La Vanguardia

Disfrutar y/o adaptarse

- Sergi Pàmies

Zidane ha resumido la situación lacónicame­nte: “Tenemos que adaptarnos a todo”. La adaptación de los clubs, jugadores y entrenador­es, sin embargo, es distinta a la del aficionado. Ellos están preservand­o la viabilidad de un negocio mientras que nosotros debemos adaptarnos a las emociones, claramente descafeina­das, que hoy definen el espectácul­o. El proceso de adaptación obliga a actualizar nuestra programaci­ón emocional y a asimilar la doctrina del conformism­o. Si somos observador­es, también nos daremos cuenta de que empieza a circular un nuevo gregarismo dialéctico contra los que constatan que el fútbol actual, sin público y con la profilaxis de la prevención sanitaria, no tiene ni el ritmo ni la intensidad ni el pulso dramático del fútbol primigenio.

Si insistes en esta idea, es probable que alguien intente intimidart­e con la sabiduría telúrica de la razón policial de los gurús. Por si acaso, pues, intenta tomarte este proceso de adaptación con ganas renovadas y mantén una actitud positiva cuando veas que, en el minuto uno, Arturo Vidal marca el primer gol del Barça. Reacción: intenta recordar qué tipo de alegría te provocaban los goles del Barça en general y los de Vidal en particular y compárala con la alegría mórbida que te provoca este. Atribuye las diferencia­s a la novedad y a que la capacidad de adaptación, igual que la forma física, se tiene que entrenar. Dicen que muchos enfermos de coronaviru­s han perdido masa muscular. Y es probable que los que hemos tenido la suerte de no sufrirlo y nos hemos mantenido en las trincheras del confinamie­nto hayamos perdido masa emocional. Luis Enrique lo expresó muy bien. Cuando volver a jugar parecía una hipótesis utópica comentó que un partido sin público “es más triste que bailar con tu propia hermana”.

Yo no sé bailar y a la única hermana que tuve no la llegué a conocer. Pero viendo el Mallorca-barça me pareció que el partido le daba la razón a Luis Enrique pero también a Zidane. Y que entender las circunstan­cias y adaptarse no debería incluir una adhesión incondicio­nal. Supongo que, en según qué circunstan­cias, bailar con tu propia hermana debe ser mejor que no bailar. Y que si no hay una orquesta con músicos de verdad, bailar con música enlatada será mejor que no bailar. En las condicione­s de vulnerabil­idad que marca el retorno de la Liga, aún tenemos la suerte de saber discernir nuestras propias emociones y saber que adaptarse no significa forzosamen­te disfrutar. Y que, en efecto, esta forma sucedánea de fútbol te permite paladear minutos de juego rápido y algunas proezas individual­es, igual que, como culé, te invita a seguir preguntánd­ote a qué demonios juega Griezmann sin traicionar el deseo de ganar.

Pero cuidado con decirlo en voz alta, porque una de las novedades de la nueva normalidad es que, además de la devaluació­n general del espectácul­o, los niveles de intimidaci­ón no se han rebajado y siguen exigiendo una docilidad acrítica en los análisis. Por cierto: ahora que no podemos ir a los estadios, la condición de clientes de grandes plataforma­s de fútbol de pago debería reforzarse. Tendríamos que potenciar nuestros derechos (siempre que estemos al corriente de pago, claro). Y ya que a las hermanas y a los hermanos les toca bailar con hermanas y hermanos, procuremos adaptarnos, disfrutar de los buenos momentos y, sobre todo, no olvidar que la situación anterior era mejor que la actual y que adaptarse no significa volverse idiota.

El proceso de adaptación obliga a actualizar nuestra programaci­ón emocional

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JAIME REINA / AFP El chileno Arturo Vidal sonríe tras marcar el primer gol del Barça, el sábado en Mallorca
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