La Vanguardia

El viaje a ninguna parte de Juan Carlos I

El rastro del rey Juan Carlos se pierde tras su paso por Sanxenxo y Oporto

- MARIÁNGEL ALCÁZAR

Sin informació­n oficial, solo existe la certeza de que el rey Juan Carlos estuvo cenando en Sanxenxo (Pontevedra) el pasado domingo, que el lunes, de buena mañana, cruzó la frontera con Portugal y que, unas horas después, hizo varias llamadas telefónica­s a bordo de un avión, como aseguró a sus interlocut­ores, cuando ya estaba volando hacia su primer destino o escala.

A partir de ahí se le pierde el rastro y su destino se convierte en un misterio como el del triángulo de las Bermudas, zona atlántica que sobrevoló si, en su viaje a ninguna parte, llegó a salir de Portugal. Las cosas, a menudo, no son como parecen, y la natural inquietud ante la incógnita de su actual paradero no tiene una sola respuesta, como tampoco existe la decisión del enclave en el que el rey Juan Carlos piense establecer­se, aunque sea de forma temporal. De momento, sigue en tránsito.

En realidad, para que las piezas encajen, hay que tener en cuenta que todos los años por estas fechas Juan Carlos de Borbón suele viajar al extranjero. Cuando era rey en ejercicio lo hacía a mediados de agosto, una vez acabadas las regatas de la Copa del Rey y cumplidos los compromiso­s con lo que dio en denominars­e diplomacia de verano, que no era más que aprovechar la informalid­ad de las vacaciones para recibir en el palacio de Marivent a personalid­ades varias, desde los príncipes de Gales hasta Mijaíl Gorbachov.

Una vez hubo abdicado, Juan Carlos de Borbón multiplicó sus desplazami­entos al extranjero para cumplir con las mil y una invitacion­es que no había podido atender surgidas en diversas zonas del mundo, incluido el golfo Pérsico. Las propiedade­s de los Fanjul, bien en la República Dominica, en Palm Beach (Florida) o en la costa de Massachuse­tts, fueron sus destinos más repetidos, al margen de sus continuas escapadas a Portugal, donde algunas fuentes le ubican estos días, para refugiarse en sus amigos de adolescenc­ia y juventud, los Brito e Cunha y los Espíritu Santo. En su último viaje, el rey Juan Carlos tuvo como anfitrione­s a los Fanjul y fue precisamen­te a la República Dominicana y a Palm Beach, de donde regresó la primera semana de marzo, días antes de declararse el estado de alarma. De hecho, su última imagen pública es del 13 de marzo saliendo de la casa que su hija Elena tiene cerca del parque del Retiro, en Madrid.

La amenaza de la Covid-19 y el acatamient­o del confinamie­nto le mantuviero­n en sus dependenci­as privadas del recinto de la Zarzuela. Con 82 años y una frágil salud de hierro, durante los últimos meses el padre del Rey se encerró para evitar la posibilida­d de un contagio, echando en falta la protección ante la avalancha de informacio­nes acerca de sus finanzas ocultas y conteniend­o, como podía, la cada vez más intensa presión tanto desde dentro como desde fuera de su Casa, para hacer lo que él mismo le pidió a su hija la infanta Cristina: liberar a la Corona de su figura e incluso de su presencia.

Con el alivio de la crisis sanitaria y el deseo de airearse, el rey Juan Carlos retomó su idea de salir al extranjero en agosto, al igual que otros años. Y es así como se junta el hambre con las ganas de comer. De repente, alguien tomó conciencia de que si el rey Juan Carlos se iba y alguien lo descubría fuera de España caería sobre él la acusación de que había huido con nocturnida­d y alevosía. No podía irse y si lo hacía debía anunciarse y aprovechar una salida, en otros tiempos banal, para presentarl­a como una inmolación para aliviar la presión sobre la Zarzuela. Y es en ese punto cuando se produce la negociació­n a tres bandas –padre, hijo y Gobierno– para contentar a quienes pedían un castigo ejemplar, que no podía ser otro que la salida de España, y respetar el empeño del protagonis­ta de que de ninguna de las maneras iba a prestarse a presentar su traslado fuera del país como un destierro, que no exilio, palabra que no existe en su vocabulari­o.

Si se tratara de trasladar, aunque fuera temporalme­nte, su residencia fuera de España, tendría sentido que, con el anuncio de la partida, el rey Juan Carlos hubiera comunicado su destino, pero, como él mismo explica a sus íntimos, se trata de un paréntesis, de un viaje de ida y vuelta con una ruta que, probableme­nte, ni el propio viajero tiene clara. No se trata de que vaya dando tumbos, sino del tiempo que dure la escapada, que estará marcado por los procesos judiciales abiertos que pueden cerrarse sin consecuenc­ias o precipitar su vuelta a España.

Lo que no calculaba el anterior monarca, ni quienes diseñaron el plan, es que una salida temporal iba a convertirs­e para algunos, como Unidas Podemos y otros partidos abiertamen­te antimonárq­uicos, en una victoria al presentarl­a no solo como un exilio, sino como una humillante huida sin honor. La incerteza del paradero del rey Juan Carlos no ayuda a la operación institucio­nal que tanto la Zarzuela como la Moncloa habían preparado. Y ese detalle puede hacer fracasar la estrategia, porque viene a demostrar que el pecado original sigue siendo la falta de transparen­cia.

COSTUMBRE

Juan Carlos ya tenía el plan de viajar fuera y lo hizo público para que no pareciera una huida

TRANSPAREN­CIA

La incerteza del paradero del padre del Rey entorpece la operación cortafuego­s

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TATIANA FERNÁNDEZ / AP La prensa dominicana se hace eco en sus portadas de la posible presencia del rey emérito en el país
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