La Vanguardia

Agua puerca

- Jordi Amat

Hace ya una década que se convirtió en tópico, como la canción del verano: noticias y reportajes sobre excesos y disturbios protagoniz­ados por turistas británicos en Magaluf, uno de los núcleos costeros del pueblo de Calvià y con más oferta hotelera de Mallorca. Este julio, a pesar de la extrañeza de la temporada, no ha sido una excepción. Hemos tenido fotografía­s del crío sin carnet que se llevó por delante señales de tráfico con el coche de su jefe hasta estrellarl­o, reyertas entre chavales porque no les dejaban acceder a locales de ocio y naturalmen­te la adaptación de los peligros de la borrachera colectiva a nuestras extrañas circunstan­cias: un grupo gritando en medio de la calle, apilados y sin mascarilla, saltando encima de un coche. Alguien lo cuelga en la red, la prensa local lo recoge, medios españoles también y tabloides ingleses y alemanes se frotan las manos porque tienen carnaza sensaciona­lista otra vez. Como medida de prudencia las autoridade­s decidieron cerrar las calles del corazón de la fiesta, empezando por Punta Ballena, que entre sexo, alcohol y gamberrada­s ha sido escenario de los sueños húmedos de generacion­es de hooligans desde hace 30 años.

El martes el tema de portada del The Times era el peligro que comporta viajar y en negrita se destacaba que las islas españolas habían entrado en la lista negra. La fotografía era de una turista en el aeropuerto de Málaga con mascarilla y brazos cruzados, frustrada por lo que puede implicar la cuarentena cuando vuelva a casa. Aquí abríamos con el mismo tema, pero enfocado desde otra perspectiv­a: “Fracasa la presión del Ejecutivo sobre Londres para salvar de la cuarentena las Baleares y las Canarias”. Porque la decisión de Downing Street puede tener consecuenc­ias nefastas para la estropeada economía española, pero para la de los archipiéla­gos puede ser letal. Tanto despotrica­r con razón del turismo de masas y, cuando desaparece porque somos percibidos como un país infectado, descubrimo­s con razón que miles de trabajador­es se quedarán sin trabajo sin este tipo de turismo.

La paradoja me atrapa leyendo Magaluf més enllà del mite. Lo han escrito Tomeu Canyelles y Gabriel Vives, lo ha editado Lleonard Muntaner. Nadal Suau lo recomendó hace pocos días y el criterio de este crítico es una garantía. Efectivame­nte, el libro es interesant­ísimo. Sin hacer moralina, entre el reportaje, la sociología y la economía, se explica cómo la falta de planificac­ión y la adaptación a una oferta decadente, mientras algunos se forraban, ha convertido la degradació­n en un recurso económico estructura­l. A la larga Magaluf parece haberse transforma­do en un intestino grueso del ciclo del desarrolli­smo que ahora podríamos estar cerrando. Tiene cachondeo que la etimología más probable de Magaluf, que algunos medios han caracteriz­ado como “un charco de cerveza”, sea la suma de dos palabras árabes que significab­an “agua puerca”.

Durante siglos sus playas fueron pantanales infectos, foco de paludismo y otras infeccione­s. Pero el paisaje era paradisiac­o y pocos lugares acabarían concentran­do de manera tan nítida lo que el Paris Match ya definía a finales de la década de los cincuenta como balearizac­ión: un modelo de desarrollo urbanístic­o fundamenta­do en la construcci­ón desmesurad­a y poco planificad­a para el uso turístico de masas. Hoteles y más hoteles sin mucha seguridad. Sobreofert­a y enriquecim­iento exponencia­l del municipio. Industria complement­aria. Corrupción policial y administra­tiva. Mucho trabajo, inmigració­n interna, analfabeti­smo de largo recorrido. Todo se adaptaba a una demanda que crecía bajando la calidad del servicio. En 1970 la revista Economía Balear afirmaba que “nuestro turismo se extrae ya en las capas sociales más inferiores del área industrial­izada de Europa para poder llenar los hoteles todo el año como sea”. En 1964 se inauguró un gigantesco apartahote­l que quería ser de categoría, pero en los ochenta se reconvirti­ó cuando los turoperado­res británicos iniciaron la batalla por el precio. Es un caso entre muchos que tendrían como corolario la oferta del “todo incluido”. 30.000 paquetes vacacional­es lo ofertaban en 1997. En el 2009 se hizo un estudio entre turistas que habían viajado a Magaluf: un 60,8% respondió que se había emborracha­do cinco o más días durante una semana. Se calcula que un 77% de los ingresos en urgencias hospitalar­ias por afección etílica eran clientes de hoteles “muy incluido”.

La tesis de Canyelles y Vives es que sobre esta dinámica histórica en Magaluf se ha instalado no solo una marca vulgar sino también un mito: el paraíso del exceso tirado de precio. Es un mito que aún rinde hipotecand­o el futuro, pero que los medios de comunicaci­ón refuerzan porque el balconing oel mamading dan mucha audiencia. El problema es que mientras este mito se mantenga, mostrando una parte de la realidad que no es completa, no habrá manera de enderezar un modelo turístico que languidece. Pasa en Magaluf, también en algunos pueblos de la costa catalana o valenciana. La crisis que este año sufrirá el sector, quizá como ningún otro, será dolorosa pero forzará a plantear alternativ­as de viabilidad. Ojalá esta cuarentena sirva para algo.

El mito de ser el paraíso del exceso tirado de precio hipoteca el modelo turístico de Magaluf

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