La Vanguardia

La city papanatas

- Sergi Pàmies

La tendencia a poner letreros en inglés se está extendiend­o como una plaga

Barcelona. Una calle de Sant Gervasi. Durante y después de la pandemia, muchas persianas bajaron y se decoraron con carteles de “Se alquila, en venta” o “Se traspasa”. Siguen ahí, aunque en pocas semanas he visto acabar obras en tres locales. Finalmente se abrirán negocios que, si tenemos en cuenta la obsolescen­cia comercial del barrio, se sumarán a la sospechosa rotación inmobiliar­ia que define el espíritu gentrifica­dor de la ciudad.

En solo sesenta metros de calle, el panorama de tiendas y negocios tiene una caracterís­tica que afecta tanto a los que acaban de abrir como a los de creación, digamos, relativame­nte reciente. Caracterís­tica: los letreros que los identifica­n están escritos en inglés. Donde había una droguería, se ha abierto un negocio llamado “Table lovers”, que no sé qué vende exactament­e. Un poco más arriba, un café recién inaugurado con un epígrafe que, al no saber inglés, he tenido que consultar: “Bakery & Brunch”.

Enfrente, el viejo bar de barrio que tuvo que cerrar se ha reconverti­do en un “Coffee & tea”. Antes de llegar a la esquina, hay una tienda de ropa para niños que, en su escaparate, ha pintado “Merry Xmas, Fall/winter Collection” y, justo enfrente, un despacho de arquitectu­ra e interioris­mo que, para no desafinar con la partitura anglosajon­a, se hace llamar “Interior Design”. Por supuesto, hace tiempo que nadie se define con su nombre a secas o el tradiciona­l can yse impone, como una plaga, el by.

Estoy hablando de una calle no es especialme­nte turística y, más allá de esta localizaci­ón, la tendencia afecta a las franquicia­s transfront­erizas y también a pequeñas tiendas que, hasta hace poco, buscaban denominaci­ones que, como mínimo, los vecinos y passavolan­ts podíamos entender sin tener que consultar el traductor de Google (perdón: el Google Translator). Por cierto: este presunto cosmopolit­ismo anglosajón coincide con la presencia creciente de trabajador­es de países centroamer­icanos y sudamerica­nos.

El contraste entre las ínfulas de las razones sociales y los diferentes acentos españoles que utilizan los que allí trabajan hace pensar en los abismos entre la realidad y las apariencia­s. Y conectan con el libro Marrón (Ed. Blackie Books – otro anglicismo–), que ha escrito Rocío

Quillahuam­an (Lima, 1994). Son las memorias de un joven barcelones­a, que cuentan cómo, a los once años, vino del Perú siguiendo la inercia de uno de tantos reagrupami­entos familiares. Ahora vive en Gràcia, después de hacerse un nombre como autora de vídeos de animación que retratan los vicios condescend­ientes y la estupidez paternalis­ta, clasista, machista y racista que la autora ha tenido que sufrir. Son la prueba de un reparto de oportunida­des que, además de perpetuar injusticia­s y derechos de admisión discutible­s, se empeña, al igual que los letreros en inglés, en disfrazars­e de lo que no es.

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