Tres almas y un premio
Pedro Clarós, cirujano facial con 116 expediciones, recibe la Medalla de Honor de Barcelona
Si Pedro Clarós hubiese podido hacer uso de su palabra ayer en el Saló de Cent del Ayuntamiento –donde recibió la Medalla de Honor de Barcelona, junto a otra veintena larga de personas y entidades– los que conocen bien a este otorrinolaringólogo y cirujano facial albergan pocas dudas sobre cómo habría arrancado su discurso.
Habría iniciado casi seguro su parlamento con una frase que Clarós, de 73 años, no se cansa de repetir: “Los que han recibido mucho en esta vida, algo tenemos que devolver”. Que sepa, pues, el Ayuntamiento de Barcelona que ese reconocimiento a este médico –Pedro Clarós no esconde su emoción porque esta medalla se la entregue su ciudad– tendrá recompensa. Y con creces, pues devolver lo que recibe forma parte de su filosofía de vida.
Este es un premio, dirían también los que conocen bien a este médico, más que merecido. Con una sola medalla se premian las tres facetas –o si se prefiere, tres almas– de este hombre que ha paseado el nombre de Barcelona por medio mundo.
La primera, como otorrinolaringólogo y cirujano facial, profesión a la que ha dedicado el último medio siglo de vida de su vida. Con una envidiable reputación. Clarós ha cuidado y mimado las mejores voces de la ópera de este mundo.
La segunda, solidaria y humanitaria. Pedro Clarós preside una fundación que ha operado en el último cuarto de siglo en países donde la cirugía facial que él practica es un lujo inalcanzable.
Clarós y su equipo ya suman 116 expediciones.
Y la tercera faceta siempre también con la marca Barcelona, es creativa. Este médico –doctor, entre sus otros muchos títulos, en Historia y Comunicación– ha publicado diferentes libros y ya tiene preparada su próxima obra para Sant Jordi. Un libro, Las huellas de un cirujano, en el que relata experiencias relacionadas con su trabajo nunca antes narradas. Una en el Vaticano –“no puedo contar más, habrá que leerlo”, afirma– y otras con personas muy influyentes de este universo.
Pedro Clarós contaba ayer, antes de recibir la Medalla de Honor de Barcelona, que siempre se ha sentido un afortunado. En su caso, de bien pequeño sintió ya la pasión por su trabajo. Su padre era también otorrinolaringólogo. Tras licenciarse en Medicina, acabó de formarse en Montpelier, Estados Unidos, Suiza y Canadá.
Su disciplina profesional, que sigue ejerciendo, la compagina con expediciones a países como Camerún, Etiopía, Gabón, Liberia, Senegal, India, Kenia, Moldavia, Rumania, y República Democrática del Congo, Gambia, República de Cabo Verde o Burundi. Una labor que le vale el sobrenombre del “cirujano de la sonrisa”. Clarós y su equipo operan, principalmente, a niños con labio leporino u otras malformaciones faciales. Menores que muchas veces son escondidos por sus propias familias, “avergonzadas por esas malformaciones faciales difíciles, por no decir imposibles, de operar en sus países”, recalca Clarós.
La cara de este cirujano facial se ilumina al hablar de esas expediciones, montadas en vacaciones y que mantendrá mientras las fuerzas no fallen. En esos quirófanos improvisados la marca Barcelona siempre está presente. Sólo por esto, ese médico se merecería ya esa Medalla de Honor.
Compartieron ayer escenario con este doctor (para recibir también una merecida medalla) Emilia Giménez Giménez; Lita Claver, La Maña (que sorprendió gratamente al saltarse el protocolo); Empar Pineda Erdozia, defensora de los derechos sexuales; Jordi Raich, experto en ayuda humanitaria y SOS Racismo. Las otras medallas –hasta 25– fueron para entidades y personas de diferentes distritos de la ciudad.c
Además de atesorar una amplia trayectoria, Clarós participa en labores humanitarias a través de su fundación