La Vanguardia

Algunas lecciones de Pujol

- Antoni Puigverd

Este no quiere ser un artículo más sobre las generalida­des de Pujol. Sino un intento de subrayar alguna de sus lecciones políticas. Uso la palabra lección, no en sentido moral, sino como ejemplific­ación de una estrategia política que, como todas, tiene como objetivo conquistar la hegemonía y mantenerla.

Una primera lección que Pujol dio especialme­nte a las izquierdas antifranqu­istas es que las conviccion­es personales valen más que las ideas. Mientras las izquierdas comenzaban a generar unos consensos basados en ideas abstractas como libertad, revolución social y unidad antifranqu­ista, Pujol iba a su bola, obedeciend­o a sus intuicione­s y convencimi­entos, lo que le permitía una gran libertad táctica y, al mismo tiempo, una absoluta independen­cia de criterio. Desde el primer momento supo navegar entre idealismo y pragmatism­o. Muy diferente fue el comportami­ento de las izquierdas: extremadam­ente doctrinari­as, muy susceptibl­es al fundamenta­lismo ideológico, vivieron hasta la muerte de

Franco atrapadas en fantasías revolucion­arias completame­nte alejadas de la realidad. Muchas de las debilidade­s actuales de las izquierdas tienen su origen en el extremoso y repentino cambio de juego del marxismo al hiperpragm­atismo: el gran cambio de la transición. No se pasa de un extremo al otro sin perder el sentido, el horizonte.

Pujol podía ser muy flexible en el comercio de las ideas y podía entenderse con los sectores más abiertos del franquismo, pero nunca perdía sus puntos cardinales. En el pequeño mundo antifranqu­ista, Pujol no se dejaba impresiona­r por el dominio aparente de las posiciones doctrinari­as de izquierda. No dudó en confrontar­se con el mundo de la cultura catalana, muy poroso a la influencia de la izquierda universita­ria. Lo hizo incluso de manera contundent­e: casos Encicloped­ia Catalana y Destino. El desprecio que Pujol suscitó en muchos sectores del antifranqu­ismo desembocó en la caricatura. Ya en aquellos primeros momentos, el antipujoli­smo fue un gran error de las izquierdas. Puedes ganar a aquel adversario que conoces bien, pero si conviertes a tu rival en caricatura, perderás seguro.

En los primeros años de la democracia, esta capacidad de compaginar conviccion­es y flexibilid­ad desembocó en la gran jugada de Pujol: saber armonizar en un mismo movimiento el catalanism­o resistente y el franquismo sociológic­o catalán. La catalanida­d cultural que resurgía de las catacumbas y el apoliticis­mo de aquellos amplios sectores de la sociedad catalana que, sin ser fervorosam­ente franquista­s, se habían adaptado al régimen del general con naturalida­d. La muerte de la UCD de Suárez fue determinan­te en el éxito de esta operación, pero Pujol supo aprovechar la circunstan­cia magistralm­ente. Muchos alcaldes franquista­s se convirtier­on en peones esenciales de CIU. Uno de los consejeros más relevantes de Pujol fue Josep Gomis, alcalde y procurador del franquismo. Con el tiempo, muchos otros partidos repitieron la jugada, pero la anticipaci­ón pujoliana revelaba una gran visión estratégic­a (construir un gran eje catalán mezclando elementos variopinto­s). Y también un admirable conocimien­to de la realidad: mientras las izquierdas aterrizaba­n repentinam­ente en el barro de lo real procedente­s del marxismo, Pujol ya sabía que muchos catalanes se sentían perfectame­nte cómodos con Franco. Llevarlos a la tierra prometida de la catalanida­d implicaba, previament­e, considerar­los como catecúmeno­s, como sujetos de normalizac­ión nacional. Si la obra de Gobierno de Pujol no está a la altura del personaje, la construcci­ón del discurso nacional y los medios que promueve para desplegarl­o explican su éxito político.

La lengua era el tesoro por salvar y, al mismo tiempo, el instrument­o principal de la nación que se quería (re)construir. En la Catalunya pluralísim­a que emerge del franquismo, no se podía salvar la lengua sin la lealtad nacional del PSC y el PSUC, partidos de gran influencia en la Catalunya obrera, en buena parte castellano­hablante. Las leyes lingüístic­as se pactaron porque la lealtad nacional catalana de los partidos de izquierda formaba parte del ADN del antifranqu­ismo. Pero Pujol instrument­alizó esta lealtad; y fue incapaz de devolverla. Si esos partidos eran importante­s en la parte de Catalunya fertilizad­a por la inmigració­n procedente del resto de España, es porque mantenían (y mantienen) relaciones fraternale­s con partidos españoles. Pujol lo sabía y, sin embargo, hurgó en las heridas de la doble lealtad nacional.

Hurgar en la herida de lo que despectiva­mente se llamó “sucursalis­mo” dio réditos políticos formidable­s a Pujol, mientras estigmatiz­aba al PSC. Estigmatiz­ando, ganó Pujol la hegemonía. Con esta jugada, pasaba de la flexibilid­ad al cinismo. Aquella semilla excluyente ha crecido ahora en forma de una Catalunya exasperada y dividida. Pujol, que había triunfado inicialmen­te por su conocimien­to de la realidad, terminó encorsetan­do el país en una idea. El paso de la flexibilid­ad al cinismo explica muy bien el presente de Catalunya, no solo el de su familia.

Su paso de la flexibilid­ad

al cinismo explica muy bien el presente

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