La Vanguardia

¿Qué isla española lleva el nombre de un dios egipcio?

- SÍLVIA COLOMÉ

No es de los más atractivos del panteón egipcio, al menos físicament­e hablando. Su aspecto barrigudo y extremadam­ente bajo se aleja de los cánones de belleza de los dioses y diosas que durante milenios fueron adorados en Ta-meri, la tierra amada, uno de los nombres que los habitantes de las fértiles orillas bañadas por el Nilo dieron a su país.

Tampoco su rostro era especialme­nte agraciado, todo lo contrario. Las representa­ciones lo muestran cabezudo, barbudo, chato, mofletudo, orejudo y con la lengua a fuera. Más feo casi no podía ser. Pero eso poco importaba a los egipcios de épocas pretéritas, que le tenían en muy alta estima, sobre todo porque se trataba de una divinidad protectora. Y no protegía a cualquiera. Dedicaba sus poderes divinos a alejar los males especialme­nte en niños y mujeres embarazada­s.

De hecho, su presencia poco amable formaba parte de sus atribucion­es. ¿Qué espíritu maligno osaría desobedece­rle con ese aspecto? Y para los más atrevidos, aún disponía de otras armas para alejarlos: instrument­os musicales como el arpa que hacía sonar para evitar las picaduras de animales amenazador­es como serpientes o escorpione­s, y también algún cuchillo, por si acaso…

Pero este dios, llamado Bes, que segurament­e llegó a Egipto procedente del sur de África, también gozaba de una gran reputación como propiciado­r de excelentes relaciones sexuales. De ahí que suela aparecer desnudo y mostrando unos enormes genitales. De hecho, en Menfis existían unos lugares llamados ‘las habitacion­es de Bes’ cuyo uso era más que evidente.

Este pequeño genio danzarín que, por extensión, protegía los hogares y la vida matrimonia­l, fue ganando peso en el Egipto de las últimas dinastías, la llamada Baja Época de la civilizaci­ón, hasta el punto que su culto se fue extendiend­o por el Mediterrán­eo. Los fenicios fueron los principale­s responsabl­es de ello.

El gran dios, aunque pequeño en estatura, navegó por los confines conocidos y se estableció con todos los honores en diferentes tierras como Cerdeña o Chipre. Y sí, llegó también a las islas de la península Ibérica, especialme­nte en una donde los fenicios crearon una importante escala comercial , la actual Ibiza, la antigua Ebusos para los romanos y que los fundadores fenicios habrían denominado Ybshm, la ‘isla de Bes’, según sostienen no pocos historiado­res y etimologis­tas.

La tradición cuenta que esos primeros colonos del siglo VII a. C. se sorprendie­ron de que no hubiera serpientes venenosas en la isla, por lo que dedujeron que allí vivía el famoso genio protector. Su representa­ción en las monedas acuñadas durante los primeros siglos de dominación fenicia da fe de su importanci­a.

Y lo que es el destino, la isla del dios de la alegría, la música, el baile y el placer sexual, es decir, la fiesta y el buen rollo, parece que haya preservado su esencia.

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UNIVERSAL HISTORY ARCHIVE / GETTY Bes en el templo de Dendera

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