La oficina de relaciones
Ando buscando a esa persona que ha cambiado. La que salió del confinamiento y era otra. Distinta. Esa que cuando al fin puso un pie en la calle se dijo que ya no era ella. Tampoco hace falta que sea una sola. Podría haber alguna más. Por qué no. El mundo es muy amplio.
Pongamos que son tres. Estarían en continentes distintos. Tres personas poniendo el pie en la calle en tres ciudades remotas se miran el zapato desconcertadas. Soy otra, esta experiencia mundial me ha transformado, piensan a la vez. Una en Shanghai, otra en Sydney. La tercera podría estar aquí. Tres personas renovadas que ni se conocen ni se imaginan. Es una pena porque podrían tomar algo juntas para charlar de lo suyo, manteniendo la distancia de seguridad. Comparten una extrañeza parecida pero diferente, aunque hablen idiomas distintos. Acabarían por entenderse haciendo señas con las manos sin quitarse la mascarilla ni rascarse un ojo.
Tendría sentido exhibirse juntas en la misma jaula del zoológico. Por las noches la luz de la luna se filtraría entre los barrotes y romperían la distancia de seguridad para abrazarse entre ellas, en busca de consuelo. Menos mal que existís también vosotras, dirían, recordando ese día lejano en que por fin pusieron un pie en la calle, convencidas de que el mundo entero había cambiado a su semejanza. Y no. Harían largas giras por zoológicos internacionales.
Esas son las tres personas que salieron cambiadas de la cuarentena, diríamos sacando la punta rosa de la lengua por debajo de la mascarilla para chupar el polo.
La cuestión es que ando buscando a esa persona que ha cambiado y que podría estar por aquí, dando aún sus primeros pasos. Personalmente, es el primer día que salgo a trabajar y soy la misma de siempre. O peor. No creo que sea una diferencia lo bastante relevante que tenga ganas de volver a casa. Si soy sincera, daría la vuelta y me metería corriendo debajo de la cama el tiempo que haga falta. Pero eso debe de ser solo el famoso síndrome de la cabaña, que al parecer tiene tanta gente. Pura desazón. El rato que llevo zigzagueando por la calle, agachada con la mascarilla con ritmo de chihuahua para mantener la distancia, me ha parecido más que suficiente. Había oído cantos de sirenas pronosticando un mundo de cuidadores y cuidadosos henchido de solidaridad intergeneracional. Pero aquí lo que hay es un apartarse unos de otros porque el peligro puedes ser tú. Y esto que acabo de leer de que Corea del Norte ha volado la oficina de relaciones con Corea del Sur es de apaga y vámonos. La oficina de relaciones. Bum.