Pero ese es otro asunto.

La economía ha pasado de ser argumento de la oposición a terreno cómodo para el Gobierno

Ferrovial no tendrá impacto en el voto, pese a que afecta al futuro del modelo de Madrid

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Bmilia Gutiérrez Feijóo y Sánchez durante un debate en el Senado
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