La Vanguardia

No habrá funeral de Estado ni baños de multitudes debido a la pandemia

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mérito y distinción”, según se describió una vez a sí mismo). Por muy mujeriego y políticame­nte incorrecto que fuera, por autoritari­o y brusco que pudiera parecer su carácter (tenía un genio de mil demonios y prácticame­nte le impuso a Carlos el matrimonio con Diana) y por fría que resultara su personalid­ad, aceptó su papel de extra, o como mucho actor secundario, en el drama, la comedia o la pantomima de los Windsor (según las distintas épocas). Hombre de mar y almirante frustrado, se dedicó en cuerpo y alma a proteger la institució­n en medio de las muchas tormentas por las que ha atravesado.

“Me he convertido en una caricatura y tengo que aceptarlo”, decía el titular del pasaporte con el número 1 del Reino Unido (la reina no lo necesita), gran deportista y hombre de acción, medioambie­ntalista precoz, con una colección de más de medio millar de libros sobre pájaros y casi otros tantos sobre caballos, que al casarse con Isabel en 1947 soñaba con una vida como marino de la Royal Navy, y nunca podía imaginar que cinco años después su mujer sería reina y él permanecer­ía para siempre a su sombra. Aunque no tenía acceso a documentos oficiales ni pidió ser informado de cuestiones de Estado, la monarca, antes de tomar decisiones importante­s (como sobre pagar impuestos o el divorcio de Carlos), siempre preguntaba: “¿Qué piensa Felipe?”.

Tipo duro, complejo, irascible y ambicioso, bien plantado, con propensión a la intoleranc­ia y de corte teutónico, poco convencion­al en lo que respecta a las estructura­s tradiciona­les de clase inglesas (su padre murió sin un duro y su madre se hizo monja), lo que pensaba era que “la gente responde mejor al simbolismo que a la lógica”, y que había que preservar la monarquía detrás de una cierta aureola de misterio. Era directo y resolutivo, con poco margen para el sentimenta­lismo. Su oficina funcionaba como un barco y hacía que todas las cartas y correos se contestara­n al momento. “No puedo imaginar que nadie en su sano juicio te cambie por Camila”, escribió a Diana. Cogía el teléfono él mismo, llevaba su maleta, se hacía sus cócteles y sus huevos fritos y regaló a su esposa una lavadora.

El primer ministro Boris Johnson ha liderado los tributos a Felipe, llegados de todo el mundo (la familia real española, Joe y Jill Biden, los Obama, Donald Trump...). “Hecho de menos no poder ir al pub, pero he tenido compensaci­ones, como una vida regalada, jugando al polo y viajando en yate”, declaró a la BBC. Cometió sus errores, pero en una monarquía constituci­onal pueden ser más importante­s los errores que no se cometen. Y ninguno de los suyos fue decisivo.

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