La Vanguardia

Bailar con extraños

- Francesc-marc Álvaro

En las discotecas, según la Generalita­t, solo se podrá bailar con conocidos. Con extraños, nada de nada. Ni un poco de salsa, meneando sin tocarnos. Los propietari­os de estos negocios se han puesto las manos en la cabeza. ¿Por qué se inventaron las salas de baile, los entoldados, los night-clubs, las boîtes y las discotecas si no es porque la especie humana necesita hacer amistades y desplegar las ceremonias de apareamien­to habituales, de acuerdo con las costumbres y rutinas que nos vamos dando? Ahora, dice la Administra­ción, hay que llevar la pareja de casa, la pista de baile debe ser forzosamen­te familiar. La cosa funcionará sin desconocid­os cerca hasta nueva orden, y regirá también esta noche, verbena de San Juan, escenario típico de todo tipo de flirteos y ensayos erótico-sentimenta­les.

¿Y qué dice la normativa sobre bailar en torno al fuego? ¿Esta danza ritual –tan antigua como la noche– también excluirá la mezcla de gente que no se conoce? Malo. Si doy con una hoguera que tenga buena pinta, no podré privarme, con permiso del conseller Buch, de la policía municipal y del mosén. Las llamas tienen un poder de atracción que no necesita glosa: quien más quien menos ha sentido la llamada de la bestia al ver cómo la hoguera se apodera de todo lo que la conforma: maderas, muebles viejos, pilas de cartón, trastos diversos y el monigote que corona estas construcci­ones efímeras. Si la hoguera me reclama, no tendré en cuenta si la persona de al lado, en el corro, es pariente, amigo o vagabundo. Bailaré con la mascarilla puesta, eso sí. Mucha gente lleva la mascarilla como si fuera una pulsera, una especie de amuleto. El pensamient­o mágico –para no decir la estupidez– siempre nos marca gol.

Esta noche bailaremos y la pasaremos como la pandemia nos permita. Antaño, la gente también moría de epidemias y también celebraba Sant Joan. En el Costumari, Joan Amades explica que “según la tradición, las hijas del rey Herodes fueron condenadas a bailar toda la eternidad”. El folklorist­a añade que, en noches como esta, “a las doce, si se escucha con toda la atención, se oye a lo lejos, en la lejanía infinita e imprecisa, el rumor de la danza, con el deslizarse suave, sobre el suelo, de los pies ligeros de Herodías y sus hermanas, y se oye también el sonido confuso de la dulzaina que les pone la música”. La advertenci­a de Amades es clara: quien vaya tras estas criaturas sobrenatur­ales será víctima del hechizo y “será condenado a perseguirl­as toda la eternidad”. En la discoteca, ellas les invitarán a romper cualquier distancia.

Si la hoguera me llama, no tendré en cuenta si el de al lado es pariente, amigo o vagabundo

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